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El coraje que tuvieron siete de cada diez venezolanas y venezolanos, el domingo 28 de julio, para arrinconar con sus votos a la tiranía chavista cumple un mes y ya es posible hablar de una gesta democrática porque, a pesar de la despiadada represión ejecutada por uniformados y paramilitares, siguen resistiendo y luchando pacíficamente por el respeto a los verdaderos resultados electorales que, al mismo tiempo, suponen la derrota definitiva de Nicolás Maduro y el inicio del fin de la dictadura de cuarto de siglo en Venezuela.
Por supuesto que el reencauzamiento democrático es el gran objetivo del 70% de los venezolanos que eligió a Edmundo González Urrutia como nuevo presidente y encumbró a María Corina Machado como la líder lúcida e intrépida que se requería en estas circunstancias. Ese 70% ha demostrado en todo un mes que no está dispuesto a que se consume un nuevo robo a la voluntad popular.
Pero, hay un elemento inadvertido por el régimen chavista que se transformado en el combustible de las multitudinarias movilizaciones y de la firmeza ciudadana ante las maniobras de la tiranía y de los socios políticos de Maduro —Lula da Silva, Gustavo Petro y Andrés Manuel López Obrador—, quienes insisten en nuevas elecciones si es que no se presentan las actas electorales del 28 de julio.
Ese elemento es la posibilidad, cada vez más cierta, de que las familias fragmentadas en mil pedazos, fruto del éxodo de 8 millones de personas de todas las edades, vuelvan a reunirse en suelo venezolano; de que abuelas y abuelos conozcan físicamente a sus nietas y nietos nacidos en el exilio; de que hermanos desperdigados por países a los que nunca imaginaron llegar se reúnan nuevamente en la misma mesa; de que padres e hijos que solo se ven por las pantallas de los teléfonos celulares se abracen poniendo fin a la pesadilla provocada por el chavismo.
Se trata, entonces, de una extraordinaria combinación de convicción democrática de los que se quedaron con la esperanza humanitaria de quienes tuvieron que salir de Venezuela, huyendo de la abominable persecución. Se trata de millones de venezolanos que han hecho desaparecer el miedo a la maquinaria criminal que representa el régimen de Nicolás Maduro, Diosdado Cabello, Jorge Rodríguez, Vladimir Padrino y otros capataces de la tiranía que ha matado a unas 25 personas desde el 28 de julio, secuestró y procesó a periodistas y dirigentes políticos, y encarceló a cerca de 2.000 ciudadanos acusados de terrorismo. Familiares de una parte de los capturados por las fuerzas represivas no saben dónde se encuentran y si han sufrido torturas.
Maduro y todos los mencionados dieron por descontado que el fraude electoral, acompañado por el terrorismo de Estado, serían suficientes para amedrentar y generar resignación en una población hastiada de los abusos y privilegios de los poderosos, cabreada con los crímenes de lesa humanidad y cansada de la desintegración forzada de las familias. Se equivocaron. Es una lección que todo tiene un límite y que no hay mal que dure cien años.
Se cumple un mes en el que el chavismo no muestra las actas electorales que demuestren el supuesto triunfo de Maduro con el 51,2%, tal como el Consejo Nacional Electoral sometido a la dictadura anunció la madrugada del 29 de julio en el único boletín oficial que se emitió en torno a la votación. Cobra fuerza la versión de que las boletas fueron destruidas por orden de los jerarcas del régimen y luego no pudieron ser falsificadas con ayuda de técnicos chinos expertos en impresiones fraguadas.
Un mes de presión internacional que han dejado casi en absoluta soledad a Maduro y sus secuaces, y que ha derivado en el resquebrajamiento del bloque el socialismo del siglo XXI con el abierto distanciamiento del Gabriel Boric de Chile y las piruetas de Lula, Petro y AMLO a nivel regional tratando de ayudar a quien ya debió haber abandonado el poder, con negociación de por medio. En el ajedrez geopolítico, la jugada del jaque mate puede ocurrir en cualquier momento.
Hasta el momento el tiempo ha jugado a favor de la corriente de recuperación democrática, pero el panorama puede cambiar, más aún si el chavismo opta por materializar la amenaza del “baño de sangre” para mantenerse en el poder. Es hora de que la resistencia ciudadana, la inteligencia de los liderazgos políticos y la presión internacional empujen juntas buscando un desenlace democrático que consolide la victoria electoral de González Urrutia, el triunfo político de Corina Machado y el retorno de la paz y la democracia a Venezuela. No hay que olvidar que la defensa de la verdad es hasta al final.