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La obra de Nicolás Maquiavelo sigue dando materia fértil para la interpretación de la realidad política actual, quizás por su calidad polisémica, abierta a múltiples lecturas, como bien lo vio Pedro Shimose en un un excelente libro, “Reflexiones maquiavélicas”, cuya tercera edición (1998), autografiada por el escritor beniano, repaso por estos días.
En la introducción (“Polisemia del texto”), Shimose hace un recuento de algunas de esas lecturas diversas, suscitadas a lo largo de los siglos. Recuerda que, para Francis Bacon, el valor de la obra del florentino está en mirar de frente al ser sobre el deber ser: “Debemos estar agradecidos a Maquiavelo y a los autores que como él escribieron sobre lo que los hombres hacen y no sobre lo que deberían hacer”.
Para Baruch Spinoza, lo importante estaba en la prevención contra los caudillos providenciales y sus paranoias: “Es posible que Maquiavelo quisiera mostrar al pueblo libre que no conviene confiar la propia seguridad a un solo hombre que, a menos que se engañe a sí mismo y crea que puede agradar a todos, temerá constantemente que le tiendan trampas”.
Jean-Jacques Rousseau y Antonio Gramsci lo volvieron revolucionario, el primero señalando que “fingió instruir a los reyes, pero en realidad enseñó una magnífica lección al pueblo; El Príncipe es libro para republicanos”; y el segundo reinterpretándolo desde una noción colectivista propia del materialismo histórico: “Maquiavelo dio a su concepción la forma fantástica y artística, personificando el elemento doctrinal y racional en un condottiero que representa plástica y antropomórficamente el símbolo de la voluntad colectiva”.
Por su parte, Maurice Merleau-Ponty subraya la transparencia, el triunfo sobre la opacidad: “Hay una manera de alabar a Maquiavelo que es todo lo contrario del maquiavelismo, puesto que honra en su obra cuanto tiene de contribución a la claridad política”.
Y añade Shimose con ironía: “Hay otras lecturas más, pero como se ve, todas funcionan”.
El libro del escritor beniano es un poemario, que nunca podremos recomendar lo suficiente, y ofrece una valiosa aproximación desde la subjetividad a la biografía y la obra del autor de “El Príncipe” y de los “Discursos sobre la primera década de Tito Livio”.
Puede parecer una sugerencia extraña, pero los analistas políticos podrían encontrar dimensiones nuevas sobre el corpus maquiavélico y su impacto universal, en este libro de poesía que concluye con la “Inscripción en una urna funeraria vacía”: “Ningún elogio está a la altura de tal nombre./Pero han de saber los turistas/que los restos de este hombre/están en todas partes, menos/en esa urna de Santa Croce”.