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Caminaba por el Prado paceño en julio de 2014 y recibí una llamada preguntándome si estaba interesado en trabajar en CAINCO. Un año antes había enviado mi CV a muchos, muchos lugares, incluyendo la Cámara, pero no recibí respuesta. Ya había descartado trabajar fuera del sector público. Pero eso cambio hace 11 años y 1 mes.
Venir a Santa Cruz fue un desafío porque la conocía muy poco. Sólo había estado un día en 2001, 10 en 2005 y esporádicamente algunos días los años siguientes. Sabía que contaba el apoyo de mi familia paterna, en especial Rojas Mendieta, que fue clave estos años. Además, estaba la difícil decisión familiar de movernos con hijos pequeños que ya tenían su entorno formado.
Desde eso hasta el presente con mi familia hemos tenido muchas alegrías como también algunas penas y muy profundas. Ha sido una travesía con altas y bajas, un viaje con bendiciones como también con sombras de muerte. Aunque dos de mis hijos viven fuera del país, tienen una clara impronta cruceña; y el que vive con nosotros la tiene como su tierra. Desafortunadamente, mi cuarto hijo descansa en paz en suelo cruceño.
Trabajar en una organización que es clave para la institucionalidad cruceña ha sido esclarecedor para comprender qué es Santa Cruz, cuál es su historia, cuáles sus decepciones y también cuáles sus sueños. Confieso que, como varias personas del resto del país, no conocemos Santa Cruz; y, en honor a la verdad, desde acá tampoco se conoce a esa otra Bolivia.
Un descubrimiento que recalco frecuentemente es que, en mi paso por mi natal Potosí, mi adolescente Salta (Argentina), mi exigente Santiago (de Chile), mi ajetreada La Paz y mi cálida Santa Cruz, he encontrado algo en común: seres humanos con sueños, frustraciones, anhelos, decepciones, rutinas y sobresaltos. Simplemente humanos. Cada uno distinto, único, peculiar y, por lo general, buena gente.
Menciono esta característica porque en cada lugar citado he encontrado patriotas en el sentido del escritor británico George Orwell, que señaló “Por «patriotismo» me refiero a la devoción a un lugar y un estilo de vida particulares, que uno considera los mejores del mundo, pero que no desea imponer a otras personas.”
Soy un firme defensor del humanismo bien entendido, así como del patriotismo que impulsa a trabajar, emprender y dejar legado. Mi convicción es que cada individuo en el mundo tiene un propósito divino en particular, más allá de la tarea que realice.
Estoy agradecido con cada tierra que me acogió en lo que va de mi vida; y, en este aniversario de Santa Cruz, también quiero honrarle porque me ha permitido colaborarle a trabajar y soñar por ella. En el contexto de mi humanismo y bolivianidad, me considero un cruceño, sin dejar de lado otros gentilicios que me adoptaron.
Por eso quiero compartir tres pensamientos íntimos que me inquietan. El primero es que tengo la impresión de que Santa Cruz debe asumirse como es en este entorno. Ya no es el pueblo alejado de las vías del desarrollo de siglos pasados, sino el lugar que decide el futuro económico y político del país. Por tanto, debe preciarse de su historia, pero comprender que está en otro momento y que necesita otra narrativa.
De igual forma, creo que un reto fundamental es la reconstrucción y reinvención de la institucionalidad cruceña, una que sea adecuada para la región y metrópolis más grande de Bolivia y su siguiente etapa en su desarrollo. Para eso será clave trabajar en forjar más y mejores líderes.
Y, por último, la pregunta desafiante e incómoda. Así como hace más de un siglo Santa Cruz se preocupó por la conexión ferroviaria con el resto del país, mi pregunta radica en cuál es el “ferrocarril del siglo XXI”. O, en otras palabras, ¿cuál es su sueño que une e incita a trabajar en común, así como para integrarse con el país y el mundo?
Hay muchas tareas para Santa Cruz a futuro, desde planificarlas hasta ponerlas en práctica. Y es una labor de varias personas, muchas voluntades y nulas ambiciones de poder. Ese es su Desafío.