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El incierto costo de la guerra

Pablo Mendieta Ossio

Economista en el campo de políticas públicas

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Estamos saliendo del horror de la pandemia de la Covid-19 que generó oficialmente seis millones de muertes, aunque según estimaciones estadísticas de la revista británica The Economist rondaría los 20 millones de decesos.

La pandemia nos distrajo durante dos años de varios aspectos de la vida humana, entre ellos la guerra.

Como referencia, la segunda guerra mundial (1939-1945) fue el evento bélico más doloroso en términos de vidas humanas. De forma general se calcula que murieron más de 60 millones de personas en el mundo lo que equivale a decir que una de cada cuarenta personas del mundo de ese entonces perdió la vida en dicho conflicto.

Los países más afectados por la guerra fueron la ex Unión Soviética, que habría implicado 27 millones de personas muertas, seguido por China (11 millones), Alemania y Polonia (7 millones respectivamente) y Japón (2 millones).

Esa guerra fue dolorosa porque además del conflicto vimos la peor faceta de la humanidad: la maldad. Millones de inocentes murieron por decisiones autocráticas sobre el curso de naciones y pueblos, por prejuicios raciales y por el simple desconocimiento que la esencia del “ser humano” no es externa.

El Instituto de Investigación de Paz de Oslo estima que desde el final de la gran confrontación bélica en 1945 han muerto por guerra más de ocho millones de personas, de los cuales el 10% corresponde a los primeros 17 años de este siglo.

Visto en perspectiva, el número anterior es esperanzador porque entre 1900 y 1945 se contabilizaron más de 37 millones de muertes, que contrastan con los ocho millones después de ese año.

Pareciera que la creación de instituciones para la paz mundial habría traído mayor tranquilidad y nos ha hecho olvidar de aspectos como la amenaza nuclear durante la guerra fría.

El pasado 9 de febrero el pensador Yuval Harari famoso por su libro y serie de televisión “Sapiens”, señaló en la citada revista británica que el conflicto entre Rusia y Ucrania iba a definir el curso de la historia contemporánea. Él basa su argumento en que recientemente como humanidad hemos podido moderar los conflictos bélicos, tal como las estadísticas lo muestran. Además, la guerra ya no se ve como un medio lícito de expansión territorial. Hoy lo vemos como un “monstruo grande que pisa fuerte” (León Gieco).

Ya con el conflicto en curso, en cuestión de días tenemos más de medio millón de refugiados y los pronósticos de crecimiento a la baja. Oxford Economics calcula que esta guerra implicará en promedio la caída del PIB de Rusia entre 2022 y 2024 en 1% respecto a lo que se preveía antes de ella, 0,5 puntos porcentuales (pp) para la Eurozona y en torno a 0,2 del PIB estadounidense.

Similar cifra calcula para el PIB mundial, que tendría una menor actividad de 0,2 pp. En este último caso la cifra no parece relevante puesto que sería $us200 mil millones o cinco veces el PIB de Bolivia. Por su parte, The Economist apunta a una corrección de 0,5pp lo que implicaría $us500 mil millones o dos veces el PIB chileno.

Esto no incluye el costo que adicionalmente tendrá la escalada de precios de materias primas, en especial el petróleo, en el costo de vida de quienes habitamos el planeta; o la pérdida de patrimonio por los movimientos en las bolsas mundiales y sus repercusiones.

Puede que existan otros eventuales ganadores y perdedores a nivel mundial, nacional y sectorial. En el caso boliviano el alza temporal de los precios de materias primas podría beneficiar los ingresos de divisas. En términos prácticos una mejora de los términos de intercambio o relación entre los precios de exportación e importación de 1% puede mejorar los ingresos de comercio exterior en torno a $us100 millones.

No obstante, el costo del conflicto se concentra en la mayor incertidumbre que va desde alta volatilidad de las variables económicas y financieras hasta la interrogante sobre la “opción nuclear”, pasando por las penurias de los directos afectados.

Es el peor fin para la pandemia porque implica más dolor y desesperanza.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Pablo Mendieta Ossio

Economista en el campo de políticas públicas

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