Brasil: frente al conservadurismo duro y la ingobernabilidad
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El ajustado resultado de las elecciones presidenciales en Brasil ha puesto en tela de juicio a los medios y a las empresas encuestadoras, así como ha abierto un panorama complicado para la segunda vuelta y, consecuentemente, para el futuro de la sociedad brasileña.
Principalmente desde el lado del presidente Jair Bolsonaro, se ha cuestionado el direccionamiento de los medios y las empresas encuestadoras con el presunto objetivo de favorecer al expresidente Lula Da Silva, dado que los sondeos daban una amplia diferencia al segundo y hasta le planteaban la posibilidad de una victoria en primera vuelta. Si bien Lula Da Silva quedó a 1,57 por ciento de conseguir la hazaña, la diferencia se estrechó a un relativamente corto 5,23 por ciento –en estricta comparación con lo que vaticinaban las encuestas. Ciertamente quizá nunca se llegue a saber si ha existido una manipulación malintencionada de los sondeos; no obstante, la ciencia política cuenta con elementos que contribuyen a entender este fenómeno electoral con mayor profundidad.
La observación de los sucesos electorales con masas polarizadas ha revelado un alto nivel de volatilidad del sufragio. Los temores, alimentados por los populismos, generan cambios repentinos y de último momento que reconfiguran la votación durante el mismo acto electoral. En especial los ciudadanos, que tienen la intención de votar por un candidato sin chances reales de ganar, parecen verse influenciados de tal manera que cambian su voto a última hora. Esta volatilidad de la votación, impulsada por los fenómenos del populismo y la polarización, constituye un sesgo prácticamente impronosticable por la ciencia, puesto que se trata una volatilidad imposible de prever en el margen de error estadístico, cuya razón de ser son los sesgos metodológicos y no así subjetivos.
Las últimas elecciones en Latinoamérica, región plagada por el populismo, son sin duda un ejemplo de este fenómeno electoral. Y, de hecho, si los medios y encuestadoras estuvieran incurriendo en cualquier tipo de manipulación, en vez de favorecer necesariamente al candidato mejor posicionado, podrían estar más bien alimentando los temores populistas y, por ende, la polarización. En otras palabras, en escenarios polarizados por los populismos, el mito del «voto a ganador» se desmorona y se convierte en «voto útil». Ante este fenómeno, en Brasil, si hubieran manipulado las encuestas en favor de Lula Da Silva, probablemente le hayan hecho un favor a Bolsonaro. Si fue así o no, ya es historia.
Ahora bien, los resultados de las elecciones parlamentarias ponen al gigante sudamericano en una situación complicada frente al desenlace que se dé en la segunda vuelta presidencial. Brasil tendrá el congreso más conservador de su historia democrática. Bolsonaro contará con la bancada más grande en ambas cámaras y tiene la inminente chance de concretar una coalición con la centroderecha para obtener mayoría parlamentaria absoluta. De todos modos, en vista de la solidez institucional de la democracia brasileña, es poco probable que, aun con mayoría congresal, Bolsonaro pueda causar daños irreversibles al Estado de derecho, tal como se pronostica en la vereda del frente. Sus discursos antidemocráticos, donde hay separación de poderes y una institucionalidad robusta, difícilmente podrán ser llevados a la práctica sin contrapesos importantes, como el ejercido por el poder judicial y la sociedad civil. Sin embargo, de ser reelecto, Bolsonaro podría aprovechar la nueva composición parlamentaria para aprobar políticas que le han sido bloqueadas o que ha tenido que moderar en su primer período presidencial. Un giro demasiado conservador y más facilidades para la colosal deforestación de la Amazonía, entre otros, constituyen considerables riesgos frente a una nueva victoria del actual presidente de Brasil.
En contraste, una victoria de Lula Da Silva plantea un escenario de fatal ingobernabilidad. El parlamento más conservador de la historia podría ser un obstáculo engorroso para las aspiraciones de la izquierda brasileña. En materia eminentemente política, es probable que la derecha bloquee las reformas más importantes que intente Lula Da Silva, con la intención de crear una narrativa en su contra de mala gobernanza y falta de capacidad para obtener consensos. El riesgo más grande, no obstante, reside en el hecho de que la ingobernabilidad puede llegar a ser humanamente desastrosa en tiempos de crisis. En un presidencialismo de coalición como el brasileño, donde el congreso tiene un rol tan decisivo en la introducción de políticas públicas, el poder ejecutivo de Lula Da Silva estaría de manos atadas para atender las necesidades coyunturales de la ciudadanía. En una situación como tal, habría que ver hasta dónde llegan los escrúpulos de la mayoría parlamentaria: si destruir políticamente la imagen del adversario o las urgencias de la población –a pesar de su alto costo político– tendrían prioridad.
Por lo tanto, la ciudadanía brasileña está inmersa en un dilema moral más complicado que tener que escoger entre las barbaries del machismo y racismo versus la descarada corrupción. Es decir, además de tener que ponderar qué inmoralidad tolera más, el pueblo brasileño debe considerar aún cuál –entre un conservadurismo duro o una fatal ingobernabilidad– constituye el mal menor.