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Que Evo Morales “regañe” públicamente al presidente Arce por mantener en su cargo a un viceministro es un termómetro más que significativo para evidenciar que la interna en el oficialismo está al rojo vivo.
Más cuando el ex mandatario fugitivo acusa al viceministro de justicia de haber liberado a Gabriela Zapata cuando él llegaba al frente de su marcha a La Paz, con lo cual le quitaron todos los reflectores mediáticos.
Sería, además, una confesión de partes sobre la capacidad de manipulación del sistema judicial desde el Órgano Ejecutivo.
Otra confesión de partes de Evo Morales, que también puede traer coletazos internos, fue su lapsus en Lauca Ñ sobre la necesidad de “recuperar la inversión de campaña”, lo que estaría generando múltiples casos de corrupción. Declaración abruptamente cortada por un gesto imperativo del “jefazo” a sus operadores de la Radio Kawsachun Coca. Si un opositor hubiese dicho algo parecido, ya estaría siendo investigado por apología o complicidad en la corrupción.
Días antes, un diputado oficialista, famoso por sus declaraciones insensatas sobre Ucrania, denunciaba desde Santa Cruz que en el Movimiento Al Socialismo existe “una dictadura interna”. Pero todos los síntomas apuntan, más bien, a que ese verticalismo interno se está resquebrajando, lo que sería una de las pocas, poquísimas, buenas noticias recientes para la democracia boliviana.
Por supuesto, de cara al resto de la sociedad civil y del sistema político, el MAS se muestra colectivamente despótico, tal vez acudiendo al penúltimo pegamento capaz de cementar a sus facciones en conflicto. El último será el abuso de la cosa pública, del capital administrativo, pero veremos cuánto dura, ante un modelo fiscal que hace agua y apenas se sostiene con altos niveles de endeudamiento.
Que el faccionalismo masista pueda conducir a una división de la sigla parece poco probable a corto o mediano plazo, pero lo que sí se ve muy posible es que Evo vaya viendo reducido su papel al de una “reina madre” ceremonial y honorífica.
La divergencia fue igualmente visible en las recientes tomas de posiciones respecto a la invasión de Putin a Ucrania, donde Morales optó por el apoyo descarado al agresor, mientras que el gobierno eligió las fintas de una neutralidad también antiética, pero que denota el interés de mantener ciertos puentes de comunicación mínimos con las democracias occidentales.
Si el asunto termina mal para el autócrata ruso, tal vez veamos a varios populismos latinoamericanos adherirse tardíamente al bando de los “aliados”, como se viera en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial con el peronismo y otras fuerzas similares. Sería bueno que en cancillería vayan analizando esa eventualidad.
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo