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De acuerdo con Octavio Paz, el hombre es un animal que necesita ideas para justificar su vida. Así, con este afán, puede recurrir a la razón y señalar por qué actúa de una forma u otra. Por supuesto, como, además, es una criatura creadora, correspondería que motivara igualmente sus inventos. Se supone que toda fabricación suya puede ser considerada importante, incluso imprescindible, entretanto haya un satisfactorio sustento de por medio. Siguiendo esta lógica, el panorama es amplio: podemos argumentar a favor de la rueda, los aviones, las cárceles, mas también resultaría viable manifestarse sobre sus invenciones culturales. Respecto a estos últimos quehaceres, por su relevancia, me interesa destacar que, sin excepción, las universidades aparecen para cumplir algunos compromisos fundamentales. Su propia existencia, por tanto, dependería del hecho de llevarlos a cabo.
Más allá de formar profesionales e investigar, una universidad debe estar comprometida con la verdad. Es una razón primordial de su existir. Todo campus tiene que ser un terreno fértil para el acercamiento a la realidad, su entendimiento, análisis y explicación. El engaño, en cualquiera de sus expresiones, debería provocar repudio. En este sentido, la charlatanería, las pseudociencias, los fraudes científicos, entre otros males, resultarían incompatibles con esas instituciones académicas. La desgracia es que no se procede siempre de tal modo. Tenemos centros que, en lugar de promover un debate racional y acreditado, prefieren la indiferencia o, peor todavía, sumarse a propagandas marcadas por estafas intelectuales. Es probable que, en estos tiempos de abundantes falsificaciones, reivindicar lo verdadero se vuelva una tarea central.
Pero no se trata de buscar la verdad por vanidad, pedantería, fama o cualquier otra causa superficial. Sin temor, se lo puede plantear como un rol de interés público. Me refiero a que las universidades deben estar comprometidas con su sociedad. Tienen que contribuir a la explicación y, además, posible solución de los problemas sociales. Porque, conforme a este razonamiento, ninguna universidad debería estar desligada de la sociedad en donde realiza sus actividades. Si se hace ciencia, por ende, tienen que considerarse las necesidades de su comunidad. En especial, deben atenderse aquellas dificultades que, desde la perspectiva económica, política o cultural, para citar algunas esferas, afectan nuestro desarrollo. Levantar un templo del saber que desdeñe los asuntos de valor colectivo, alegando su concentración en otros campos, puede juzgarse contrario a la naturaleza institucional-universitaria. Si tenemos a profesores, investigadores y estudiantes que no sienten ningún tipo de inquietud por su problemática social, cabe cuestionar al ente que los cobija.
Existe otra carga que no se debe dejar de lado cuando analizamos el tema en cuestión. Si se buscara la verdad, apreciando el camino del conocimiento científico, que conlleva discusiones críticas, ante los problemas sociales, deberíamos hacerlo porque pretendemos una mejor realidad, es decir, una donde haya mayor libertad. Sin ésta, tanto las universidades como sus sociedades perderían lo más importante que tenemos después de la vida. Ha hecho avanzar al mundo entero; su contrario, la opresión, como lo vimos muchas veces, nos lleva al estancamiento, retroceso y hasta barbarie. Cualquier campus que se crea digno, sin duda, debería rechazar toda medida favorable a la servidumbre o, peor aún, esclavitud.
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo