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La igualación de la humanidad

Manuel Suarez

Doctor en ciencias políticas por la Universidad Complutense de Madrid

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¿Puede verse la historia universal de la economía como un avance lento pero imparable, hacia la igualación de los seres humanos? 

Una hipótesis optimista –pero defendible– dice que sí. 

Si esa hipótesis es cierta, el planeta terminará siendo un sitio poblado por clases medias. Unos llegaron antes y otros lo harán después, pero casi todos llegarán. 

El argumento general es este: desde que los seres humanos se vuelven sedentarios, –hace aproximadamente 10 000 años–, hasta hoy en día, el nivel de igualdad no ha hecho sino crecer en el planeta. Y esa tendencia no sólo parece sostenerse, sino que se consolida y profundiza. 

Por mencionar un detalle: hoy por hoy la sociedad más admirada del mundo antiguo, quizá, es la Atenas de Pericles. Una democracia. Nos separan casi dos milenios y medio de esa Atenas. Una sociedad que –como todos saben– se fundaba, nada más y nada menos que en la esclavitud. Vaya. Lo ejemplar de la antigüedad es una sociedad esclavista; un tipo de comunidad que, hoy por hoy –evidentemente– no resultaría  moralmente aceptable ni económicamente viable, casi en ningún punto del planeta. Hay un cambio obvio. Algo se ha movido y lo ha hecho en el rumbo de la igualación.   

Dicho esto, vamos con los matices y las primeras observaciones. Los datos apuntan a que la brecha actual entre los más ricos y los más pobres se amplia de modo sorprendente. ¿Es eso moverse hacia la igualdad? Sí y no. 

Digo “no”, por lo evidente: un puñado muy reducido de personas en el mundo tiene fortunas de superiores a 10 mil millones de dólares y son fortunas que no paran de crecer. Algunas superiores a 100 mil millones. Mientras tanto, millones y millones de personas  sufren hambre en distintos puntos del orbe. Y ese cuadro general no parece que vaya a cambiar en la presente generación. Es más, la pandemia, muy probablemente, lo ha agravado.  

Y digo “si”, por lo menos evidente: a más amplia es la brecha entre los muy ricos y los muy pobres, más probabilidad tiene la clase media de crecer en el planeta y probablemente, los muy pobres, de dejar de serlo. La razón es sencilla. Lo que ha impulsado la tendencia planetaria hacia la clase media es el mismo conjunto de motivos que ha impulsado la escalada morbosa de las fortunas de los multimillonarios que sobrepasan los 10 mil millones de dólares. 

¿Y qué es aquello que ha impulsado un puñado reducido de fortunas superiores a los 10 mil millones de dólares, pero a la vez ha impulsado la tendencia planetaria hacia la clase media? 

Sencillo: es el capitalismo contemporáneo. 

El esclavismo, el feudalismo, el mercantilismo, el socialismo (o la combinación de cualquiera de estos tipos de sociedad y economía), eran o son sistemas incapaces de generar esas escalas. Incapaces de generar los mencionados niveles de crecimiento de la riqueza de unos pocos e incapaces de generar la ampliación masiva y planetaria de colectivos con niveles de vida que hoy tienen las llamadas clases medias. 

De hecho, la movilidad social hacia las clases medias sólo está ligada –como fenómeno y probabilidad estructural y universal– al capitalismo contemporáneo. A la economía capitalista posterior a la industrialización. Y por eso la existencia de “clases sociales” es quizá, el rasgo distintivo esencial entre capitalismo y el resto de los sistemas económicos. Entendiendo que la clase social, a diferencia de la casta, ofrece la probabilidad de cambio y movilidad social. 

Es decir, en el capitalismo posterior a la industrialización, la gente –y en especial los pueblos y las familias a través de una o más generaciones–, pueden acabar en posiciones económicas superiores a las que nacieron. Y lo básico: pueden hacerlo de modo masivo, universal y por caminos distintos al matrimonio. Distintos al camino de la afortunada de cenicienta que ya se sabe, era especial en todo.  

En otras palabras. Con el capitalismo hay unos poquísimos híper millonarios, pero hay la tendencia a que muchísimos que no lo son, accedan a la clase media o a sus niveles de vida. 

Y ese acceso masivo y universal a la clase media es la igualación de la cual hablo: la igualación hacia la cual camina de modo lento pero imparable la humanidad. La igualación que permite pensar que, en 200 años, si el medioambiente aguanta, el plantea será una roca poblada, en general y con pocas excepciones, por clases medias.      

Ese tipo de igualdad en realidad, se llama igualación. No es un deseo, no es una creencia religiosa, no es un valor moral o ideológico, no es un proyecto político; no se corresponde con una cultura ni con una etnia, no se corresponde tampoco con una geografía específica y ni siquiera requiere de un tipo concreto de régimen político (puede darse perfectamente bajo una tiranía o bajo una democracia liberal y republicana): ese tipo de igualdad es –simplemente– una tendencia fría y éticamente neutra de la realidad estructural en la economía capitalista y contemporánea. Ya ven. Un tipo de igualdad que carece de épica y musicalidad, pero que (pucha) rebosa de realidad.

En fin. Una hipótesis a debatir. 

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Manuel Suarez

Doctor en ciencias políticas por la Universidad Complutense de Madrid

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