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Un desastre llamado educación

Pablo Mendieta Ossio

Economista en el campo de políticas públicas

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¡Una verdadera frustración…! Ese es mi resumen del XIII Congreso Nacional de Universidades realizado en Potosí la semana pasada.

Además de buenas intenciones, ¿qué señales contundentes de cambio se prodigaron? Ninguna que sea significativa. Resta decir que, en los hechos, lo que menos se honró fue la memoria de quienes murieron en El Alto y Potosí.

Pero, como se “no podemos la leche derramada” o seguir lamentándonos.

Un camino frente a la inercia de la institucionalidad universitaria es formar mejores estudiantes en los colegios, quienes luego demandarían de forma natural mejor educación y también serían los agentes de transformación en una nueva dirigencia.

Evidentemente el primer paso es evaluar objetivamente la calidad de la educación primaria y secundaria. La referencia más reciente ocurrió en 1997 cuando el organismo de las Naciones Unidas para la educación (UNESCO por sus iniciales en inglés) aplicó una prueba a nivel nacional. Desde entonces no se hizo una evaluación con comparabilidad internacional.

Desafortunadamente ha existido oposición ideológica a la participación del país en Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos (PISA, por sus iniciales en inglés), que mide los resultados de la educación en aspectos clave como matemáticas, lectura y ciencia.

Se tiene la impresión equivocada de que atenta a la soberanía del país, aunque sólo viendo las preguntas uno puede darse cuenta de que es una herramienta técnica de medición sobre las capacidades cuantitativas, literarias y de ciencias.

Tampoco ha prosperado la iniciativa gubernamental para conocer objetivamente el estado de la educación.

Pese a que en 2013 la memoria de un encuentro nacional señaló que “la educación es asunto prioritario del pueblo, por tanto, su evaluación es su primera responsabilidad compartida”, el avance es limitado y la comparabilidad es nula.

En 2017 se participó en el programa de la UNESCO para educación primaria, pero poco o nada se conoce de los resultados y de las acciones que se debieran tomar para mejorar la educación.

Descartando esta opción, quedan todavía algunas vías, más limitadas, para conocer qué tan mal está la educación.

Se podría aplicar una prueba internacional pero no oficial a estudiantes elegidos aleatoriamente, obviamente con la aquiescencia de los tutores y estudiantes. Por ejemplo, la prueba de The College Board puede ser aplicada aleatoriamente para tener una idea del estado de la educación. Por tanto, las universidades bien podrían aplicar esta prueba internacional para conocer la situación de la educación, más que pruebas sin comparabilidad.

Otra opción es que el país en su conjunto o alguna región de ésta pueda entrar a programas internacionales. Ese es el caso del Bachillerato Internacional, que sólo ha sido aplicado en tres unidades educativas en Bolivia del eje central.

Estos programas ayudan a que los participantes puedan conocer su desempeño en el entorno externo para luego evaluar las medidas específicas. Así lo hizo Rafael Correa en la educación pública de Ecuador o recientemente el municipio de Madrid.

Cualquiera de estas medidas requerirá de recursos que deberían ser provistos por el Estado. Pero frente la ausencia de éste, se requeriría la participación de otras instancias. De ser bien aplicadas estas herramientas generarían más beneficios que costos para los interesados.

Y puede ser hecho a nivel subnacional.

El ranking mundial de ciudades que elabora la consultora Kearney considera como uno de los criterios para medir el capital humano la cantidad de colegios internacionales en las metrópolis.

La irrupción de más colegios mejoraría la calificación en el ranking mundial de ciudades, así como la adopción de una prueba estandarizada no vinculante para el ingreso a la universidad.

En síntesis, requerimos mejorar la calidad de la educación utilizando opciones técnicamente viables, así como políticamente factibles. “Pensar fuera de la caja” es una necesidad en momentos de crisis educativa como la actual.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Pablo Mendieta Ossio

Economista en el campo de políticas públicas

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