OpiniónEconomía

Para comprender a Santa Cruz

Pablo Mendieta Ossio

Economista en el campo de políticas públicas

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La mayoría de nosotros tenemos estereotipos sobre diversos conceptos, incluyendo lugares. Por ejemplo, le invito a que piense en qué le viene a la mente cuando menciono Potosí, Oruro, Cochabamba y Tarija. Tal vez sean las historia, carnaval, folclore y buen vino.

Si se menciona Santa Cruz, las palabras podrían ser desarrollo o progreso. De hecho, son innumerables las veces que escuchamos a quienes llegan a tierras cruceñas elogiar su pujanza económica.

Aunque útiles, los estereotipos esconden o simplifican la realidad que ellas encierran. Por ejemplo, mi tierra natal (Potosí) es a la vez una mezcla de riqueza pasada y penuria presente, una historia llena de frustraciones, pero a la vez de valor y bronca por la exclusión.

Por tanto, conviene ir más allá de las visiones simplificadas y comprender lo que está debajo de la superficie.

La construcción mental de que Santa Cruz es progreso ha sido correcta en las últimas décadas, aunque no siempre lo fue, puesto que vivió periodos de aislamiento y desdén. Para comprender el conflicto actual es preciso indagar en la historia cruceña y conocer los hitos, que resumo con fines de recuento y de difusión.

En principio destacan sus ansias de integración con el resto del país y el mundo que la marcaron hace más de cien años. Los cronistas de la época apuntaban que llegar a estas tierras era casi una aventura, lo cual impedía a la vez que pueda proveer de su potencial productivo.

Esa desatención tuvo un quiebre con el descubrimiento de petróleo y la posterior guerra del Chaco (1932-35). Frente a ello, en 1938 se aprobó que Santa Cruz pueda recibir 11% de regalías por el petróleo.

Pero esa ley no se concretó sino más de 20 años después como resultado de la persistencia de líderes y entidades regionales las respaldaron, lo cual dio origen (o mayor sentido) a las instituciones actuales.

Conseguido este logro, esos dirigentes y organismos concretaron que existan instancias que hagan buen uso de los recursos, mediante comités, corporaciones y cooperativas, que dieron un empuje en términos de infraestructura social y productiva al departamento. Con ese empuje pudo experimentar un crecimiento destacado.

Pero la descentralización de los noventa implicó el fin de este arreglo y el resurgimiento del descontento con la administración central, porque ya no existía una forma de orientar los recursos públicos acordes con las necesidades regionales.

El dinamismo económico, principalmente privado, no pudo ser acompañado como antes (o al menos con la oportunidad requerida) con la infraestructura productiva y social necesaria.

Pese a las trabas, el departamento pudo crecer y convertirse en una tierra fértil para emprendimientos e inversiones, lo cual ha atraído a millones de connacionales al departamento.

Pero la brecha sigue en tres aspectos,

El primero es económico-social porque la actual asignación de recursos (y la forma de hacerlo) no permite proveer de servicios básicos y las condiciones de dignidad del caso. Es llamativo que, según el censo de 2012, los dos municipios con más pobres sean El Alto y Santa Cruz de la Sierra.

La segunda tiene que ver con la participación en la toma de decisiones. Por una parte, la obsolescencia censal restringe al departamento en su participación en los poderes del estado. Y el armazón legal actual impide que pueda tener la tuición sobre el uso de recursos que tenía antes de la participación popular.

Y hay una tercera que es más bien identitaria: el deseo de que sea reconocido como un pueblo con una identidad forjada en su tránsito hacia el desarrollo. Uno que no se ha sentido representado por las narrativas predominantes en el país porque no han incluido su historia y su carácter.

Esta simplificación ha tenido héroes y villanos con aciertos y errores, pecados y redenciones. No es una historia perfecta como ninguna lo es.

Sin conocer el contexto podríamos pesar que el paro es sólo por una fecha de un operativo censal. Pero comprendiéndolo vemos que es una lucha por el “deseo de ser”.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Pablo Mendieta Ossio

Economista en el campo de políticas públicas

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