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El nuevo empoderamiento indígena

Pedro Portugal Mollinedo

De formación historiador, autor de ensayos y análisis sobre la realidad indígena en Bolivia, fundador del mensual digital Pukara

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Justo en momentos en que los indígenas contemporáneos arrinconan al gobierno y derrotan en las calles sus políticas (cocaleros de los Yungas por el control de su mercado de coca, gremiales y transportistas respeto al proyecto de Ley sobre Control de Fortunas), la vice presidencia del Estado Plurinacional anunciaba otro de sus actos públicos: La tercera conferencia virtual sobre “1492: La invasión militar-cristiana y el proceso de colonización”.

 ¡Cuán cierto ese antiguo proverbio griego: «Aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco». No tener una visión clara de la realidad y aferrarse a mitos fracasados es desastroso, sobre todo cuando se trata de administrar un país.

Los sucesos recientes demuestran el fracaso de los estereotipos sobre los pueblos indígenas que desde hace años impregnaron las políticas de Estado. El pachamamismo, la obsesión por rumiar traumas históricos y el fetichismo simbólico por la wiphala han sido presentados como constitutivos de la mentalidad y del accionar social y político indígena de occidente.

En realidad, esos no son componentes ni características indígenas, sino la imagen que de él forjó la academia occidental, las instituciones jurídicas y de cooperación internacionales. Son manifestaciones de una moda culturalista que surgió hace tiempo y que empezó a manifestarse en Bolivia ya durante el gobierno de Jaime Paz Zamora, a partir de 1989, y que tuvo su apogeo durante el gobierno de Sánchez de Lozada. Fueron ideologías del liberalismo occidental, de las que se apropió la izquierda, resaltando sus aspectos más cuestionables y útiles en la manipulación política. Sin embargo, como políticas de Estado, se manifestaron no solamente contraproducentes para los intereses de la colectividad, sino perjudiciales para los mismos a quienes se atribuía supuesta paternidad de esas ideas, los indígenas.

En dos países en nuestro continente se intentó saturar esa concepción en el diseño de un nuevo Estado: Ecuador y Bolivia. En ambos fueron rotundos fracasos.

Sin embargo, tal es la fuerza de esas ideas que impregnan hasta ahora la reflexión sobre lo indígena en espacios disímiles en cuanto a orientación política. Y no se trata, creo yo, de la certeza e irrebatibilidad de esas ideas, sino que se amoldan perfectamente a la idiosincrasia de nuestra formación social. En Bolivia (y en el resto de los países del continente) no se ha logrado constituir Estados Nación en el sentido pleno de esa categoría. La dependencia hacia los modelos exógenos es alarmante, pues cohíbe la contemplación de nuestra propia realidad y la emergencia de ideas y políticas adecuadas. Ello se manifiesta, incluso, en el servilismo más ramplón no solamente a los lineamientos que provengan de fuer, sino a los que consideramos físicamente encarnaciones de ese mundo ante el cual nos subyugamos ridículamente. ¡Recientemente en Bolivia, se condecoró a un turista francés porque enseñó al habitante criollo a recoger la basura de calles y espacios públicos!

En ese panorama, el indio caricaturizado mediante el culturalismo posmoderno, se expresa ser totalmente diferente… para desgracia de los poderes que esperanzan su estabilidad en la vigencia de esos mitos.

Los cocaleros dieron la espalda al gobierno en su lucha por el control de un mercado, enarbolando banderas bolivianas y no wiphalas. Y las nuevas clases indígenas empoderadas en la ilegalidad a la cual fue cantonada históricamente por un Estado que aún no es suyo, hicieron posible el retiro de un proyecto de Ley.

El panorama que nos muestra es del indígena como componente contemporáneo, con reclamos más de igualdad que de diferencia…  Un grupo humano laborioso, emprendedor y dinámico que muestra su preferencia y su poder en la innovación y el mercado. Un grupo del cual sus nuevos pensadores reclaman la modernidad y la racionalidad. Pero, un grupo aún en el marginamiento institucional, y de representación política. Solucionar ese desfase es quizás, simplemente, realizar la descolonización que asusta a muchos.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Pedro Portugal Mollinedo

De formación historiador, autor de ensayos y análisis sobre la realidad indígena en Bolivia, fundador del mensual digital Pukara

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