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Por Manuel Sánchez González1
En los meses recientes, cada vez más analistas han manifestado su preocupación de que la economía mundial podría estar acercándose a una recesión. Los participantes de los mercados financieros parecen compartir esa inquietud, como se ha reflejado en el desplome de los principales índices accionarios durante 2022.
Hasta ahora, los temores de recesión no han correspondido claramente con la realidad. La información disponible sugiere que la economía mundial, en su conjunto, ha extendido la expansión iniciada a mediados de 2020, aunque, al parecer, a un ritmo más moderado y, como generalmente ocurre, con diferencias regionales.
Algunos datos “mixtos” sobre la economía de EE.UU. llaman a la cautela. Durante el primer trimestre de 2022, el PIB de esa nación cayó 1,6 por ciento, a tasa anualizada, lo cual, paradójicamente, ocurrió en gran medida por el dinamismo del gasto interno, que se reflejó en un aumento espectacular de las importaciones. Además, se redujeron las exportaciones y el gasto del gobierno.
Empero, la fortaleza de esa economía podría haberse interrumpido durante el segundo trimestre, como lo sugiere la estimación “nowcast” del Banco de la Reserva Federal de Atlanta, según la cual, la economía estadunidense podría haber experimentado un descenso adicional.
Debe advertirse que, aunque esta estimación resultara acertada y, con ello, el PIB de EE.UU. registrara dos trimestres consecutivos de disminución, lo cual coincide con la definición común de recesión, ello no sería suficiente para concluir que la actual fase expansiva llegó a su fin.
La Oficina Nacional de Investigación Económica (NBER) describe la recesión como “una disminución significativa de la actividad económica que se extiende por toda la economía y dura más de unos pocos meses”. El mercado laboral, cuyos indicadores son incorporados en esa medición, apuntan a la firmeza. Por ejemplo, la tasa de desempleo se ubica cerca del mínimo de cincuenta años, observado antes de la pandemia del COVID-19.
Por supuesto, el mundo puede experimentar una recesión, ya que las economías suelen estar sujetas a ciclos económicos. En el presente contexto, dos tipos de factores parecen motivar los diagnósticos de una posible caída productiva.
El primero agrupa elementos de origen no económico, dentro de los cuales destacan los peligros de una intensificación de las tensiones geopolíticas, así como nuevos brotes de la epidemia. Los efectos incluirían mayores sanciones comerciales internacionales derivadas de los conflictos y la necesidad de suspensiones adicionales de la actividad económica.
El segundo es económico y consiste en la necesidad de que los bancos centrales adopten políticas monetarias efectivas para controlar la inflación, la cual, en numerosas latitudes, ha alcanzado niveles no observados en varias décadas. El imperativo es, en especial, urgente para las naciones desarrolladas, que han mantenido posturas extraordinariamente laxas por mucho tiempo.
En esa tarea, el Banco de la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed) ha incurrido en deficiencias. Desde la adopción de su nueva estrategia monetaria, en agosto de 2020, orientada a “lograr una inflación moderadamente superior a 2,0 por ciento durante algún tiempo”, parece haber subestimado el riesgo inflacionario.
Durante la mayor parte de 2021 consideró la inflación un fenómeno “transitorio” y, tan tarde como en marzo de 2022, este instituto central continuó inyectando liquidez mediante su programa de compra de activos financieros.
Más a fondo, el Fed no ha reconocido explícitamente que su actuación ha sido parte del problema. La inflación elevada y persistente en ese país ha reflejado, principalmente, presiones de demanda, provenientes de un excesivo gasto público que, en gran medida, ha sido financiado por ese instituto central.
Como resultado de esa negación, a partir de la reunión monetaria de marzo de 2022, el Fed se ha visto en la necesidad de aplicar incrementos sucesivamente más altos en su tasa de interés de referencia y, en junio, inició un programa de disminución del tamaño de su balance.
Sin embargo, el ajuste necesario apenas ha comenzado. La tasa de interés de referencia se encuentra lejos de alcanzar niveles restrictivos, cuyo sostenimiento por algún tiempo constituiría un requisito para abatir la inflación.
Dado su deseo de facilitar un “aterrizaje suave”, no es claro que el Fed esté dispuesto a hacer “lo que sea necesario” para recuperar pronto la estabilidad de los precios. Si honra esta parte de su mandato, el riesgo podría ser una recesión, quizá, breve. Si, por el contrario, opta por una ambigüedad similar a la de los años setenta del siglo pasado, el costo social sería mayor, en términos de una prolongada estanflación.
1es exsubgobernador del Banco de México y autor de Economía Mexicana para Desencantados (Fondo de Cultura Económica, 2006).
*Este artículo fue publicado originalmente en elcato.org el 08 de julio de 2022
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo