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Resuenan todavía los ecos de los festejos del Departamento más dinámico y pujante del Estado Plurinacional. De hecho, todos los indicadores (demográficos, económicos, financieros, industriales y sociales) apuntan a que Santa Cruz es y seguirá siendo el motor que hala el desarrollo del país. Le falta, ni duda cabe, un mayor peso político. Pero es cuestión de tiempo y de voluntad.
Adicionalmente, Santa Cruz se está convirtiendo en lo que hace décadas fue La Paz: el crisol de la plurinacionalidad, donde se perfila el nuevo mestizaje del país del futuro. En suma, Santa Cruz es el gigante de la economía y del desarrollo de Bolivia.
Dicho esto, no seríamos justos con ese Departamento si no señaláramos algunos aspectos críticos de su modelo de desarrollo que muestran que sus pies son sólidos, pero están mezclados con barro. Mencionaré tres, con el fin de corregir debilidades que vuelven vulnerable el desarrollo a futuro.
Un primer aspecto tiene que ver con el acelerado y desordenado crecimiento demográfico que, junto con la deforestación y el cambio de uso de suelo, pone en riesgo a los acuíferos. El reciente conflicto acerca del trazo de la carretera Buena Vista-Las Cruces ha encendido las alarmas y ha posicionado esta temática.
El segundo pie de barro es el clima cambiante. Hace 50 años, en mi primera visita a Santa Cruz, me topé con una ciudad única por sus medios de transporte (motos y carretones), sus aceras de dos pisos, pero sobre todo rodeada de un océano verde, gracias a una vegetación exuberante. Hoy todo eso ha cambiado, para bien en cuanto a transporte y urbanística, para mal con respecto al ambiente. La tala indiscriminada de árboles ha dejado a la ciudad indefensa ante los vientos del este que soplan cada vez con mayor intensidad. Santa Cruz se ha vuelto una ciudad más ventosa, más arenosa y con más episodios extremos de calor y de lluvias. Es urgente, por tanto, reforestar los alrededores de la ciudad.
Sin embargo, el verdadero talón de Aquiles del desarrollo cruceño es la energía, la cual proviene actualmente de dos fuentes: el gas que proporciona electricidad mediante termoeléctricas y el diésel que mueve el transporte pesado y la agroindustria. Ahora bien, el ciclo del gas ha llegado a su fin y el diésel es el principal combustible importado por un Estado sin divisas, de modo que la seguridad energética de Santa Cruz no está garantizada a mediano plazo (7-10 años) en el caso del gas y es totalmente incierta en el caso del diésel.
Además, Santa Cruz no posee abundantes recursos energéticos renovables (hídricos, eólicos o solares) para generar toda la electricidad que necesita. Aun suponiendo que el Sistema Interconectado Nacional (SIN) logre suministrar la energía eléctrica requerida, habrá que repensar la infraestructura de transmisión y distribución.
En cuanto al diésel, cuyo peso específico en la hoja de costos de la agroindustria es objeto de controversia, está fuerte e insanamente subsidiado por el Estado. Como medida “parche”, el Gobierno ha optado por construir plantas de biodiésel, sin tener claridad del crecimiento de la demanda de ese combustible, de la provisión de la materia prima y del costo real que tienen esos emprendimientos.
A este respecto, existe el riesgo de que, a falta de materia prima para esas plantas improvisadas, el gobierno opte por restringir las exportaciones de aceites vegetales (que tienen un mercado bien asentado) para alimentar las plantas. No sería la primera vez que se tome esa clase de medidas seudo proteccionistas.
En suma, Santa Cruz necesita su propio Plan de Transición Energética, para lo cual no le faltan talentos humanos ni recursos para encontrar soluciones. ¡Pero hay que hacerlo ya!