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Sorprendió a muchos el contenido de la alocución del presidente Luis Arce en ocasión de su discurso a la nación el pasado seis de agosto. Arce se refirió al gobierno de Jeanine Áñez como producto de un golpe de Estado. Hasta ahí las palabras del presidente eran toleradas. A partir de esa enunciación los ánimos se caldearon.
Sorprende la reacción de la oposición, de sus líderes, parlamentarios y también de analistas y comentarista. ¿Esperaban que el discurso de Luis Arce repitiese las nimiedades pachamamistas del vicepresidente David Choquehuanca, que su perorata anuncie el indulto presidencial a Jeanine Añez, o que sus palabras calquen las buenas intenciones de quienes se imaginan a Bolivia como una Suiza política, a defecto de no serla cultural, económica y estructuralmente?
Lo acontecido, entonces, se lo debe entender en clave política. Y en ese cifrado, el MAS vapulea lastimeramente a la oposición.
Se describe a Luis Arce como títere del ex presidente Evo Morales, esmerado en complacer la estrategia de Evo por retornar al mando presidencial, si fuese posible antes de las elecciones del 2025. Es posible que ese sea el deseo de Morales, ¿pero, lo es de todo el aparato masista? Es verosímil, por el contrario, que para muchos aparachiks la figura de Evo sea más bien un obstáculo en la expectativa de conducir los destinos nacionales por mayores periodos de tiempo.
La izquierda ejecutó una jugada magistral al sustituir el proletario por el indígena como figura redentora. Cuando colapsaron en Bolivia el indianismo y el katarismo, cuando se derrumbó el Muro de Berlín y cuando el capitalismo triunfante se encaminó en el culturalismo posmoderno, quedó disponible un nuevo campo conceptual.
En Bolivia, la derecha no pudo conjugar con éxito la letanía culturalista. La derecha tomó, especialmente durante el gobierno de Sánchez de Lozada, al pie de la letra esa ilusión, descuidando las estructuras, económicas, sociales y de racialización constitutivas de nuestra formación social. De esa manera, exacerbó las contradicciones que debía solucionar, provocando su ruina: Lo ejemplifica con excelencia el destino de Sánchez de Lozada.
La izquierda utilizó categorías culturalistas posmodernas sin abandonar su ambición de transformación estructural y su obsesión anti imperialista. Una amalgama confusa y bochornosa designada como pachamamismo. Ese espantajo necesitaba una personificación que lo volviera creíble. Evo Morales cumplió a maravillas esa función. Personificó el éxito de esa comedia y también su ocaso como drama.
El 2019 no hubo en Bolivia Golpe de Estado… quizás tampoco fraude: solo el colapso de una superchería. Lo extraordinario es que el gobierno que sucedió al MAS –el de Jeanine Añez- no asimiló ninguna lección de la historia. Se intentó una restauración, cuando debía ejecutarse una superación. No contempló los postulados con los que el MAS encubrió su desnudez: justicia histórica para lo popular y lo indígena. En lugar de ello hubo desfogue de racismo, exclusión y marginamiento de lo popular.
Por ello el MAS insiste en lo de “golpe”. Pero sabe que es insuficiente para un nuevo impulso y mantenerse en el poder. El pachamamismo está desacreditado: las intervenciones de David Choquehuanca son de más en más aburridas e inútiles. Evo Morales es también percibido como un producto rancio: Solo entusiasma a las bases militantes de países vecinos que toda vía no han pasado por experiencias similares a la boliviana. Así como en El Alto Eva Copa frustró su liderazgo, Andrónico podría hacerlo en el Chapare.
En ese contexto, es posible que la carta masista sea Luis Arce. Y él debe jugar el rol que las bases esperan: No desmantelar a Evo, aparentemente someterse a él, pero construir nueva opción. Tarea facilitada por la inutilidad, el vacío y la ligereza de una oposición que todavía no sale de su escalofrío y demuestra públicamente su incapacidad para insertarse en lo popular y lo indígena.
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo