Resiliencia de las letras
Las letras están bajo ataque, pero sobrevivirán. Algunos creen que en la sociedad de las pantallas no hay lugar para los libros, la prensa escrita, y el tipo de análisis que les es inherente, la reflexión, el pensamiento. Para ellos todo se reduce a mensajes breves que emocionan. No hay que explicar ni comprender.
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Nuestra mente manejada por algoritmos, que nos hacen retroceder al uso de un pensamiento binario, que fragmenta la totalidad y toma a un pedazo como todo. Para los fanáticos, existe una realidad en blanco y negro, no perciben la riqueza cromática del mundo. Cuando se enfrentan a sus adversarios, no combaten sus ideas, sino que los persiguen porque creen que solo hay buenos y malos, santos y corruptos, frailes inquisidores y brujas. Toda duda esta absuelta, como decía un sabio maestro jesuita, “tienen las cosas muy claras y eso es propio de los tontitos”. Las ciencias del comportamiento dicen que la condición humana es más compleja que la lógica binaria del Pato Donald.
Algunos creen representar a un proletariado que desapareció, combaten al capitalismo y luchan por una revolución que se esfumó en 1990. Otros siguen combatiendo al comunismo, llaman zurdo para descalificar a los que no comparten sus mitos. Llegan a equivocaciones radicales, como concluir que Juan Carlos Onganía, autor de la legislación laboral que combaten, fue un bolchevique, respaldado por curas y sindicalistas que bajaron de la montaña con efigies del Che en sus boinas. Están intoxicados con doctrinas que disfrazan sus angustias.
Edgar Morin, dice “deberíamos vivir con teorías y no con doctrinas, con ideas en las que creemos, pero de las que no estamos completamente seguros”. Cuando una teoría se vuelve demasiado rígida, no estimula el desarrollo del pensamiento, sirve para unir, pero no para razonar. Pensar es dudar, explorar territorios desconocidos, lejos de los dogmas, manteniendo la fe en verdades que siempre son relativas. Morin combate el pensamiento binario, simplificador, centrado en una verdad única, que no admite refutaciones, interrogantes, ni debate.
Nunca recibí en PERFIL una indicación de cómo dirigir mis escritos
La quema de libros ha sido promovida por autoridades políticas o religiosas, movidas por el fanatismo. Los fanáticos de todo pelambre odian los libros. En 1933, los nazis quemaron unos cuarenta mil textos, en los que estaba la obra de Freud, Marx, Brecht, Heine y los hermanos Mann.
Pero la barbaridad también se produjo en Estados Unidos: cuando las autoridades quemaron 500 ejemplares del Ulises de James Joyce por juzgarlo “inmoral”. Ray Bradbury protestó contra la incineración de libros, publicando en 1953 “Fahrenheit 451” novela que lleva como nombre la temperatura a la que se quema el papel.
He sido criticado por mis afirmaciones sobre la fuerza y la vigencia en la política de las redes. Desde el “salto del bache” de Macri en el 2005, hasta 2019, algunos me acusaron de promover una comunicación política banal. Estaban en el mundo del deber ser. Tal vez sería edificante que los candidatos pronuncien discursos en latín, que tomen cursos de oratoria, escriban programas, alquilen locales para que sus punteros fumen y jueguen cartas. Botarían su dinero y perderían las elecciones.
Me encontré con que existía una nueva realidad en la que la gente entiende la política con elementos que están más allá de las palabras, gráficos, memes, música. Existe una concepción lúdica de la realidad, y los principios conservadores se ven cuando se convierten en espectáculo como la Iglesia del Palmar de Troya.
Me guste o no, la democracia funciona así. Cuando un candidato es superior y usa esas herramientas, es casi imparable. Pasó con el macrismo que arrasó en todas las elecciones entre 2006 y 2019, y con candidatos de otros países, que supieron salir del modelo tradicional de hacer política. Nueve de cada diez candidatos a los que aconsejamos con este método, gana las elecciones.
En 2023 ganó Javier Milei, sin el respaldo de ningún partido, ni de dirigentes con un gran currículum. Hicieron su campaña personas poco conocidas, semejantes a los candidatos presentados por el macrismo joven. En Las elecciones de la ciudad de Buenos Aires, Gabriela Micheti, María Eugenia Vidal, Horacio Rodríguez Larreta; en las de la provincia Francisco de Narváez y Esteban Bulrich, tuvieron triunfos espectaculares sin un currículum frondoso. Antes de su aparición en la alta política no habían sido senadores, ministros o gobernadores. Eso sí eran dirigentes de primera. Semejantes a lo que son Karina Milei, Santiago Caputo, Diana Mondino, Sandra Pettovello, Ramiro Marra: personas inteligentes, nuevas para los electores.
Hasta allí el triunfo de la nueva comunicación política. Pero no hay que confundir las cosas. Las redes y el espectáculo son indispensables para ganar las elecciones y para la comunicación de un gobierno, pero generan lealtades superficiales que cambian en cualquier momento, y un pensamiento divertido y fugaz, que se esfuma sin dejar huellas.
Los presidentes elegidos con este tipo de comunicación, Boric en Chile, Lasso en Ecuador, Castillo en Perú, Bolsonaro en Brasil, Petro en Colombia, gozaron de gran popularidad en los primeros meses de gobierno y después se desmoronaron.
Para consolidar una alternativa de cambio que tenga vigencia a través del tiempo, no es necesario crear el aparato de punteros de la antigüedad, ni es suficiente armar una red virtual de comunicación. Para consolidar un proyecto, tan indispensables como las redes, son los tradicionales medios de comunicación. Las redes sirven para movilizar rápidamente a la gente en cualquier dirección, y momento, motivada por sentimientos y eventos espectaculares, pero su efecto es fugaz.
La adrenalina que se produce cuando una multitud lincha a un delincuente, desaparece pronto y es reemplazada por arrepentimiento y vergüenza. Mas allá del mensaje negativo se necesita llegar a la población con mensajes positivos de esperanza, algo que tenga un ingrediente de utopía. Es lo que hizo Milei en campaña. Mas allá del discurso en contra de la casta, estaba la promesa de que todos íbamos a vivir mejor.
Es bueno que cuadren las cuentas nacionales, pero al mismo tiempo debe haber prensa libre. No es una declaración teórica, sino algo que nos permite vivir mejor. Si las reformas que impulsa Milei se aprueban por unos pocos votos en la cámara, no servirán para mucho. Los traidores que se pueda comprar, se irán en cuanto tengan una mejor oferta. Sun Tzu decía que al traidor hay que usarlo y ejecutar de inmediato.
Es necesario que la población entienda los cambios y los apoye. Hay que llegar a una consenso nacional, convenciendo a la población de contenidos que no pueden transmitirse a través de un twit. Para eso están medios como la televisión, la radio y sobre todo la prensa escrita. No hay que anular la pauta de los medios, hay que incrementarla no para comprarlos, sino para que el cambio político tenga permanencia.
La inversión privada no va a países que están gobernados por la derecha o tienen equilibrio fiscal, sino a los que parecen más estables, son previsibles, respetan la legislación nacional e internacional. En el 2002 los capitales fueron más al México de AMLO, al Brasil de Lula, al Chile de Boric, a la Colombia de Petro. Huyen de países en los que las élites se dedican a perseguirse entre sí, sin que sus peleas tengan la menor relevancia en el conjunto de la humanidad.
Esta semana Javier Milei dijo que esperaba que quiebre PERFIL, atacó a otros medios y periodistas importantes. Esa fue una equivocación. La libertad de prensa es un pilar de la democracia, de la seguridad de todos los ciudadanos y una carta de presentación indispensable en la sociedad civilizada contemporánea.
Desde que Jorge Fontevecchia me invitó a colaborar con el grupo PERFIL hace 15 años, estuve siempre muy cómodo porque nunca recibí ninguna indicación para dirigir mis escritos en una u otra dirección. Durante mucho tiempo Jorge y otras autoridades del periódico tuvieron una línea de oposición a políticos a los que respaldaba y eso no fue un problema. Al revés, la discusión con puntos de vista, a veces muy encontrados, cimentaron una amistad que aprecio en grado sumo. Compartí el espacio con columnistas que eran enemigos acérrimos de Mauricio Macri, pero esto no fue un obstáculo, provocó una discusión interna que enriquecía las perspectivas de todos.
PERFIL y Noticias se fundaron en 1998, fueron clausurados repetidamente por gobiernos autoritarios. La dictadura militar encarceló a Fontevecchia en el centro clandestino “El Olimpo”, y le obligó a exiliarse en los Estados Unidos. Durante el gobierno de Menem la persecución culminó con el asesinato del fotógrafo José Luis Cabezas. Durante el kirchnerismo, la edición del disco “Serás lo que has sido”, enojó tanto al gobierno, que nos discriminó quitando toda publicidad oficial, y prohibiendo el acceso a las fuentes oficiales, incluso a la Casa Rosada. La justicia ordenó, durante el gobierno de Macri, que se indemnizara a PERFIL por los daños ocasionados por la discriminación. Aunque algunos pedimos que se cumpla la sentencia, elementos conservadores de ese gobierno impidieron que eso sea así. Bradbury diría que estuvimos cerca del Fahrenheit 451, pero nunca nos incineramos.
La prensa independiente siempre fastidia a los gobiernos, de cualquier tendencia. Viajo con frecuencia a países de la región y cuando me entrevisto con sus presidentes, de cualquier tendencia, siempre escucho la misma frase “la prensa está comprada por la oposición, reciben sobres para combatirme”.
Los periodistas, generalmente son críticos. Tienen sus simpatías y aversiones, dan mejores noticias de sus afines, y peores de los que les caen mal. Es bueno que existan medios de todas las tendencias, que la discusión integre distintos puntos de vista. No solo porque se enriquece el debate, sino también porque todo pasa, el poder es efímero, los que se enojan porque no les adulan ahora, sufrirán después porque no podrán criticar. La prensa libre y plural debe tener respaldo aunque en el plazo inmediato fastidie al poder.