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Los más pequeños, los más vulnerables

Christian A. Aramayo Arce

Presidente de la Fundación Gobierno Abierto y Director del Centro de Desarrollo Humano y Empleabilidad de la UAGRM

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En los últimos meses se necesitaron de actos de heroísmo para salir adelante. Desde la madre que calmaba a sus hijos diciéndoles qué todo saldrá bien y el obrero que estuvo buscando oportunidades para trabajar, hasta los médicos, empresarios y hacedores de política pública que sí lograron salvar vidas y puestos de trabajo con sus decisiones.

No se trata únicamente de tener el coraje de hacer algo ante una crisis, sino de hacerlo en base a lo que la evidencia empírica indica. ¿Qué indica la evidencia en nuestro caso? La evidencia indica que, en Bolivia, siguiendo nuestros usos y costumbres, debemos aumentar los grados de libertad en casi todos los ámbitos y en todos los niveles.

Ha sido el deseo de ser libre lo que permitió a la gente realizar grandes proezas. Tener la libertad de comer y de visitar a nuestros seres queridos, tener la libertad de amar, de emprender y de decir o dibujar lo que uno piensa sin que por ello uno termine en la cárcel. Al final y viéndolo así, si el desarrollo de uno mismo se traduce en libertad y esta beneficia principalmente a los más pequeños y vulnerables, ¿por qué no promover la libertad por generaciones?

Muchas veces, el deseo de que el desarrollo sea inmediato o la pretensión de que la sociedad funcione como una máquina, termina por minar las posibilidades reales de todos y es un agravio en contra de las familias más flageladas por la pobreza (4 de cada 10 bolivianos viven ese flagelo). En este sentido, el Estado suele seducir a las almas más nobles, pero más ansiosas por considerar a la sociedad como una máquina. No se dan cuenta que, ellas, con su ingenuidad asfaltan, tramo a tramo, las entradas al infierno.

Los ejemplos más claros los hemos visto en los últimos lustros. Por inflar los números de crecimiento económico o cubrir los multimillonarios privilegios de quienes administran coyunturalmente el Estado, lo único que termina creciendo es el nivel de deuda y persecución tributaria del país para que, en última instancia, el nivel general de precios también aumente. En esto hay dos verdades incómodas: (1) La inflación la genera el gobierno, no los productores ni los comerciantes y (2) usted, querido lector, contribuye a pagar los privilegios (viajes, bebidas, comidas, alfombras persas, etc.) que gozan gobernantes y sus amigos a nombre del pueblo, mientras éste último sigue sufriendo el drama de no poder satisfacer sus necesidades básicas.

Un modelo sostenible de crecimiento económico tiene como punto central al microempresario que está buscando mejores oportunidades, al pequeño productor que busca mercados internacionales para crecer, en las asociaciones, cooperativas y agrupaciones que comparten objetivos comunes para salir adelante sin privilegios especiales, en suma, en el centro tiene que estar el individuo (con sus particularidades históricas y culturales) que se esfuerza y sale día a día a generar recursos para satisfacer sus necesidades. ¿Qué sentido tiene, entonces, perseguirlos con leyes abusivas? ¿Qué sentido tiene subirles impuestos o dificultarles el pago de los mismos? ¿qué sentido tiene añadir problemas a todas las crisis existentes? 

El crecimiento económico está en la población y no en la chequera del ministerio de economía o en la maquinita de imprimir billetes del Banco Central y como las comparaciones son odiosas si uno no aprende de ellas; ¿qué hicieron países como Chile, Perú o Panamá para estar hoy en día con perspectivas de crecimiento superiores al 10% mientras Bolivia, a penas, llega a poco más de 5%? 

Si se continúa con la irracional idea de gastar más de lo que se tiene en uno de los infiernos fiscales más duros del planeta, en el marco de regulaciones laborales con décadas de atraso y una calidad institucional paupérrima (entre muchos otros), el único futuro posible es el del atraso en el período histórico de mayor prosperidad económica y social en la historia de la humanidad.

La respuesta es evidente y el horizonte apunta hacia lo que ha funcionado desde finales del siglo XVIII. Al igual que durante los períodos más oscuros en la historia de la humanidad, la libertad volverá a surgir del espíritu humano por querer mejores oportunidades y, como lo atestiguamos hace poco, volverá a ser nuestra mejor opción ante los constantes intentos del absolutismo de turno. 

Las señales no dejan de preocupar. Salir de la coincidencia de crisis está costando más de lo que se hubiera esperado. No olvidemos que, según Oxford Economics y la oficina para América Latina del PNUD, Bolivia ingresó a la pandemia como el país más vulnerable y el menos preparado del continente gracias a la administración de Morales, donde el actual Presidente fungió como Ministro de Economía.

Tal vez, el desafío sea hacer de la libertad el camino y no un objetivo, pero ese es tema de discusión para otra columna.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Christian A. Aramayo Arce

Presidente de la Fundación Gobierno Abierto y Director del Centro de Desarrollo Humano y Empleabilidad de la UAGRM

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