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Dinamitar o acordar

Después de la pandemia se profundizó la crisis de la democracia representativa. La mayor parte de los latinoamericanos no se siente representada por las instituciones y tampoco quiere que lo representen. Los algoritmos nos analizan, saben nuestras preferencias políticas, familiares, de consumo. Con toda la información que entregamos a la red todos los días, nos conocen mejor que nuestro sicólogo.

Jaime Duran Barba

Consultor de imagen y asesor político.

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Vivimos en burbujas de verdad que incrementan el fanatismo y la incapacidad de comprender al otro. Con el fin de la Guerra Fría acabó un mundo en el que se discutía la posibilidad de implantar sociedades radicalmente diferentes. Hasta 1990, más de la mitad de los seres humanos vivía en países que habían terminado con la propiedad privada, su economía era centralmente planificada, estaban gobernados por partidos únicos, machistas, homofóbicos, que negaban la diversidad. Se enfrentaban a otros países, democráticos, multipartidistas, en los que surgieron las ideas  progresistas, reconocidas actualmente como parte de la civilización occidental.

El fracaso de la economía estatizada llevó a que casi todos los países comunistas adopten la economía de mercado, con la excepción de Cuba y Corea del Norte. Con la desaparición de la Unión Soviética, que orientaba la revolución mundial, la brújula ideológica se extravió. Apareció en su lugar un Estado ruso capitalista, nacionalista, con una ideología expansionista de superioridad racial, que invade a sus vecinos.

Los restos del socialismo real agonizan en experimentos aislados que no tienen nada que ver con lo que fue la revolución. En Buenos Aires hay grupos anacrónicos que toman las calles todas las semanas repitiendo las consignas de hace sesenta años. Usan más carteles que los votos que obtienen en todo el país.

En Chaco hay una organización delirante, semejante a otra que existió en Jujuy. Con dinero del Estado capitalista provincial y nacional, un grupo de dirigentes “revolucionarios” ha mantenido una organización delictiva, que les permite ser candidatos a las más altas dignidades políticas, tienen propiedades, coches de alta gama, realizan viajes para reunirse con el Papa. Izan la bandera cubana, tienen imágenes del Che Guevara en todas las casas, se creen militantes de una revolución mundial que nadie conoce ni en Cuba ni en ningún otro lado. No se parecen al Che, que no recibía subsidios del Estado, ni tenía esa vida ostentosa cuando combatió en Bolivia. No son proyectos revolucionarios sino negocios turbios con boina.

El huevo de la serpiente

La distancia entre el proyecto de la “izquierda” fondomonetarista de Sergio Massa y la propuesta de casi todos los otros candidatos es mínima.  Las diferencias se expresan en agravios personales y calumnias de mal gusto, no en puntos de vista acerca del Estado y la sociedad.

Algunos candidatos están más ocupados en hacer trampitas y satisfacer sus vanidades, que en la discusión de proyectos alternativos. La intervención de la fundación de Patricia Bullrich, las operaciones en contra de Milei, las insinuaciones contra Rodríguez Larreta a propósito de Favaloro, son parte de la campaña sucia que algunos suelen hacer cuando no saben cómo conseguir votos.

Aunque las diferencias entre los candidatos no son tan radicales como en el pasado, sus pasiones personales son intensas. Lo grave es que, al igual que en el resto de América Latina, los sentimientos radicalizados han permeado en la sociedad. Aunque no saben bien porqué, los electores están generalmente enojados porque sienten los estragos de la implantación de la Tercera Revolución Industrial.

La mayoría está cansada de las instituciones, de los partidos, los gobiernos, los Congresos, la Justicia. Nuestros países están asentados en polvorines que pueden estallar en cualquier momento y algunos políticos, siguen jugando con actitudes del siglo pasado. La gente es rebelde, ya no hay profetas que impongan sus puntos de vista por la fuerza.

En una sociedad en la que todas las personas tienen un celular en el bolsillo, el autoritarismo es más difícil. No hay espacio para un gobierno militar que asesine a miles de opositores y los arroje al mar desde aviones. Tampoco para que un grupo armado imponga por la fuerza una sociedad autoritaria. Dictaduras militares y líderes guerrilleros dueños de la verdad, son fenómenos del siglo pasado, con poco espacio en el Occidente actual.

La red sustenta una democracia efímera, menos sofisticada que la antigua, con candidatos que hacen ridiculeces en el TikTok, ajena a poderes eternos y proyectos de largo plazo. Incluso cuando eligen a líderes autoritarios como Bolsonaro o Trump, termina con ellos en poco tiempo. Los dos tuvieron un éxito económico notable, pero tienen problemas: el uno perdió sus derechos políticos, y el otro puede ir a la cárcel por 500 años.

En difícil avizorar lo que ocurrirá en las próximas elecciones argentinas. Los entusiasmos de líderes algorítmicos que anunciaron el triunfo contundente de su grupo y creyeron que había llegado el momento de imponer su proyecto con una mayoría en el Congreso, eran falsos. Un cambio como el que requieren nuestros países es más complejo y profundo. Requiere estadistas de la talla de Felipe González, o Konrad Adenauer, capaces de conducir una amplia negociación en la que intervengan todos los grupos políticos y sociales para acordar líneas generales de desarrollo del país a largo plazo.

Desde que se consolidó una alternativa al proyecto kirchnerista, los votos se han dividido entre alternativas que han estado en torno al 50%.  No existe más el monopolio del peronismo que aplastaba a una oposición atomizada. Es antidemocrático creer que los dirigentes de uno de los grupos pueda imponer su modelo a la otra mitad del país.

El peronismo vendió la idea de que era el único que podía gobernar Argentina porque, hasta el gobierno de Mauricio Macri, ningún otro presidente había logrado terminar su período sin su venia y sobre todo la de sus organizaciones sindicales.

Pero la sociedad ha cambiado. Seguramente ésta será la última vez en que Cristina pueda nombrar candidato a quien le viene en gana, sea Wado de Pedro o Sergio Massa. En la nueva sociedad todos quieren opinar. Los profetas se hicieron efímeros, los dirigentes de los partidos no solo obedecen, pretenden que los consulten. Nombraron candidato a Ma-ssa, permitiendo que Juan Grabois dispute una primaria, porque despreciaban sus posibilidades. Más allá de las encuestas hay una exigencia general de que se renueven los liderazgos y Grabois probablemente obtendrá un porcentaje importante.

Pasa lo mismo en el conjunto de la sociedad con Javier Milei. Las operaciones en su contra por la venta de candidaturas tendrán poco efecto. Sus votantes no tienen los valores de la clase media que respalda a Juntos por el Cambio, ni ningún interés en conocer propuestas o programas. Vota por Milei porque es la protesta más contundente en contra de que las cosas sigan como están. Es un voto de rechazo a los políticos, no un voto que quiere preservar las buenas costumbres y evitar las malas palabras.

En todo caso la idea de que el peronismo está derrotado es arriesgada. No existe otro partido en el mundo que subsidie de alguna manera a toda la población. Se puede decir que el Gobierno ha fracasado de manera espectacular y eso es cierto, pero el movimiento obrero, las organizaciones sociales, grandes sectores del empresariado que han prosperado con este sistema, incluso el denostado Fondo Monetario Internacional, respaldan a Massa. Es inocente creer que el movimiento político que ha hegemonizado el país durante un siglo ha desaparecido. Massa tiene posibilidades de ganar la presidencia, si va a una segunda vuelta enfrentando a Milei o a un Juntos por el Cambio que ofrezca tomar medidas que enojan a la mayoría de la población.

En Juntos por el Cambio se produce la primaria más importante de los últimos años. Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta llegan a las PASO con posibilidades de conseguir la nominación. Representan dos versiones de un punto de vista semejante acerca de la sociedad, la una con una impronta urgente, de acabar con  la sociedad peronista y la otra con la idea de negociar el cambio con el conjunto de la sociedad.

Ambos son dirigentes valiosos, pero la política es el arte de lo posible. Es irreal intentar ganar las elecciones e imponer en la primera semana todos los cambios que se crean necesarios, derogar las leyes laborales, eliminar los subsidios, subir las tarifas de todos los servicios, aprobar un decreto que imponga la ética protestante de hace un siglo. En la segunda semana habrá un nuevo gobierno que hará volver las cosas al pasado.

Terminado el franquismo, para superar la sociedad que condujo a España al subdesarrollo, y promover una economía moderna que la sitúe en Europa, se hicieron los Pactos de la Moncloa. Participaron todos los partidos y organizaciones representativas del Reino acordando algunas líneas básicas para su desarrollo

En ese entonces había instituciones que representaban a la población. Con la crisis de la democracia representativa sería necesario ahora ampliar ese diálogo. No deberían participar solamente las organizaciones sociales y los partidos, sino también habría que integrar a la gente común. En todo caso, si queremos promover cambios durables, debemos ampliar el diálogo y también la agenda de lo que se discute.

Pocos políticos del continente hablan de los temas más importantes del mundo: la lucha por la vida, por el agua, los cambios que vienen en los próximos años, cuando la Inteligencia Artificial y la robótica dejen en el desempleo a la mitad de los argentinos.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Jaime Duran Barba

Consultor de imagen y asesor político.

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