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De alguna manera somos testigos del renacer de la política. En efecto, lo que nos han mostrado los debates electorales luego de 20 años de silencio, es que vivimos una profunda transformación del campo ideológico y simbólico, y con ello, se va instalando el discurso político en términos postmasistas.
Hace unos años atrás declararse liberal era casi vergonzoso, en cambio la izquierda era sinónimo de honestidad, patriotismo, inteligencia y valor. Hoy las cosas se han invertido, muy poca gente se declararía de izquierda porque casi de inmediato se lo asocia con corrupción, muerte, secuestro, narcotráfico. Esta transformación conceptual puede ser la expresión de un proceso de desestructuración ideológica acompañada por una apertura discursiva, donde los antiguos lenguajes políticos son resignificados o reconfigurados situándolos como superiores a la jerga socialista.
Ante esto, el MAS ha optado por un discurso defensivo y autorreferencial, en el que han desaparecido elementos que en su momento fueron sustanciales, su famosa Revolución Cultural no ha dejado rastro en la conciencia ciudadana, en cambio, en los partidos de la oposición el discurso se desliza desde la denuncia a la reconstrucción ética y moral de la política.
En este contexto, las fuerzas democrático-liberales han vencido los viejos complejos y hoy se muestran sin tapujos como una opción nítida del capitalismo, lo promocionan como el triunfo de la historia y del capital, con lo que, de alguna manera ha incrementado su capacidad para interpelar a la sociedad. No solo se expone la victoria del capitalismo como modelo de sociedad y economía, sino, además se recurre a una narrativa centrada en la competitividad, las capacidades humanas, la institucionalidad, la lucha contra la corrupción etc.
Por otro lado, la izquierda populista articulada en torno al Movimiento al Socialismo (MAS), atraviesa una crisis de legitimidad discursiva producto de su propia implosión, divididos como están las diferencias discursivas se ha marcado con mayor nitidez, mientras los evistas se anclaron en el campo de las visiones de raza, en las categorías de la vieja izquierda marxista y en los dogmas del siglo pasado, los arcistas en cambio, quedaron atados a un socialismo híbrido que pretende no mostrarse desmantelado, aferrándose a lo “popular” sin ser ya su mejor exponente.
Conceptos como justicia social, igualdad o Estado plurinacional, que en otro momento constituyeron pilares fundamentales de su horizonte utópico, hoy aparecen vaciados de contenido, y ante esto, el discurso masista se ha vuelto defensivo y autorreferencial centrado más en la preservación de cuotas de poder que en la renovación de su imaginario político. En lugar de ofrecer visiones de futuro, lo que predomina en el MAS es una retórica pragmática y muchas veces contradictoria que lo retrae al pasado inmediato y a las glorias del caudillo.
En respuesta a la pérdida de legitimidad de los lenguajes tradicionales, (el liberalismo a ultranza y el socialismo fracasado) emergen colectivos ciudadanos, plataformas digitales, organizaciones barriales, liderazgos juveniles, feministas etc. Cuyos discursos se inscriben de lleno en la modernidad globalizada. Ya no funcionan en el eje izquierda/derecha, sino, en la ecuación identidad/reconocimiento. Son los parámetros que hemos denominado en otros escritos bajo el concepto de “ciudadanización de la política”
Basados en lo que acabamos de exponer brevemente, podríamos aseverar que estamos ante una transición que va desde la ideología hacia el relato, del programa político hacia la experiencia vivida, de la identidad social hacia la representación ciudadana. En gran medida, el ciudadano de a pie ya no buscan líderes doctrinarios, sino voces cercanas y creíbles capaces de dar sentido a su vivir cotidiano, a sus expectativas frustradas y sus dificultades diarias.
La política boliviana contemporánea atraviesa pues una mutación estructural de sus discursos, y la percepción ciudadana percibe que la erosión de los marcos ideológicos tradicionales a los que estábamos costumbrados ha desplazado el conflicto hacia territorios simbólicos aún en construcción, de ahí que ningún discurso es del todo creíble. Comprender esta transformación resulta indispensable para imaginar alternativas que superen la repetición de promesas vacías y permitan superar la oscura herencia que nos dejaron 20 años de hegemonía masista.