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Castilla y Leon, equivalente español de la Francia de Le Pen.

Sergio Plaza Cerezo

Profesor de Economía Aplicada en la Universidad Complutense de Madrid

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El periodista Thomas Friedman clasifica a los estadounidenses en dos grupos: la “gente de Internet”, profesionales cosmopolitas; y la “gente del muro”, temerosa ante la globalización –ahora frenada-. Estos últimos llevaron en volandas a Donald Trump hasta la Casa Blanca. Un impuesto sobre carburantes irritó a la Francia de provincias, eje del estallido de los “chalecos amarillos”. El norte en declive industrial de Inglaterra se vengó vía Brexit de Londres. Los “landër” orientales menos desarrollados son bastión de la ultraderecha alemana.

Los “pieds-noirs”, muchos de ellos con raíces en el sureste español y Baleares, “retornados” a la costa mediterránea francesa tras la independencia de Argelia (1962), fueron embrión de la extrema derecha; y un delfín de Marine Le Pen con dichas raíces se llama Julien Sánchez. El colaboracionismo de la Francia de Vichy con los nazis subyace en el subconsciente colectivo galo. Y la dualidad centro-periferia completa el elenco del extraño modelo del Hexágono.

El presidente Emmanuel Macron agradeció a los votantes que le han apoyado como segunda opción, cual dique de contención frente a la extrema derecha. Le Pen sube como la hormiguita: un 41.4 por del sufragio frente a un 33.9 por ciento (2017) y menos del 18 por ciento –cota en 2002 de su padre-. Sin embargo, Macron arrasa en la París global y multiétnica, con cuota de voto –del 85 por ciento- que multiplica su promedio nacional -58.5 por ciento-. La candidata rubia ha suavizado las formas; pero el fondo permanece. Su pretensión de eliminar el automatismo de la nacionalidad para niños nacidos de padres foráneos atenta contra los valores universales de la Revolución Francesa, contrarios al derecho de sangre.

En la primera vuelta de los comicios presidenciales, Le Pen ha recogido un 23 por ciento de los votos, paralelo al resultado de Vox en las elecciones autonómicas de Castilla y León –un 17.6 por ciento-. Esta comunidad con apenas 2.4 millones de habitantes, que ocupa una extensa meseta mayor que Portugal en la mitad norte de la Península Ibérica, es exponente de la “España vacía”. El contrapunto de Madrid, metrópoli global que atrae talento. Cuántos jóvenes ansían el paquete completo: estudios de maestría y empleo cualificado en la capital del país.

Si Castilla y León es paradigma de la España de provincias, Le Pen seduce a los franceses del mismo perfil territorial y sociológico. A pesar de haber nacido en el exclusivo distrito capitalino de Neuilly-sur-Seine, París solo le otorgó un 5.5 de los sufragios en primera vuelta de las presidenciales, viéndose rebasada por Eric Zemmour –un 8.1 por ciento de votos-. Este tertuliano televisivo con marcado discurso anti-islámico todavía es más ultra que Le Pen.

La extrema derecha ha accedido, por primera vez en la historia de la democracia española, a un gobierno autonómico. Vox, partido con discurso muy reaccionario en materia de inmigración, se ha incorporado a un ejecutivo de coalición encabezado por el Partido Popular (PP), fuerza de centro-derecha más votada en la región. ¿Un conservadurismo innato induce a que los votantes del PP no hayan penalizado este cruce del Rubicón? Los populares habrían aceptado el matrimonio de conveniencia por considerar que tiene coste electoral cero. ¿El PP estaría dispuesto a repetir dicho paso, tras los próximos comicios generales (2023), para alcanzar el Palacio de la Moncloa y detentar el gobierno de España?

El recuerdo de Adolfo Suárez aflora, cual precedente de Macron. El primer presidente del gobierno durante la transición española a la democracia (1976-1981) ganó las elecciones de 1977 con una propuesta de centro extremo. Unión de Centro Democrático (UCD) era una plataforma creada deprisa y corriendo –como tuvo que hacer el líder francés en 2017-: la amplia representación del centro-derecha tenía como contrapeso un sector socialdemócrata. Francisco Fernández Ordóñez, quien sacara adelante la ley de divorcio y la reforma fiscal –necesaria para financiar el naciente Estado del Bienestar-, tuvo continuidad política como ministro clave de Felipe González en gobiernos socialistas. Según comentaba en sus memorias, con ironía, Leopoldo Calvo-Sotelo, sucesor de Suárez, había más economistas keynesianos –es decir, progresistas- en la UCD que en la oposición representada por el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), donde los liberales eran muy relevantes en el área de economía.

En los inicios de la transición, la gente empezó a hablar de política con libertad. Aparecían con frecuencia familias franquistas –nostálgicas del dictador Francisco Franco- que dejaban de hablar a ciertas amistades, cuando descubrían que éstas no eran de derechas. Aquel escenario presentaba muchas similitudes con ese Chile caracterizado por el enfrentamiento entre demócratas y pinochetistas. El paisanaje fue variable clave para que muchos franquistas de Castilla y León, feudo más conservador de España, fueran atraídos al redil de UCD en 1977 y 1979. La razón exclusiva: Adolfo Suárez era un castellano de Ávila.

Castellanos y leoneses tienen mentalidad de propietarios, heredada del campesino medieval, receptor de pequeños lotes de tierra como premio por establecerse en la frontera con el islámico Al-Ándalus. Trabajadores con baja conflictividad laboral y múltiples autónomos – sanabreses y segovianos casi monopolizaban el negocio del taxi madrileño- son epígonos. El PP siempre gobierna en la región, identificado por parte significativa de una población gregaria como “el partido de los de aquí”. Las redes clientelares consolidan dicha hegemonía.

Esta comunidad autónoma muy envejecida aplicó con celo una política severa de cordón sanitario frente a la pandemia por covid-19. El acceso a Madrid quedaba vetado, algo que no ocurría desde la Guerra Civil, cuando las montañas del Sistema Central señalaron la frontera entre la capital de España (republicana) y el sur de Castilla y León (“nacional”, según decían los militares fascistas sublevados”). ¿En qué medida el cierre perimetral referido es metáfora del muro de Trump? Reflejo del miedo al Madrid por donde se cuelan inmigrantes y globalidad. El periodo de aislamiento ha podido extremar las posiciones de los estratos más conservadores de Castilla y León, para contribuir al éxito electoral de Vox.

Segovia es ciudad ganadora con la globalización, sucursal receptora de turistas y estudiantes internacionales desde la capital de España; pero, el partido de ultraderecha ha igualado el promedio autonómico. ¿El conservadurismo ancestral del campesino castellano aflora de forma subliminal? ¿Cuáles son los perfiles de votantes de Vox en el mapa electoral?

Los varones de edad madura, bajo nivel educativo y precariedad laboral engrosan un tipo de simpatizante, con nuevos extremistas en barrios repletos de inmigrantes –como San Lorenzo-. El PP solo multiplica por 1.4 veces los sufragios de Vox en el entorno de una mezquita local. Por el contrario, la lealtad a los populares se mantiene impoluta entre los estratos más acomodados en su área de referencia -calle Gobernador Fernández Jiménez-, con múltiplo de 2.5 en el diferencial PP/Vox. Algunos comercios latinos revitalizan una arteria céntrica en declive –San Francisco-; y el refrendo de Vox se dispara hasta el 23.5 por ciento.

Segovia ha devenido en aglomeración urbana dispersa, debido a las restricciones de largo plazo para construir en urbe laureada como Patrimonio de la Humanidad. Las consecuencias políticas del urbanismo: los suburbios blancos, dependientes del automóvil privado, eran feudo republicano en Estados Unidos. En la “no ciudad” integrada por urbanizaciones periféricas de clase media, con nombres como El Sotillo, Carrascalejo o Parque Robledo, donde impera una homogeneidad social plena, más de uno entre cada cinco votantes -y  máximo del 23 por ciento- ha optado por Vox en las recientes elecciones autonómicas.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Sergio Plaza Cerezo

Profesor de Economía Aplicada en la Universidad Complutense de Madrid

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