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La evidencia reciente parece indicar que el hiperpresidencialismo de Evo Morales fue una excepción. Este excepcionalismo no se explica únicamente a través de su figura caudillista o del excesivo centralismo, sino también mediante una particularidad del MAS que le permitió sortear los obstáculos del sistema político y de la cual la oposición podría aprender.
Hace un par de semanas, el jurista William Herrera presentó un artículo titulado «El presidencialismo y sus claroscuros», en el cual destaca los factores que generaron el hiperpresidencialismo de la era de Evo Morales. En ese marco, vale la pena preguntarse si se trata de la regla o la excepción, al tiempo de observar aquello que la oposición puede aprender del MAS para sortear los obstáculos que impone el sistema político boliviano.
Herrera destaca que el crecimiento económico le permitió al expresidente Morales concentrar poder a lo largo de sus tres gestiones. Principalmente el centralismo, que caracteriza la repartición de recursos públicos y es controlado por un instrumento como Presupuesto General del Estado, que a su vez está en manos del Ejecutivo, habría generado una suerte de hiperpresidencialismo del cual Morales supo sacar provecho en tiempos de bonanza económica. Cabe recordar que 88 por ciento de los recursos económicos se quedan en el Estado central, mientras el 12 por ciento restante se reparte entre todas las entidades autónomas.
Aunque su enfoque es de gran importancia para entender la concentración de poder político en la figura del presidente en tiempos de Morales, existen otros factores que también contribuyen a la explicación de este fenómeno. Uno de ellos es el poder parlamentario de Morales a través del MAS, particularmente debido a las mayorías excepcionales obtenidas en elecciones. El nivel de legitimación social que gozaba Morales le permitió, sin sobresaltos, ganar un nivel de legitimidad política excepcional. En un presidencialismo de mayoría, reforzado por un sistema de partido predominante, como argumenta Fernando Mayorga, la mayoría calificada de sus dos últimos gobiernos le dio la posibilidad de prescindir del control multipartidario. Sin éste, no sorprende pues que Morales haya gozado de tanto poder político.
Esto no hubiera sido posible, sin embargo, si el MAS no hubiera tenido el nivel de cohesión partidaria con el que, de manera interesante, hoy ya no cuenta. El voto parlamentario en línea, a partir de acuerdos previos a nivel partidario, facilitó la gestión de Morales en dos sentidos: por un lado, porque podía aprobar sus proyectos de ley casi a discreción, y, por el otro, porque el nivel de fiscalización parlamentaria se redujo a una oposición pequeña y muy debilitada. En ese marco, el Estado boliviano terminó cayendo en una especie de hiperpresidencialismo; no obstante, éste podría haber sido apenas circunstancial, si nos fijamos en lo que sucedió en la gestión de Jeanine Añez y lo que sucede en la del actual Presidente Luis Arce.
En su estudio sobre sistemas políticos, Detlef Nolte descubrió que, en sistemas parlamentarios, los partidos tienden a tener una cohesión fuerte y constante, mientras el nivel de cohesión es —comparativamente— mucho más bajo en sistemas presidenciales. Por tanto, resulta interesante que, en las gestiones del MAS al mando de Morales, el partido oficialista haya actuado de forma más congruente con un sistema parlamentario y que esto haya, paradójicamente, reforzado el presidencialismo. Habiendo acabado el liderazgo carismático al interior y exterior del partido, como lo plantea el excepcionalismo de Morales, el hiperpresidencialismo de sus gestiones parece estar perdiendo fuerza.
El Presidente Arce, a pesar de haber ganado las elecciones de 2020 con mayoría absoluta, y por ende gozar de una alta legitimidad, no tiene ni de cerca el mismo nivel de legitimación que llegó a tener Morales, ni dentro del MAS ni a nivel social. Si bien esto se debe en parte a la arremetida de Morales al interior del MAS, lo cierto es que Arce no tiene la musculatura de un liderazgo carismático que le permita retornar al hiperpresidencialismo. A lo sumo tiene el poder de la prebenda y el clientelismo, pero eso ha sido —hasta ahora— insuficiente para lograr cohesionar a su partido y gobernar plácidamente como lo hacía Morales.
Lo positivo de estas observaciones es que el hiperpresidencialismo pareciera ser un problema menos estructural de lo que se creía, habiendo tenido más bien, en gran medida, un carácter circunstancial debido a la figura de Morales. Esto no implica, empero, que no se deban encontrar mecanismos de prevención de tal excepcionalismo, pues sabemos los danos que éste le puede hacer a la democracia y al Estado de derecho. Para esto, de las reflexiones de Herrera se puede extraer la necesidad de estructuras partidarias fuertes y una sociedad civil activa, además de la reducción del centralismo.
Si bien un trabajo político de calidad al interior de los partidos es esencial para mejorar la democracia partidaria, nuestro presidencialismo, caracterizado además por un nivel relativamente alto de transfuguismo, hace de la cohesión partidaria una meta difícil de alcanzar. Asimismo, el fenómeno del caudillismo, muy arraigado en América Latina, obstaculiza cualquier intención de crear agrupaciones políticas sólidas. Así pues, en el contexto actual, en el cual se habla mucho de cierta unidad opositora, no se ve el surgimiento de estructuras políticas del nivel organizacional del MAS.
En ese marco, cabe preguntarse por qué el MAS logró tal cohesión partidaria más allá del excepcionalismo del caudillismo de Morales. La respuesta es tan obvia como esclarecedora: debido a su clara agenda programática, es decir, a un proyecto-país determinado y consensuado con las agrupaciones que lo conforman. Quizá a través de esta enseñanza del MAS, la oposición podría empezar a adquirir protagonismo nacional y a ser una alternativa real y cohesionada para las elecciones del 2025. Es momento, entonces, de plantear una unidad en torno a ideas y visiones de país; de no hacerlo, las chances de competir frente al MAS nuevamente se verán reducidas, sumándose a los obstáculos que de por sí ya interpone el sistema político.