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Días aciagos para el MAS. El agotamiento de su discurso ha llegado a extremos tales que ahora el presidente utiliza la categoría “nueva derecha” para referirse a la facción encabezada por Evo Morales y alerta contra la restauración de un proyecto conservador y colonial, en el que intervienen los funcionales y la “vieja” derecha, un salpicón inverosímil y fuera de época con el que se pretende describir el momento político que enfrenta el gobierno.
Del otro lado, Evo Morales, desde el Chapare y rodeado de cuadros del Che Guevara que supuestamente Arce no quiso en la Casa del Pueblo, lanza al desafío de ir a las primarias del partido. “No tengo miedo a nadie”, afirma y destapa algunos “secretos” del poder, como que en 2020 el actual ministro de Justicia, Iván Lima, le ratificó su lealtad y le aseguró que renunciaría al cargo en cuanto él se lo diga.
Entre la iconografía “revolucionaria”, rescatada de una suerte de olvido hace poco menos de 20 años y la fraseología de tiempos idos, el Movimiento al Socialismo acusa los síntomas de una acelerada descomposición, que se refleja sobre todo en la cada vez mayor distancia que lo separa de una sociedad para la que los años y los temas no pasan en vano, aunque existan cuentas no saldadas e historias sin desenlace.
¿Nueva derecha cuando ni siquiera quedan vestigios de la antigua? ¿Intereses del imperio para reconquistar el continente? Con esta suerte de narrativa de emergencia, que surge del botiquín de primeros auxilios de la guerra fría, el gobierno pretende crear el escenario y distribuir sobre él a los protagonistas de una obra mil veces repetida y por lo tanto desgastada.
No hay en la pelea del MAS ningún tema de fondo en debate. No está en discusión el modelo de desarrollo, comunitario, social, productivo y demás adjetivos, ni objetivos de transformación, ni una salida a la crisis económica y mucho menos la insinuación de cambios en una justicia que se ha convertido, de alguna manera, en el símbolo más acabado de una decadencia que lo envuelve todo.
Para el partido de gobierno son los tiempos de las palabras huecas. O nada tiene significado, o si lo tuvo ya lo perdió en el devenir de los años, de manera que cuando se barajan los términos de otros tiempos para intentar definir los nuevos, a lo sumo se consigue una caricatura de la realidad que ya tiene asimila y mucho menos comparte.
Los peligros para el estado no vienen de las ideologías, ni de los intereses de este o aquel personaje, ni del imperio y sus supuestos aliados locales. La narrativa fantasiosa sirve, a lo sumo, para distraer la atención sobre lo verdaderamente peligroso: la crisis, la incertidumbre sobre el futuro, el deterioro democrático, la catástrofe judicial, entre otros enemigos de “carne y hueso” que acechan al país desde hace tiempo, mientras los responsables del descalabro debaten quién sigue o a quién le toca, con el telón de fondo de carreteras bloqueadas y tribunos que se aferran patética e ilegalmente a sus asientos.