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Sin descartar la posibilidad de que una acumulación extraordinaria de factores (unificación de izquierda, voto oculto entre los indecisos y un fraude bastante mayor a los registrados hasta ahora) pueda colocar a Andrónico Rodríguez en la segunda vuelta, las encuestas parecen indicar que nos encaminamos a un balotaje entre dos candidatos opositores, uno con una agenda de cambio radical y otro más contemporizador con un “estatismo bueno”.
O, vale decir, un postulante que apuesta a la profundidad de las reformas y otro a la velocidad, con el planteo de que tres meses serían suficientes para componer lo destruido en 20 años.
Más allá de las preferencias que puedan despertarnos uno u otro, conviene reflexionar sobre el escenario que sobrevendría en esa hipotética segunda vuelta entre opositores, donde el masismo “renovado” o maquillado, desde un probable tercer lugar de la carrera, se convertiría en árbitro del balotaje, decidiendo quién accede a la presidencia del Estado.
Huelga decir que esto conllevaría compromisos de impunidades cupulares e intocabilidad clientelar, con el resultado de un nuevo gobierno con una mano atada en la espalda.
Ante esto, hay una alternativa, que puede ser polémica pero que vale la pena analizar en lo jurídico y político. Y es la eventualidad de que el candidato que resulte en segundo lugar el 17 de agosto resigne su derecho a concurrir al balotaje, aceptando la victoria de su contendiente en primera vuelta. Lo que abriría automáticamente el diseño de un cogobierno entre ambos, que también podría incluir a uno o más de los postulantes opositores que aparecen un poco más atrás en la carrera electoral.
A nivel internacional, existe el precedente de lo hecho en Argentina por Carlos Menem a comienzos del siglo, cuando, a pesar de ser el más votado en primera vuelta, decidió no concurrir en la segunda contra Néstor Kirchner, ante la probabilidad de que este último ascendiera en el balotaje a un porcentaje abrumador, por una coalición coyuntural de los antimenemismos de diverso pelaje ideológico.
Lo importante de una opción como la descrita sería ahorrarle al nuevo gobierno todos los condicionamientos que un masismo “tercero fuerte” le impondría, de manera que exista el margen de maniobra estratégica necesario para las grandes transformaciones indispensables, tendientes a priorizar a la sociedad civil sobre el dirigismo burocrático.
Todo esto debe ser pensado, claro, sin dejar de lado los escenarios alternativos donde el oficialismo, por ahora desdoblado, pueda “inclinar la cancha” para ingresar en la segunda vuelta. Un control electoral potente, como al parecer se está formando entre varias fuerzas opositoras y actores ciudadanos, será crucial para contrarrestar las irregularidades de la doble carnetización y el “voto comunitario”.