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El eje de conflicto global es el de las democracias contra las autocracias: la necesaria contención de la alianza expansionista integrada por la tríada sino-ruso-iraní, con sus numerosos regímenes satélites.
En lo regional, este eje toma características particulares, teniendo en cuenta que la caja de fichas movidas en América Latina por el club mundial de los dictadores se compone de mafiocracias, gobiernos con distintos grados de relación con formas de crimen organizado. Entre éstos hay los narco-regímenes, abierta o solapadamente dictatoriales, y las corruptarquías, con formas democráticas pero “solidarias” con los anteriores, y que suelen tolerar fuertes narcoenclaves locales.
En los narco-regímenes o narcoestados, el uso de lo extralegal tiene un lejano origen ideológico, aunque hace mucho tiempo que la tentación por la mafiocracia devoró esas consideraciones iniciales. Se trata de prácticas de cuño neoleninista, basadas en la idea de aprovechar las posibilidades de los espacios institucionales sin abandonar las vías de lo irregular, violento y criminal (ver la “Polémica contra los liquidadores” de Lenin).
Estos gobiernos se caracterizan por poner trabas a la economía legal, empujando a la población hacia la sobrevivencia en la zona gris, generando un ecosistema donde les será más fácil moverse e imperar a las fuerzas del crimen organizado, en sus distintas variantes.
Hay que recordar aquí la distinción hecha por Samuel Konkin sobre las cuatro economías: blanca o legal, gris o semilegal, negra o extralegal pero sin daño directo a terceros, y roja o economía criminal. Se trata, en el esquema polarizador de las mafiocracias, de hegemonizar desde la economía roja a las zonas negra y gris.
Todo esto sucede al amparo del arte estratégico sino-ruso-iraní, del club mundial de los dictadores, que en sí presentan también rasgos mafiocráticos: la oligarquía de Vladimir Putin, nacida de la autoprivatización de empresas estatales por parte de la nomenklatura del antiguo PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética); el capitalismo “iliberal” chino, de Estado y de camarilla, con altos niveles de corrupción y de ningún modo una economía de mercado abierta y competitiva; y la teocracia fundamentalista de los ayatolas, promotora de grupos terroristas que a su vez participan en diversas formas de criminalidad económica.
Frente a este eje, la alternativa sigue siendo la democracia, entendida como la preponderancia de lo institucional, de las reglas por encima de los bandos, de la estabilidad sobre lo discrecional, de la igualdad ante la ley. A este ideario hay que equiparlo con nuevas herramientas conceptuales y operativas, capaces de comprender y responder a la ofensiva de los autócratas globales y de sus subsidiarias regionales: las mafiocracias.