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Algunos gobiernos tienen la mala costumbre de criticar todas las previsiones de organismos internacionales, como si éstas fueran resultado de una conspiración para minimizar supuestos éxitos económicos o poner en tela de juicio las virtudes de un modelo de desarrollo determinado.
Recientemente, por ejemplo, el presidente boliviano, Luis Arce, restó importancia a la Perspectivas Económicas difundidas por el Banco Mundial, un informe que ajusta sus datos periódicamente en función de eventos de coyuntura que puedan influir sobre los indicadores.
En un contexto de desaceleración regional y global, el BM redujo las previsiones de crecimiento del PIB boliviano al 3.5% después de haber evaluado el impacto de los contagios de COVID por la explosiva variante ÓMICRON, entre otros factores .
Al respecto, Luis Arce dijo que las estadísticas del BM, como las de otros organismos, “son meras especulaciones “ y que Bolivia siempre ha “decepcionado las proyecciones del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, porque siempre ha crecido más de lo que se ha anunciado”.
Esto podría suponer que, detrás de este tipo de pronósticos hay mala fe. Como si en el BM o la CEPAL alguien diera la orden: “a ver usted redúzcame lo más que pueda el crecimiento del PIB boliviano antes de publicar las perspectivas”, o “bájele unos puntitos a Bolivia para darle un colerón a su presidente”. No, las cosas no se hacen así
Obviamente, todos los bolivianos son beneficiarios de un mayor crecimiento y sería positivo que los datos a fin de año sean mayores a las previsiones, pero no es bueno hacer política con la economía, ni expresar deseos antes que priorizar un análisis serio de la información disponible.
Cuando un organismo sube las previsiones o las baja lo hace en función de ciertas tendencias. No solo calcula el efecto de la pandemia, sino otros factores como la tendencia de los precios de las materias primas, el desempeño de economías de referencia como la China o la estadounidense, las amenazas de Putin en torno al peligroso conflicto de Ucrania, la incertidumbre política en Gran Bretaña luego de las fiestas del primer Ministro, Boris Johnson, etc..
De manera que una instancia como el Banco Mundial, cuyo ámbito de evaluación abarca al mundo entero, no tiene tiempo, ni interés, para mirar con detenimiento casos específicos y mucho menos para perjudicar a nadie. Es ridículo pensar que algo así puede suceder, pero lamentablemente esta es una manera de ver las cosas que responde más a una estrategia de posicionamiento político que a una genuina preocupación económica.
Es un hecho que ÓMICRON está enloqueciendo al mundo. En todos los países se bate el récord de contagios y los centros médicos vuelven a estar al borde del colapso. Si bien los efectos de la pandemia durante el trágico 2020 fueron mucho más devastadores, porque no existía certeza sobre el tipo de tratamientos a aplicar y las vacunas estaban recién en desarrollo, los innumerables casos de Omicron están provocando bajas en los centros de trabajo y, por tanto, un impacto no desdeñable sobre la producción. La propia Cámara de Industria boliviana ha advertido recientemente que muchas empresas experimentan un creciente ausentismo y que no pueden hacer nada al respecto.
No va a ser fácil que pasemos de la pandemia a una simple endemia fácilmente controlable. De hecho, a diferencia de otras cepas del COVID algunas investigaciones recientes señalan que las posibilidades de un re-contagio con Omicron son mucho mayores a las de otras variantes y por lo tanto no es muy simple predecir durante cuánto tiempo más habrá que soportar la escalada de contagios.
Esta situación obviamente debe ser considerada cuando se hacen previsiones económicas y mucho más en países como Bolivia donde todavía existe un porcentaje de la población que sigue empeñado en hacer creer que detrás de la vacunación está la mano negra de satanás u otro emblema del mal.
Son estos grupos, en el pasado alentados por el propio partido de gobierno boliviano, los que hacen más complicado enfrentar el COVID como debe ser. Y lo peor es que, mientras difunden las más descabelladas teorías conspiracionistas o elogian comportamientos cuestionables como el del tenista serbio Novak Djokovic – quien por cierto fue justamente deportado de Australia – algunos de sus líderes hacen fila en los centros de vacunación.
El caso es que si la economía marcha bien o mal no depende de factores como la buena o mala voluntad de los técnicos del BM, BID, FMI y CEPAL, cuando trabajan sobre los indicadores, sino de los datos que están detrás de esas cifras. En última instancia, esa es una información muy importante que sirve para moderar las expectativas y no echar las campanas a volar antes de tiempo poniendo en riesgo la estabilidad del campanario.
Sabemos, además, por múltiples fuentes, internas y externas, que hay buenas y malas noticias sobre el desempeño de la economía boliviana, y que no todo depende de la alquimia gubernamental, ni de la iluminación de algunos funcionarios o de modelos bendecidos por el Grupo de Puebla, sino de otros elementos que usualmente influyen desde fuera de las fronteras.
Ya pasó de moda echar la culpa de todo a los organismos financieros internacionales o a un imperio que, a duras penas, intenta resolver sus propios problemas y el peligroso desafío que supone que Putin haya amenazado con enviar, en solo 5 minutos, un misil supersónico al centro de Washington si Estados Unidos interfiere mucho en los problemas de Ucrania.
No, no hay conspiración del otro lado de la puerta. Bolivia no figura en el radar de la maldad global y nadie quiere hacernos daño. Lo que hay es el interés de crear fantasmas y forzar la existencia de enemigos comunes para crear lealtades internas y, por supuesto, para señalar “traidores”.
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo