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Pandemia, Estado y Libertad: El Leviatán que se viene (Parte I)

Diego A. Villarroel

Abogado, investigador y profesor de derecho

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Según la concepción liberal, la función del aparato estatal consiste única y exclusivamente en garantizar la protección de la vida, la salud, la libertad y la propiedad privada contra todo ataque violento. Todo lo que vaya más allá de esto está mal. Un gobierno que, en lugar de cumplir su función, llegara a su vez a atentar contra la vida, la salud, la libertad y la propiedad privada sería naturalmente un pésimo gobierno.1
– Ludwig von Mises

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El legado de la pandemia

La pandemia ha significado incontables males para los individuos alrededor del mundo. El primero que viene a la mente, claro está, es el gran número de fallecidos que nos ha dejado y que continúa provocando. Asimismo, el sufrimiento y secuelas que estos hechos lamentables dejan en las familias afectadas por el suceso trágico de perder a un ser querido. No menos importante ha sido la afectación a la economía casi generalizada, provocada, por una parte, por la presencia de la propia pandemia, y, por otra, por las decisiones y caminos elegidos por muchos gobiernos que no hicieron más que agravar la situación.

Además de ello, en todo este periodo, casi la totalidad de los gobiernos se han atribuido competencias extraordinarias, limitando y cercenando los derechos individuales, muchas veces más allá de lo que podría considerarse más o menos razonable, tomando en cuenta que nos hemos estado afrontando a una situación que no se vivía hace más de 100 años. Ahora, dado que el poder carcome y contamina la mente de los gobernantes, es muy probable que estas atribuciones extraordinarias no se acaben junto con el virus. Así, la pandemia nos está legando un mal que puede terminar teniendo consecuencias mucho más nefastas que las ya mencionadas: la creencia de que un Estado grande y vigoroso es la solución para los problemas de las personas, y que este tiene que trascender y mantenerse más allá de la crisis sanitaria para volver a la senda del progreso.

Esta creencia parte, entre otras, de algunas ideas que pasaremos a refutar más adelante (y en dos entregas posteriores): (1) que el virus y sus consecuencias nefastas constituyen una demostración de que el capitalismo nos ha fallado y que necesitamos una nueva vía; y (2) que el individuo y el capitalismo necesitan ser controlados para que no se vuelva a desatar una tragedia como la que hemos vivido.

Estas afirmaciones, tal como argumentaremos a continuación, contradicen la realidad. 

Para nuestra argumentación, entiéndase por capitalismo al sistema económico propio del liberalismo, sustentado en (1) el derecho irrestricto a la libertad individual, es decir, la facultad de perseguir nuestros propios fines, sin privilegios, en ausencia de coacción arbitraria por parte de terceros; y (2) el derecho de propiedad, esto es, la facultad de usar, gozar y disponer de nuestros bienes y de los frutos de nuestro trabajo. Así, para este trabajo estamos hablando del capitalismo no solo como sistema de producción capitalista (sustentado en el ahorro y la inversión), sino especialmente como expresión filosófica-económica del liberalismo clásico.

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El capitalismo: Aquel mal que nos ha llevado hacia ese desastroso progreso material

En el último año y medio se han publicado incontables notas de prensa, artículos de investigación y hasta libros que pretenden demostrar que la pandemia del coronavirus ha puesto de manifiesto que el capitalismo ha fallado y que, por tanto, necesitamos otra vía para seguir adelante. Está otra vía, claro está, tiene como propósito de fondo otorgar más poder a los gobernantes para que limiten a esos seres malignos que son los empresarios y emprendedores. Toda esta narrativa adolece de múltiples fallas.

Primero, no se identifica ningún trabajo serio el cual presente una demostración de relación de causalidad entre el capitalismo y la aparición de la pandemia y de sus consecuencias. Más bien, siguiendo las distintas hipótesis que tienen mayor recepción, la pandemia se originó, entre otras cosas, por la falta de transparencia y manejo arbitrario de la información de parte de un gobierno profundamente intervencionista.

Segundo, también se acusa al capitalista, promotor del libre mercado, de ser aquel que, en razón al poder económico que tiene, corrompe al sistema político para favorecerse a él y a sus compinches. Este no es el sistema que promueve el liberalismo. El liberalismo es el más crítico del capitalismo de compinches y un verdadero promotor del capitalismo del libre mercado, en el marco del cual se promueven la innovación, los intercambios voluntarios, el beneficio de la mayor cantidad de personas que se pueda, con la menor intervención posible del Estado. No podría ser el verdadero liberalismo el que promueva el compadrerío del poder estatal con el empresarial, cuando justamente es el pensamiento liberal el que promueve la disminución del tamaño del Estado. Así, mientras menos Estado hay, menos posibilidades de que existan actos de corrupción2. En esa línea, un orden social capitalista en el sentido liberal implica que la única forma que el capitalista o empresario tienen para enriquecerse es proporcionando al prójimo aquello que necesita, o cree que necesita, para satisfacer sus necesidades3.

Tercero, y aquí nos detendremos un poco más, el capitalismo ha sido el sistema que nos ha permitido alcanzar los mayores niveles de progreso y bienestar en toda la historia de la humanidad. Es un total sinsentido pretender culpar al capitalismo de nuestros males cuando a este le debemos prácticamente todo el bienestar material del cual podemos disfrutar hoy en día, incluso con la pandemia de por medio.

Cabe recordar que el capitalismo es aquella expresión del liberalismo clásico que nos han legado autores como Adam Smith, David Hume o Edmund Burke. Así, el liberalismo de aquel origen fue puesto en práctica, de forma espontánea y evolutiva, particularmente en el Reino Unido y Estados Unidos a partir del siglo XIX4. Tal como exponen Steven Pinker5 y Angus Deaton6, este legado decimonónico ha traído innumerables beneficios a toda la sociedad. A continuación, pasamos a resumir alguno de los más importantes:

  1. La esperanza de vida a mediados del siglo XVIII en Europa y América rondaba los 35 años, habiéndose mantenido por estos rangos durante los anteriores 225 años. Para el 2015 esa esperanza de vida rondaba los 71,4 años. Datos igual de prometedores se pueden encontrar con relación a la mortalidad infantil.
  2. Entre 1820 y 1900 la riqueza a nivel mundial se triplicó. Veinticinco años después se volvió a triplicar. Y solo treinta y tres años más adelante ¡se volvió a triplicar! Y la tendencia continúa siendo positiva. En esa línea, como recuerda Juan Ramón Rallo, a tiempo de comentar un informe de Credit Suisse sobre distribución de la riqueza, en las últimas décadas, contrario a la narrativa igualitarista, los ricos se han vuelto cada vez más ricos, y los pobres se han vuelto también cada vez más ricos.7
  3. Hay quienes creen que este progreso material no se ha traducido en mayor felicidad. Sin embargo, tal como recuerda Pinker, citando como fuente datos expuestos por Angus Deaton8, la Encuesta Mundial de Valores y el Informe Mundial sobre la felicidad de 2016: “No solo las personas más ricas de un país determinado son más felices, sino que los habitantes de los países más ricos son más felices y, a medida que sus países se van enriqueciendo con el tiempo, sus habitantes se vuelven más felices”.9 En definitiva, el capitalismo es vida, es progreso y es felicidad.

A pesar de los resultados positivos incontrastables por la implementación espontanea de la doctrina liberal, existen quienes pretenden negarlos y mostrar al liberalismo y al capitalismo como una realidad perversa que no ha hecho más que perjudicar a las personas. Esta ceguera intelectual no proviene de las masas populares, sino, justamente, de una tradición dentro de la cultura intelectual y artística de las elites, proveniente de la década de 1960.10

Esta corriente, en una de sus manifestaciones culturalmente más negativas, se opone a los valores de la ilustración. ¿De qué manera? La ilustración puso los cimientos de lo que hoy denominamos el humanismo: pensamiento que, en palabras de Pinker, “privilegia el bienestar de hombres, mujeres y niños individuales por encima de la gloria de la tribu, la raza, la nación o la religión”; así, el foco de atención de esta corriente del pensamiento es el individuo, dado que son estos los que sienten placer, dolor satisfacción o angustia, y no así la colectividad. En contrapartida, aquellos que manifiestan malestar contra la ilustración consideran al individuo como prescindible en relación con un superorganismo –un clan, tribu, grupo ético, religión, raza, clase, nación, partido político, etc.– el cual sería aquel que otorga valor a estos individuos. De esta manera, “el bien supremo es la gloria de esta colectividad11 en lugar del bienestar de las personas que la integran”; siendo un ejemplo evidente de esta tradición el nacionalismo, en el cual “el superorganismo es el Estado nación, es decir, un grupo étnico con un Gobierno”.12

Es esta atracción hacia el superorganismo que constituye el foco de lucha de Mario Vargas Llosa en su brillante obra La llamada de la tribu.13 En este libro, el Nobel de literatura relata su evolución intelectual del marxismo hacia el liberalismo, y como esto se consiguió a través de la lectura de ciertos autores que él considera esenciales para tal fin. Vargas Llosa coincide con Pinker al considerar que uno de los grandes males que azota a la democracia y a los sistemas liberales en la actualidad es el tribalismo, entendido como aquella añoranza a un mundo tradicional en el cual el hombre era “parte inseparable de la colectividad, subordinado al brujo o al cacique todopoderoso que tomaban por él todas las decisiones, en la que se sentía seguro, liberado de responsabilidades, sometido, igual que el animal de manada, el hato, o el ser humano en la pandilla o la hinchada, adormecido entre quienes hablaban la misma lengua, adoraban los mismos dioses y practicaban las mismas costumbres, y odiando al otro, al ser diferente, a quien podía responsabilizar de todas las calamidades que sobrevenían a la tribu”. Una de las expresiones más trágicas de este espíritu tribal viene dada por el nacionalismo y el intervencionismo estatal. El primero, causante, junto con el fanatismo religioso, de las mayores matanzas en la historia. El segundo, representando el retorno a la tribu negando la soberanía y responsabilidad personal del individuo, siendo este simplemente una parte de una masa sumisa a las decisiones de un líder.

Así, el verdadero mal lo encontramos en los sistemas colectivistas y antiliberales. Por ejemplo, el siglo XX vivió el auge de las máximas expresiones de intervencionismo estatal (i.e., la Unión Soviética, la China de Mao, Corea del Norte, la Revolución Cubana, entre otros) y de diversos sistemas políticos más ligados a este, en tanto que hacían énfasis al poder del Estado y otorgaban primacía al colectivo por sobre el individuo (i.e., el fascismo italiano y el nazismo alemán). ¿Cuál es su legado? El holocausto y los desastres provocados por la segunda Guerra Mundial; extrema pobreza en los países donde se ha implementado; y culpables del 80% de las víctimas por hambruna ocasionadas por la colectivización de los medios de producción, confiscación de la propiedad privada y la planificación central de la vida de las personas.14

En definitiva, el capitalismo no nos ha fallado y no precisamos de una tercera vía. Más bien necesitamos reforzar este sistema y, en todo caso, hacer ciertos ajustes no hacia un mayor intervencionismo sino hacia un mayor nivel de libertad para los individuos. Como desarrollaremos en un par de entregas posteriores, sin perjuicio de los grandes progresos alcanzados por la humanidad, han existido sectores -en algunos países más que en otros- que se han visto perjudicados y limitados no por el capitalismo sino más bien por el exceso de intervencionismo y limitaciones a las libertades individuales. 

1von Mises, Ludwig, Liberalismo. La tradición clásica, Unión Editorial, Madrid, 2015, p. 87.

2Al respecto, véase Palmer, Tom, “Introducción”, en AAVV La Moralidad del Capitalismo, Fundación Para el Progreso, Chile, 2013, pp. 25-27.

3von Mises, Ludwig, Liberalismo…Óp. Cit., p. 38. 

4Sobre los principios y orígenes del liberalismo clásico, véase Hayek, F.A., Principios de un orden social liberal, Unión Editorial, 2ª Ed., Madrid, 2010, pp. 25-101. En el mismo sentido véase von Mises, Ludwig, Liberalismo…Óp. Cit., p. 58.

5 Pinker, Steven, En defensa de la Ilustración: Por la razón, la ciencia, el humanismo y el progreso, Ed. Paidos, 1ra Ed. 4ta impresión, Barcelona, España, 2019, pp. 33 y ss.

6Deaton, Angus, El Gran Escape: Salud, riqueza y los orígenes de la desigualdad, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2015, pp. 41 y ss.

 7Para detalles sobre el informe y los datos, véase Rallo, Juan Ramón, El ascenso global de la clase media patrimonial, El Confidencial, disponible en: https://blogs.elconfidencial.com/amp/economia/laissez-faire/2021-07-07/ascenso-global-clase-media-patrimonial_3169296/?__twitter_impression=true&fbclid=IwAR2fbkYbl0Ix3hdMG7SC_InNWDGeMx1x6dX7bPyK8aDAQ_wK0QYgGWgtTV0 (consultado por última vez el 8 de julio de 2021).

8Deaton, Angus, El Gran Escape…Óp. Cit., pp. 33 y ss.

 9Pinker, Steven, En defensa de la Ilustración…Óp. Cit., p. 335.

 10Ibid, p. 53.

11Ibid., p. 31.

12 Ibid., p. 55.

13Vargas Llosa, Mario, La llamada de la tribu, Introducción, Ed. Alfaguara, 2018, Kindle Edition.

 14Pinker, Steven, En defensa de la Ilustración…Óp. Cit., p 110.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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