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Los símbolos son importantes para la memoria y, por tanto, constituyen parte de nuestra identidad. ¿Qué seríamos si nos olvidamos hoy quiénes fuimos ayer? Vamos a lo cotidiano: La fecha de aniversario tiene sentido importante porque los amantes recuerdan su amor, el cumpleaños es importante porque recuerda que estamos creciendo y nos recuerda con alegría la sensación de recibir cariño por parte de nuestros seres queridos e incluso de nuestros conocidos, algo similar ocurre en navidad, año nuevo y tantas otras cosas a las que le damos sentido para ser más felices y, en última instancia, para recordar quiénes somos consolidando así nuestra identidad. Lo propio ocurre con los eventos históricos. Si el 24 de septiembre es importante para Santa Cruz es por todo lo que simboliza esa gesta libertaria, lo propio con las memorias de la guerra del Chaco o, en términos de la historia universal, con la caída del muro de Berlín.
El liberalismo implica el respeto por el cumplimiento de acuerdos, desde los más pequeños hasta los más grandes como la constitución, de ahí que el liberalismo sea compatible con el Estado de Derecho. En los últimos años, octubre y noviembre vienen cargados de un simbolismo notable. En la historia reciente de Bolivia, nos encontramos con fenómenos sociales cuyos desenlaces se resumen en más libertad. Así como el acuerdo electoral implicó reconocer la victoria de Arce en 2020, el heroísmo liberal de noviembre de 2019 implicó salir a las calles por 21 días y cuyo desenlace fue la huida del entonces presidente autoritario y ruin. El pueblo, en las calles y de manera pacífica, logró vencer estoicamente a los abusivos. Fue una victoria por la democracia y la libertad.
Sin embargo, no estamos en el mismo escenario ni contamos con los mismos actores. Lo único que ha prevalecido es la libertad con la que el boliviano vive el día a día. La libertad, la justicia y la democracia están del lado de la población movilizada. El modelo que pretendieron traer desde 2006 es el modelo que lograron instaurar en Nicaragua y Venezuela, tragedias humanitarias de hoy.
En este sentido y con fines metodológicos, es prudente definir qué aspectos fundamentales convertirían a Bolivia en Venezuela o Nicaragua desde el Estado:
Para empezar, todo modelo socialista busca centralizar todas las decisiones (políticas, económicas y culturales) en la dictadura del partido a título de planificación o últimamente a título de “gobernabilidad”. Así las cosas, el primer punto neurálgico está en la administración de justicia que es utilizada para la persecución política a periodistas, activistas, policías, militares, políticos y autoridades. Con la justicia sometida al partido gobernante, no hay posibilidad de encontrar paz.
Como segundo punto, encontraremos a la autoridad electoral, que es clave para avalar los fraudes electorales. En pleno siglo XXI, existen las condiciones de procesos electorales transparentes, idóneos y fidedignos.
Del mismo modo, el control del partido sobre el Parlamento es vital para diseñar una arquitectura legal de índole autoritario. En el momento en que el Congreso es controlado por un solo partido, éste va perdiendo legitimidad y la discusión que debería darse en el hemiciclo termina en las calles. Es prudente, además, mejorar la legitimidad de los parlamentarios.
Pero todo esto solo se ve agravado con la hiperconcentración de poder político y económico en el poder ejecutivo en el nivel central del Estado. El poder del Estado debe ser limitado, dividido y descentralizado. Lord Acton bien decía que el poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente.
Lo que vendieron como un modelo hecho por bolivianos en la primera década del siglo, resultó ser una copia barata de un modelo diseñado entre cubanos y españoles mediocres (Pablo Iglesias, Monedero e Iñigo Errejón estuvieron asesorando en la constituyente y al gobierno de Morales). Así las cosas, las demandas deben evolucionar para tratar el fondo de estos asuntos neurálgicos.
En lo formal y por lo dicho, el espíritu del heroísmo de noviembre se traduce en:
- La reforma de todo el sistema de administración de justicia (desde el poder judicial y la fiscalía hasta la policía, etc.) y del sistema electoral boliviano, mejorando la transparencia, control y mecanismos para incrementar la legitimidad de las autoridades electas (desde concejales hasta parlamentarios).
- Devolver los 2/3 (e incluso incorporar mecanismos de aprobación con 4/5 para temas sensibles del Estado) al Congreso.
- Implementar un modelo federal que incluya un pacto fiscal que descentralice los recursos políticos y económicos del Estado. En cuanto a lo económico, la propuesta del experto Dario Monasterio es, hasta donde pude encontrar, la mejor tanto en términos de sostenibilidad y solidaridad.
En suma, lo que se pide sólo se puede traducir en una cosa: UNA NUEVA CONSTITUCIÓN y ese debe ser el objetivo del heroísmo de noviembre.
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo