Verdades silenciadas (Chile)
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Se supone que en las universidades las controversias se resuelven mediante el intercambio de opiniones, no mediante la censura o la imposición de sentires. La mentalidad de la barra brava es todo lo contrario a lo que debería ser la mentalidad universitaria. Pero, como plantea Frank Furedi en su libro «Qué le está pasando a la Universidad», «la universidad se ha convertido en sujeto del imperativo de las prácticas de censura y culturales que exigen niveles de conformismo que normalmente se asocian con instituciones autoritarias de mentalidad cerrada».
Lo suscitado en universidades estadounidenses y también en la Universidad de Chile respecto al conflicto palestino-israelí denota una clara distorsión del rol del campo universitario en varios sentidos. Mediante las expresiones de protesta se impone una solapada censura por parte de ciertos grupos sobre el cuerpo docente y los estudiantes. Nadie puede discrepar de la turba que se presume mayoría pero que se esconde de modo cobarde tras las capuchas. Esa censura se traduce en la uniformización de las opiniones y por tanto, en la imposibilidad de promover una mirada reflexiva respecto a temas controversiales como lo es una guerra o un conflicto armado.
«Bajo la imposición de la lógica de las pandillas, la universidad se convierte en una taberna. El automatismo imperante en algunos claustros universitarios como Juan Gómez Millas es un soporte para el predominio de grupúsculos que impulsan lógicas facciosas de carácter políticos».
En el campus Juan Gómez Millas, la lógica antes descrita ha llegado a extremos preocupantes, donde los docentes denuncian ser marcados por los estudiantes antes de ingresar a «la universidad”. Estos ribetes totalitarios, más propios de los guardias rojos maoístas, se han incubado desde hace tiempo en las aulas universitarias y hacen evidente lo que advertía Bertrand Russell: «En cuanto se impone una censura en las opiniones que los profesores pueden expresar, la educación deja de realizar sus fines y tiende a producir, en lugar de una nación de hombres, un rebaño de fanáticos». Esos exaltados, que actúan como pandilleros, son los que hoy marcan a sus profesores.
Bajo la imposición de la lógica de las pandillas, la universidad se convierte en una taberna. El automatismo imperante en algunos claustros universitarios como Juan Gómez Millas es un soporte para el predominio de grupúsculos que impulsan lógicas facciosas de carácter político que se amparan en el asambleísmo. Son esos facciosos los que llevan a cabo asonadas para censurar expositores o docentes, tal como ocurrió en 2015 con el entonces embajador de Israel en Chile Rafael Eldad, con Sergio Micco en la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile y como pasó con la viceprimera ministra de Ucrania, Yulia Svyrydenko.
Jorge Millas, quien fue director del Departamento Central de Filosofía y Letras de la Facultad de Filosofía y Educación de la Universidad de Chile, advirtió que la universidad puede perder su sentido al alero de la mediocridad de las asambleas, la cual se encumbra hasta las cátedras y termina por inhibir el libre debate en la universidad. El filósofo chileno tenía claro que el diálogo racional, que es el fundamento de la universidad, requiere la libertad intelectual en su sentido más pleno.
José Ortega decía que la universidad debía ser una fuerza espiritual que represente la serenidad frente al frenesí, la agudeza frente a la frivolidad y la estupidez. Sólo así promovería la cultura. Al igual que Ortega, Millas también creía que cuidar el debate racional en las universidades era importante no sólo para la pervivencia de la vida académica, sino también para la continuidad de la propia vida civilizada. Por eso, resulta problemático que, frente a acciones que son contrarias al espíritu universitario en su sentido más profundo, exista tal nivel de condescendencia por parte de los docentes, temerosa o cómplice.
Una anuencia que también se aprecia en otros académicos y en los medios de comunicación frente al violentismo estudiantil. Quizás debería recordarse lo que bien advertía el filósofo y matemático Bertrand Russell al decir que el decretar el silencio respecto a las controversias en las universidades termina por privar a la comunidad de posibles aprendizajes. Uno de los cuales debería ser sin duda, el nunca olvidar que es mejor resolver las controversias mediante el debate y no mediante la violencia.