Escucha la noticia
El caso de pederastia –revelado hace poco por el periódico El País de España y con sonoras repercusiones en Bolivia– que involucra a un jesuita hace años fallecido, implica aspectos sobre los cuales muy poco se debate. Son estos los que me interesa comentar.
Debemos precisar que si Alfonso Pedrajas –Pica, como era conocido en Bolivia– es culpable del delito que se le imputa debe ser así declarado y quienes fueron cómplices o encubridores castigados según los disponga las leyes en vigencia. Sin embargo, antes de que sean aclarados los hechos y comprobada la veracidad de las acusaciones se ha desencadenado en el país un clima de persecución a una orden religiosa –los jesuitas–, a las obras educativas y sociales que administra, y a través de ellas a la Iglesia Católica, percibida sesgadamente como el enemigo social a abatir.
Previamente, es necesario puntualizar que este caso es digno de los adeptos a las teorías de conspiración. Se acusa a un sacerdote fallecido hace catorce años por delitos que habría empezado a cometer hace cincuenta años atrás. Esos elementos, además de otros, seguramente motivaron la negativa de la Fiscalía de España de investigar el caso por razones de prescripción. En nuestro país es seguramente también el caso, y por ello el presidente de Bolivia propone la imprescriptibilidad de los delitos de pederastia y crear una comisión de la verdad. Sin embargo, antes de que esa propuesta sea ley –y olvidando también que ninguna ley tiene efecto retroactivo–, la Fiscalía boliviana actúa diligentemente allanando, convocando y actuando en un frenesí para satisfacer y alimentar aún más el escándalo.
Pero el asunto es más complejo –digno de los adeptos a las teorías de conspiración, como indicamos más arriba–. Pica habría confesado sus agresiones en su diario de 383 páginas, registrado en su computadora. Como ese diario era sus “confesiones”, habría solicitado a su novio que nadie tuviera acceso a esa computadora. El tal novio habría desoído esa voluntad y la habría entregado a un hermano de Pedrajas que vino de España luego de la muerte de Pica. Desde entonces, ese diario habría estado abandonado en un rincón en la casa de la madre de Pica hasta que fue descubierta por un sobrino, quien lo entrega al periódico español el País. El asunto se vuelve más complejo cuando leemos también que el novio de Pica habría descubierto antes horrorizado las confesiones en tal diario y que “sin pensar en las consecuencias, envió al hermano, por Courier Express, un DVD en el que grabó decenas de fotografías y las memorias”. ¿El tal diario estaba en el disco duro de la computadora, en un DVD o, como también se indica, en 383 paginas ya mecanografiadas? Es comprensible que cuando el superior de los jesuitas pidió al sobrino conocer el diario esa exigencia no haya sido satisfecha.
El asunto adquiere matices más pasmosos cuando surgen más y más testigos, victimas y denunciantes. Seguramente –si los hechos que se le imputan a Pica son ciertos– las victimas silenciadas tienen al fin la oportunidad de gritar su verdad. Pero también es
clima propicio para la insurgencia de oportunistas y embusteros, sobre todo acicateados por diversos tipos de carnada, entre ellas la espectacularidad momentánea que brindan los medios. ¿Cómo develar lo uno de los otro? Un personaje por demás sobresaliente en ese contexto es Pedro Lima, el exjesuita llegado al país desde Paraguay para denunciar más victimarios al interior de la Compañía de Jesús. El exjesuita señala que fue expulsado de la Orden en una estrategia para silenciarlo.
Fuera de Bolivia Pedro Lima trabajó con la orden en Paraguay, pero los jesuitas en ese país dicen que no denunció los abusos en los casi 10 años que él trabajó con ellos.
Alberto Luna, jesuita del Paraguay, recordó que Lima llegó allí el 2012, “huyendo de los partidarios de Evo Morales, porque -según dijo- se opuso a las prácticas deshonestas del gobernante MAS”. Lima, reiteradamente señala que teme por su vida, pero no se va a callarme”. El asunto deriva en lo rocambolesco cuando la prensa publica que llega a Bolivia Jordi Bertomeu, hombre clave del entorno del papa Francisco, presentándolo como el “agente 007” del papado.
Tal efervescencia puede ser descifrable si especulamos que no es estrictamente a Pica a quien va dirigida tal ofensiva, sino a un grupo, a la Compañía de Jesús. Es curioso que esa orden sea conocida como los Jesuitas, cuando tal apelativo se lo colocó en sus orígenes como término ultrajante. Y es que desde su nacimiento tal Orden religiosa fue polémica, desarrollando su labor entre la adulación y la diatriba. Tanto gobiernos liberales como comunistas intentaron siempre limitar sus actividades. Punta de lanza de la Contrarreforma le valió ser la bestia negra en los países protestantes. La aprehensión contra los jesuitas se puede resumir en el escrito de Napoleón: “Los jesuitas son una organización militar, no una orden religiosa. Su jefe es el general de un ejército, no el mero abad de un monasterio. Y el objetivo de esta organización es Poder, Poder en su más despótico ejercicio, Poder absoluto, universal, Poder para controlar al mundo bajo la voluntad de un solo hombre [El Superior General de los Jesuitas]. El Jesuitismo es el más absoluto de los despotismos y, a la vez, es el más grandioso y enorme de los abusos”.
Si tal seria el meollo del problema, habría que preguntarnos: ¿Qué es lo que actualmente se teme de los jesuitas y por qué? El carisma de los jesuitas es discernir la presencia de Dios en lo concreto, por tanto, en lo social. Un conocido ocurrencia
señala: “Un dominico, un franciscano y un jesuita están un día en una iglesia cuando se produce un apagón y se quedan a oscuras. El dominico aprovecha para reflexionar profundamente entre el contraste entre la luz y las tinieblas, el franciscano se postra humildemente y comienza a rezar ‘a la hermana luz y la hermana tiniebla’, y el jesuita… va a la sacristía y cambia los fusibles”.