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Compromiso, fe, convicción. Determinación, resistencia, organización. Estas palabras describen en pinceladas grandes, lo que sucedía entre las calles y hogares cruceños durante los treinta y seis días de paro cívico indefinido. Entre octubre y noviembre de este año, la ciudad y departamento se paralizaban, deteniendo el vigor que sentimos cuando pensamos en Santa Cruz. Sólo bastaba con hablar con el vecino, hermano o compañero de trabajo, para comprobar cómo personas a pie y en bicicleta, pequeños y grandes negocios, jóvenes y mayores, acataban el paro, saliendo una vez más a las calles, apropiándose de su espacio público.
No es para menos. En un país donde la independencia de poderes ya no existe, donde el derecho a la disidencia no se respeta, donde el Estado de derecho es cada vez más violentado y donde los derechos políticos se pisotean constantemente, las personas manifiestan su descontento protestando con lo más inmediato que tienen a mano, porque sienten que no existe otra alternativa. Sea cerrando el acceso a su calle o barrio con su propio vehículo, apoyando ollas comunes o alentando a sus vecinos en las rotondas o avenidas, el paro fue un ejercicio de protesta y de desobediencia civil.
El corolario: un cabildo multitudinario, contundente y con determinaciones categóricas. La principal de éstas, la revisión de la futura relación política de Santa Cruz con el Estado boliviano. Este nuevo capítulo de nuestra historia como pueblo y como proyecto de sociedad se aprobó y decidió escribirse sin haberlo necesariamente buscado. Pero dadas las circunstancias, el hastío que se respira luego de 17 años de tiranía, y la fuerza de la sociedad civil, este desafío se nos presenta como una oportunidad de plantear soluciones ante el fracaso del modelo estatal plurinacional. Y junto a ello, la reconducción del proyecto cruceño.
¿Qué es pues, el proyecto cruceño? La forma más simple de definirlo es un proyecto de sociedad en sí y para sí misma. Es una forma de entender cómo los cruceños —ese contingente humano, resultado del mestizaje entre el viejo y nuevo mundo— creó una unidad, primero física-territorial, después social, cultural y económica y posteriormente política. Consagrada en el reconocimiento de un proyecto en común que busca entender su pasado, su presente y su futuro, este proyecto de sociedad se ha forjado a partir de la convicción por ser y estar en el mundo, convicción que comenzó hace casi cinco siglos. Desde entonces, el proyecto cruceño se moldea día tras día, dando una batalla continua por aquello que entiende le corresponde al pueblo al cual se debe.
Como toda idea viva que busca perdurarse en el tiempo, el proyecto cruceño ha ido evolucionando, ajustándose a los nuevos contextos y circunstancias que le ha tocado vivir. Así pues, podemos entender que no serán iguales las 21 instrucciones que el cabildo cruceño diera en 1825 a los delegados a la Asamblea Deliberante en Sucre, al Memorándum de 1904 redactado por la Sociedad de Estudios Geográficos e Históricos. Mientras en el primer caso se veía con esperanza la adhesión al emergente Estado boliviano, el segundo realizaba una dura interpelación al mismo Estado ante el rosario de agravios—algunos cometidos con alevosía—contra los intereses de la región y por lo tanto de la misma nación boliviana.
El injusto olvido al que fuimos sometidos, la discriminación geográfica y cultural a la que fuimos sujetos mediante la negación a ser incorporados a las políticas nacionales y las consecuentes pérdidas territoriales del espacio cruceño cimentarán el despertar de una consciencia regional. Y a pesar de todo ello, es importante resaltar que esta consciencia estuvo siempre acompañada de propuestas de cambio, por lo tanto, de esperanza.
¿Y si tuviéramos que marcar un momento de ruptura, el momento en el que las cosas comenzaran a dar a nuestro favor, cuándo sería? El cúmulo de propuestas de cambio que fuimos proponiendo sólo lograrán plasmarse a partir de 1963. Gracias a la creación de espacios políticos propios, pudimos finalmente conjugar todo aquello que era importante para el proyecto cruceño: ciencia y tecnología; razón, universalidad, y equidad; y desarrollo, crecimiento e innovación. Los dos ejemplos de espacios políticos más evidentes: el Comité de Obras Públicas y la Corporación de Desarrollo de Santa Cruz. En épocas más recientes, los gobiernos autónomos departamentales.
El proyecto cruceño ha logrado mantenerse en el tiempo, debido a las falencias crónicas y estructurales de un Estado ausente. Si bien la construcción de una plataforma de demandas económicas, sociales y políticas son resultados tangibles, en realidad el proyecto cruceño se alimenta de un proceso que no solemos ver, pero que posibilita el desarrollo de ideas y planteamientos claros. Me refiero a la capacidad de alimentarse del diálogo que establecemos con los distintos grupos y organizaciones que conforman la sociedad civil. Precisamente es en el diálogo, en el encuentro, en la discusión y debate sobre prioridades, demandas y necesidades, que se logra cristalizar los puntos de inflexión de cada época histórica, marcando cada ciclo político que nos ha tocado vivir. Gracias a los espacios de diálogo logramos superar las barreras que hubieran impedido que las partes de nuestro proyecto de sociedad se reconozcan, se entiendan y lo más importante: se vean como parte de un todo.
¡Qué sencillo que parece, pero cuán difícil es lograrlo! El diálogo es el elemento aglutinador que solidifica la confianza. Confiar en el otro, en el diferente, en quien no es de la misma clase social, de la misma provincia, o del mismo oficio, implica necesariamente curiosidad por conocer. Y conocer–en nuestro caso— nos lleva a nivelar al otro en nuestra interacción con él, asumiendo que lo importante es humanizar a quien a priori, no conocemos. Confiar en quien es distinto nos ha llevado a construir relaciones horizontales que permiten que el diálogo sea más fluido. Pero establecer diálogo, con agendas que a veces se contradicen, que precisan ser discutidas para generar consensos, puede ser un desafío en sí mismo. Ello requiere se activen una serie de valores y actitudes respecto a cómo nos entendemos y definimos como sociedad, como proyecto en sí.
En nuestra siempre tensa relación con el Estado boliviano, cada etapa que logramos consagrar para los anales de nuestra historia estuvo acompañada de planteamientos políticos que avanzaron cuando logramos que la correlación de fuerzas entre Estado y Región diera a nuestro favor. Recordemos pues, que la razón por la cual llegamos a inflexiones históricas tan profundas ha sido precisamente, por no querer aceptar que Santa Cruz se piensa a sí misma, y que sabe qué quiere para sí. Ayer fue Terebinto, hoy los cercos fallidos a la capital. Ambos fueron conflictos que pudieron ser resueltos y evitados, pero que solo contribuyeron a calar más hondo nuestra consciencia colectiva sobre la cuestión regional. La Lucha por las Regalías fue un momento histórico en donde nos convencimos de la necesidad de articular un proceso de insubordinación fundante, que resultó en la revigorización del Comité de Obras Públicas en 1963 y la constitución del contrapoder político regional. El cabildo del 13 de noviembre puede ser el comienzo de una nueva oportunidad para desatar otra insubordinación fundante, ya que el cabildo tuvo un claro mandato: revisar nuestra relación política con el Estado boliviano.
El pueblo cruceño, que tiene conciencia de sí y para sí, sabe qué tiene que hacer. Sabe que necesita generar una marea de discusiones sobre la cuestión regional y nuestra relación política con el Estado boliviano. Sabe que debe cuestionar cuánto hemos avanzado en nuestra capacidad de implementar las agendas de desarrollo que cada época histórica ha marcado para nuestra población. Sabe que necesita preguntarse a sí mismo y al resto del país por qué el Estado boliviano se niega a aceptar que la sociedad cruceña tenga una visión propia, que pueda ofrecer un proyecto particularmente suyo que funcione para su gente. La respuesta del gobierno al paro cívico evidenció que no es con Santa Cruz ni con los cruceños que yacen las obligaciones, alineamientos, ni compromisos políticos estatales del Estado plurinacional. Por lo tanto, sabe que debe generar un debate que cuestione la sumisión de este gobierno a intereses políticos e ideológicos fuera de los confines nacionales, demostrando el grado de dependencia respecto a proyectos ajenos al cuerpo político de la nación boliviana en su conjunto.
El desafío del presente es grande. Si bien estamos acostumbrados a proponer cambios, un nuevo paradigma y horizonte capaz de sembrar esperanza, es una tarea que nos pondrá nuevamente a prueba. Pero sabemos que la política que hagamos hoy, este ejercicio ciudadano de reflexión filosófica, de diseño jurídico-constitucional y de imaginación moral, será pues, la historia que estamos por escribir, aquella que nos tocará contar mañana.