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Economía: casi una experiencia religiosa

Pablo Mendieta Ossio

Economista en el campo de políticas públicas

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Las convicciones religiosas me han acompañado desde mi niñez en la Iglesia de San Francisco en Potosí, pasando por la Alianza Cristiana y Misionera en Santiago de Chile y La Paz, hasta la Iglesia Cristo Rey en Santa Cruz al presente.

En ellas he disfrutado de los beneficios de una vida espiritual, pero también los desafíos personales de contrastar mi pequeñez humana frente a la majestuosidad del Creador, ni qué decir de su amor expresado en Jesucristo.

También aprendí que cada una de ellas tiene infranqueables dogmas de fe. Pese a que las iglesias mencionadas tienen una base de fe común, existen diferencias que las separan y que ninguna está dispuesta a ceder.

Por eso, cuando hablo de cuestiones espirituales, trato de ser lo suficientemente cauto y respetuoso para no herir susceptibilidades, lo cual no significa renunciar a mis creencias.

¿Qué tiene que ver esto con economía? Más de lo que me gustaría y similar al título de una canción de Enrique Iglesias.

Hoy la discusión económica parece más fuerte que las visiones religiosas.

Por ejemplo, tenemos a quienes creen que el modelo económico gubernamental es la respuesta omnipotente a todos los problemas económicos del país; y por otro a quienes piensan totalmente lo contrario, culpándole de todos los fracasos.

En ambos casos, la participación de los adherentes de estas u otras visiones en los espacios de opinión pública parece más bien la repetición del “credo de fe” económico que sustentan.

Figurativamente, veo más factible que se pongan de acuerdo las iglesias de origen cristiano que lo hagan quienes sustentan uno y otro modelo de desarrollo en el país.

En el caso de la religión, el acuerdo implícito al que se llegó es que la tolerancia y la libertad de conciencia son fundamentales en una sociedad moderna, con el fin de contribuir con mejores seres humanos, más allá de sus creencias.

Se supone que en el campo de las ideas (en este caso económicas) debiese primar similar visión. Pero vemos mediáticamente una “guerra santa” llena de fanatismo que lamentablemente no contribuye al bien común.

El problema fundamental es que, mientras se pregonan los “dogmas” de cada corriente sin miras de llegar a algún consenso, los problemas nacionales persisten, sin que podamos encontrar puntos de acuerdo. Y, como lo muestra el reporte más reciente del BID, la construcción de la confianza dentro de la sociedad es vital para el desarrollo económico y social.

Una vía para reducir estas diferencias sería contrastar las ideas con los datos; o, como dicen mis colegas “dato mata relato”. Pero, eso no es posible por dos motivos.

Primero porque no existe “el dato” para fenómenos sociales más complejos. Como referencia, la proposición de que más educación implica mayor ingreso recién pudo ser comprobada científicamente en 1991 por más que los datos de ingreso y educación lo sugerían décadas antes.

A guisa de ejemplo ¿Bolivia tuvo un auge los años pasados por el alza de precios internacionales o por la inversión pública? Comparar sólo precios de materias primas, proyectos públicos y tasas de crecimiento no es correcto, sino que se requieren métodos más rigurosos para evitar conclusiones erróneas. Lo más cercano a eso son las investigaciones de Rómulo Chumacero, Rodrigo Burgoa y de Joab/Daney Valdivia.

Segundo, porque las discusiones han adquirido ribetes religiosos. La Biblia señala que la fe es la “convicción de lo que no se ve” (He11:1b). Es decir, los cristianos tenemos ideas firmes a pesar de que no las veamos.

Como la discusión económica se ha vuelto religiosa, por más que se demuestren o refuten las ideas, ninguno de los acólitos de las escuelas de pensamiento cambiará de idea.

¿Se puede cambiar esta realidad? Tal vez. Un excolega me comentó que a fines del siglo pasado economistas de distintas tendencias se reunían ocasionalmente a discutir la realidad nacional en encuentros cerrados. Podría ser un inicio para construir consensos.

En fin. Ojalá podamos hacer más ciencia y menos religión económica.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Pablo Mendieta Ossio

Economista en el campo de políticas públicas

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