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Constantemente se especula sobre candidaturas para el 2025. Mientras en el MAS, Arce y Morales, renovadores y conservadores, pelean por sus espacios, conciliadores proponen a Andrónico Rodríguez. En la oposición llueven candidaturas, moderadas y disruptivas. Unidos o separados es la pregunta «rompecabezas» en ambos bandos.
En tono conciliador, analistas cercanos al MAS, entre ellos el ex vicepresidente García Linera, vienen proponiendo al actual Presidente del Senado como posible candidato de la unión. Su capacidad de acercamiento con las diferentes fuerzas políticas, especialmente al interior del partido, sería esencial para derrotar a una oposición empoderada por la mala gestión económica del gobierno actual. El crecimiento de los populismos de derecha a nivel internacional también preocupa al masismo.
Sin embargo, es difícil imaginar que un presidente en ejercicio se baje de la reelección. Finalmente es él quien, ostentando el poder estatal, mejor puede movilizar a las masas desde la lógica clientelista. No utilizar esa ventaja, en un país como Bolivia, sería demasiado altruista para un presidente más bien obstinado.
Tampoco es probable que Morales, más ambicioso que cualquier otro, deje de resistir a lo que él ve como una traición de su exministro. Es que ya no se trata apenas de ambición o traición, sino de supervivencia. Morales es consciente de que, de no volver a la presidencia en 2025, su carrera política pasaría a la historia. Y quién sabe también su impunidad.
En ese contexto, Rodríguez no sólo tendría que enfrentarse a dos grandes egos, sino también a su consistente capacidad de movilización. ¿Podría equiparar el arrastre clientelar y fanático de Arce y Morales, respectivamente? A un año de la elección, probablemente no sin el desprendimiento simultáneo de ambos. Así, es de esperar que se den dos candidaturas independientes si la restricción constitucional a Morales no se mantiene vigente.
«Sin grandes acuerdos y una política abocada a la reconciliación social o, peor aun, con una política y un discurso apenas antimasistas, el MAS agradecería la oportunidad de rearticulación populista que le daría el mantenimiento de tales clivajes».
Por su parte, la oposición está aun más dispersa. Aunque la necesidad de reducir el gasto público y liberalizar ciertos mercados parece ser consenso, en otros temas más sensibles, particularmente en el ámbito social, la banda de opiniones abarca desde el progresismo hasta el ultraconservadurismo. Particularmente el radicalismo histriónico de este último dificulta aproximaciones provechosas.
Mientras algunos actores de oposición apuntan a la necesidad de una unión anti-MAS para triunfar el 2025, hay quienes se niegan a unirse a cualquier costo. Un creciente libertarismo ultraconservador niega cualquier unión que no ponga al frente sus ideas. En parte tiene razón. Una unión basada apenas en el antimasismo podría ganar una elección, pero sus fricciones internas perjudicarían la gobernabilidad, sin mencionar que el MAS estaría listo para sacar provecho de cualquier error gubernamental.
No obstante, ideas radicales podrían costar la elección. Bolivia no es Argentina, y ningún opositor está cerca de haber hecho el largo e intensivo trabajo comunicacional de Milei. Además, el ultraconservadurismo moral podría espantar al votante promedio de la oposición, que busca un cambio, pero no una nueva aventura populista. Pasar del populismo de izquierda al de derecha, como lo hizo Brasil con Bolsonaro, podría fácilmente devolver el poder al populismo anterior.
Está comprobado que las segundas vueltas tienden a ser ganadas por candidatos que moderan el discurso y se mueven al centro político. Es una cuestión de lógica, pues los votantes indecisos suelen ilustrar una distribución estadística normal. Es decir, el indeciso difícilmente evalúa votar entre dos radicalismos al menos teóricamente antagonistas. Bajo la misma lógica, una oposición decididamente diferente al MAS, pero con un discurso menos excluyente, moralizador y sermoneador, podría ganar en primera vuelta si el partido de gobierno va dividido.
Si el MAS lograra unirse, una segunda vuelta electoral sería muy probable debido al desgaste de su actual gestión. En ese caso, la oposición precisaría más que nunca unirse para vencer. Y, si aspira también a gobernar, esta unión deberá fundamentarse en una agenda común que priorice las necesidades más urgentes de la ciudadanía. Sin grandes acuerdos y una política abocada a la reconciliación social o, peor aun, con una política y un discurso apenas antimasistas, el MAS agradecería la oportunidad de rearticulación populista que le daría el mantenimiento de tales clivajes.
En pocas palabras, tanto al MAS como a la oposición les conviene unirse para ganar. Ya para gobernar, necesitan agenda. La pregunta que queda en el aire es si la tienen. Porque, más allá del poder, hasta ahora no se entiende qué pretende el MAS, y mucho menos el conjunto de opositores.