Opinión

Ruinas de Icaria

Emilio Martinez

Escritor y analista político

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El sol de la realidad ha disuelto las alas de cera de la utopía. Cien millones de víctimas del socialismo científico. Habría bastado saber del paso de la sombra por Denton, por Sonoma y por Nauvoo de Monsieur Cabet, para evitar tanta masacre absurda.

En la segunda mitad del siglo XIX, grupos de socialistas utópicos encabezados por el francés Étienne Cabet fundaron en los Estados Unidos una serie de colonias comunistas, de acuerdo al modelo propuesto por el líder en su libro “Viaje a Icaria”, donde describía la que a su parecer debía ser la sociedad perfecta, en la cual la abolición de la propiedad privada conduciría a la eliminación de la pobreza. Grave error.

Una a una, las colonias (seis en total) fueron entrando en crisis sucesiva, acabando en la ruina económica, la autodisolución y las disputas judiciales posteriores, no sin que antes Cabet hubiera intentado multiplicar las regulaciones absurdas sobre la vida de los pobladores.

El experimento fracasó rotundamente, pero por llevarse a cabo en el marco de una sociedad libre los colonos pudieron escapar de la utopía. En el futuro, otros no tendrían tanta suerte.      

La imaginada isla, resplandeciente en los sueños, fue semilla negra de ciudades terribles y alambradas pesadillas.

Sucede que Cabet fue una de las influencias fundamentales sobre el pensamiento de Karl Marx, donde el socialismo utópico se hizo “científico”, pretendiendo haber develado las leyes de la historia, aquellas que llevaban de manera indefectible a la instauración de la sociedad comunista. Y ay de quienes se opusieran a la historia.

Los experimentos sociales masivos llevados a cabo en la Unión Soviética, la China de Mao, la Camboya de Pol Pot y Europa del Este, entre muchos otros sitios que llegaron a abarcar dos tercios del mundo, y de los que no era posible escapar como de las colonias icarianas, terminaron arrojando la cifra aproximada de cien millones de víctimas, por Gulag, por ejecuciones y por la hambruna que siempre generaron los programas colectivistas.

En América Latina, Cuba fue nuestra Icaria, la utopía armada con sus profetas barbados y flamígeros, que buscaban forzar la entrada en la historia de todo el subcontinente. El resultado de este mesianismo a sangre y fuego fue desestabilizar democracias frágiles y darle excusas a los autoritarismos militares, mientras al interior de la isla se esfumaba el desarrollo pre-revolucionario, que había puesto a Cuba entre los cuatro países mejor situados de la región.

Se intentó ocultar el fracaso bajo el relato del “bloqueo”, que apenas existió durante la crisis de los misiles y que luego se redujo a un embargo que sólo impide a Cuba comerciar con los Estados Unidos, quedándole a sus anchas el resto del planeta.

Sin embargo, algo del mito de la revolución subsistía. Hasta ahora, cuando los jóvenes de 34 poblaciones cubanas salen a la calle para exigir libertad, enfrentándose al aparato de control del poder totalitario.

Ojalá que los jóvenes que cantan “Patria y Vida” logren desplazar finalmente a la dictadura burocrática, con su nomenklatura oligárquica. Pero aún cuando esto no fuera inmediato, ya han logrado arrancarle las últimas máscaras a la Icaria del Caribe.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo

    


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Emilio Martinez

Escritor y analista político

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