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¿Son los intermediarios parásitos? 

Alex Ayguavives Monserrat

Máster en Banca y Regulación en Financiera

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El intermediario se encarga de conectar a dos partes interesadas en realizar una transacción. El intermediario ha sido una figura muy criticada, históricamente, por no aportar físicamente al proceso productivo. Por ejemplo, es fácil reconocer que un agricultor produce bienes que aumentan nuestro bienestar. Los productos que genera nos permiten satisfacer una necesidad humana tan básica para nuestra supervivencia como es la alimentación. Para entender cómo el intermediario contribuye a la creación de riqueza, en primer lugar, debemos analizar si el intercambio genera valor o no. Para ello, intentaré exponer los principales argumentos de Carl Menger en el capítulo IV Teoría del Intercambio de su obra Principios de Economía Política

El individuo actúa para satisfacer sus necesidades. Para ello utiliza bienes que, subjetivamente, cree que podrán ayudarle a alcanzar sus fines. En otras palabras, especula creando una relación causal, en su mente, entre un bien y la satisfacción de la necesidad que tiene. Los bienes pueden ser no económicos o económicos. Un bien no económico es aquel cuya cantidad disponible excede la cantidad requerida por los agentes. Estos bienes tienen utilidad pero no valor. Por ejemplo, nadie atribuiría valor a un metro cuadrado de oxígeno, ya que disponemos de abundantes cantidades. Sin embargo, un bien económico es aquel cuyo requerimiento excede la cantidad disponible. En otras palabras, la cantidad existente no permite satisfacer todas las necesidades, o lo hace solo de forma parcial. Por lo tanto, sólo los bienes económicos tendrán utilidad y valor. En cualquier caso, vemos que la idea de valor no es inherente a los bienes sino a las necesidades que creemos que podrán satisfacer y su disponibilidad. El concepto de valor no existe fuera de la conciencia humana. 

El valor de un bien concreto es igual a la satisfacción menos relevante, o su utilidad marginal, como ya explicamos con mayor detalle en el artículo de la paradoja del agua y los diamantes. Recordamos que el valor de una unidad del stock homogéneo de gafas en una isla desierta perdía relevancia cuando las satisfacciones básicas (vista, tranquilidad de tener una unidad de repuesto…) estaban cubiertas. Además, llegados a cierto punto, algunos bienes pueden convertirse en una carga si ya no permiten satisfacer más necesidades. Piense en la utilidad del par de gafas número 1000 en una isla desierta. Ahora, imaginemos que Robinson Crusoe, en posesión de un stock abundante de gafas, conoce a un pescador, cuya vista se ha deteriorado en los últimos años, que posee más pescado del que puede consumir. Además, sabemos de primera mano que el pescador estaría dispuesto a sacrificar gran parte de su stock por un par de gafas. En esta tesitura, ceteris paribus, la oportunidad de intercambiar con otros permite satisfacer los fines de ambos mejor que en ausencia de dicho intercambio. Ambos intercambiarán gafas y pescados hasta encontrar un punto óptimo de gafas y pescado que maximice su riqueza. En efecto, el intercambio surge porque los agentes buscan la satisfacción plena de sus necesidades y el intercambio es un medio para conseguirlo. A la postre, podríamos afirmar que en cualquier intercambio, de carácter voluntario, ambos individuos se benefician, en el sentido ex-ante. En otras palabras, ambos deben creer que salen ganando con la transacción, sino no se llevaría a cabo. 

Para que un intercambio ocurra, se deben cumplir las siguientes características: 1) dos agentes deben tener una valoración distinta sobre un mismo bien; 2) los individuos deben

reconocer esta relación; y, 3) deben tener la habilidad de llevar a cabo el intercambio. A pesar de sus bondades, vemos que el comercio tiene unos costes de transacción asociados. Estos pueden ser costes de transporte, almacenamiento, pesado, empaquetado, tasas, impuestos, o, como mínimo, la pérdida de tiempo derivada de la operación. Por lo tanto, cualquier elemento que permita minimizar estas fricciones contribuirá a la creación de riqueza posibilitando un mayor número de intercambios. En nuestro simple ejemplo, hemos visto como Crusoe y el pescador se han beneficiado mutuamente del intercambio, y son, ahora, mucho más ricos. Imaginemos que existiera un tercer agente, o broker, con capacidad para identificar este tipo de oportunidades y ejecutarlas. ¿Realmente podemos afirmar que tal persona sería parasítica y no contribuiría a la creación de valor en la isla, después de ver este ejemplo? Lo dudo. Particularmente, en economías modernas caracterizadas por la división del trabajo, somos infinitamente más ricos mediante la especialización y el comercio. Los intermediarios facilitan el intercambio y crean valor hasta tal punto que estamos dispuestos a pagar comisiones. 

En resumen, el comercio permite la creación de riqueza tan efectivamente como la producción de bienes físicos. El fin último de una economía no es la acaparación de bienes físicos, sino la plena satisfacción de las necesidades humanas. El intercambio, facilitado en muchas ocasiones por intermediarios, contribuye a la creación de valor y es un bien económico en sí mismo.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Alex Ayguavives Monserrat

Máster en Banca y Regulación en Financiera

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