¿En qué se diferencia la nueva «ola progresista» en Latinoamérica?
Cuatro aspectos en los que existen diferencias y semejanzas entre los dos ciclos de gobiernos de izquierda en la región. ¿En qué se parecen y en qué no?
Escucha la noticia
Latinoamérica ha tenido un nuevo repunte de gobiernos nacionales de centroizquierda e izquierda. Una segunda ola progresista, aunque menos bulliciosa que la primera. En este ciclo, los gobiernos, sus fuerzas políticas y apuestas programáticas son más heterogéneas. Difieren en las estrategias y tácticas de su ola predecesora. En todo caso, ¿en qué se parecen y en qué no?
Hay cuatro aspectos que nos permiten establecer diferencias y semejanzas entre las dos olas progresistas que han tenido lugar en el siglo XXI en la región.
La primera ola
Como primera ola progresista (pink tide) llamamos al bloque de gobiernos de centroizquierda e izquierda que debutaron durante los primeros tres lustros de este siglo. Inició con la irrupción del chavismo y la Revolución bolivariana en Venezuela con el ascenso de Hugo Chávez en 1999, e incluyó a Brasil y Argentina en 2003, República Dominicana y Panamá en 2004, Bolivia y Uruguay en 2005, Chile y Honduras en 2006, Ecuador y Nicaragua en 2007, Paraguay y Guatemala en 2008, El Salvador en 2009 y Perú en 2011.
Como figuras internacionales resaltantes de esta ola destacaron Chávez, Néstor y Cristina Kirchner, Lula da Silva, Evo Morales y Rafael Correa. Todos llegaron al poder nacional por primera vez en ese tiempo. Obtuvieron mayorías parlamentarias, lo que les permitió gobernabilidad para introducir reformas y articular sus proyectos nacionales. Hubo mucha diversidad en el accionar de cada gobierno. No fue un bloque homogéneo. En 2015 finalizó esta ola.
La segunda ola
La segunda ola se abrió paso con el ascenso de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en México en 2018, al que se les sumaron Argentina y Panamá en 2019, Bolivia en 2020, Perú y Chile en 2021 y Honduras en 2022. Aparecen en el horizonte el regreso de Lula da Silva como candidato presidencial en Brasil y Gustavo Petro entre los favoritos de las presidenciales en Colombia para 2022. Resaltan como sus figuras el propio AMLO, Alberto Fernández en Argentina y el nuevo presidente de Chile, Gabriel Boric.
Diferencias y semejanzas
La reconfiguración del mapa político permite establecer algunos puntos para contrastar las características de ambas olas. Para ello hemos identificado los siguientes ítems:
1. Trayectorias históricas
La primera ola fue la coincidencia en varios países del ascenso de partidos de izquierda que se estrenaban en el gobierno. Se caracterizó por una confluencia de actores de la izquierda tradicional que iba desde partidos y coaliciones de base popular con la participación de los históricos partidos comunista y socialista, hasta el protagonismo de nuevos partidos políticos nacionales y locales, y movimientos sociales consolidados al calor de las luchas sociales de finales del siglo XX. Contó con una fuerte impronta de la tradición populista latinoamericana. En la nueva ola, si bien estos elementos están presentes, la heterogeneidad de la base de apoyo es mayor.
En el primer ciclo, la izquierda latinoamericana llegaba al gobierno coincidiendo en el discurso de condena generalizada a las administraciones de derecha y centroderecha de finales de los noventa, la urgencia de políticas sociales y reformas estructurales —en algunos casos refundacionales—. Este nuevo ciclo cuenta con una batería de demandas más moderadas que apelan al perfeccionamiento de la acción estatal en algunos ámbitos, la inversión en políticas sociales y el reflote de la economía.
Ambas olas tienen en común la consolidación de liderazgos de larga trayectoria junto con figuras outsiders.
2. Relación con Estados Unidos
Si por algo destacó la primera ola fue por su retórica hostil con la potencia norteamericana. Proliferaron iniciativas para condenar los tratados de libre comercio, la ayuda humanitaria y la actividad de organismos multilaterales como el FMI o el Banco Mundial. Igualmente, algunos países mantuvieron una convivencia cordial con la potencia —desde grandes como Brasil hasta pequeños como Uruguay—.
A la primera ola le tocó vivir la nueva reconfiguración geopolítica en que China se posicionó como contrapeso de Estados Unidos. Rusia también permeó intensamente la región en este tiempo. Sin embargo, los gobiernos progresistas de la nueva ola parecen tener menos interés en apostar por una confrontación geopolítica contra Norteamérica.
Símbolo de ello es la firma del tratado de libre comercio entre AMLO y Donald Trump, y las acciones para controlar el flujo migratorio. Gabriel Boric anunció contactos con Joe Biden. También la nueva presidenta de Honduras, Xiomara Castro, dijo que aspira a una relación pragmática con la potencia durante la visita de la vicepresidenta estadounidense, Kamala Harris, en su toma de posesión.
Una figura influyente como Lula da Silva ha hablado de tener una amistad con Estados Unidos.
3. Venezuela, Cuba y Nicaragua
La primera ola progresista tenía en su epicentro el impulso de la Revolución bolivariana de Venezuela, a su vez apoyada por una profusión de recursos económicos que la convirtieron en una potencia exportadora de su proyecto político y de la integración bolivariana. Este financiamiento a la coordinación estrechó el vínculo con Cuba, Estado mentor del régimen venezolano, y en menor medida Nicaragua, ubicado más en la periferia de la atención regional. Sin embargo, con la consolidación de los autoritarismos hegemónicos en Venezuela y Nicaragua, comenzaron a presentarse matices en la convalidación del modelo.
La nueva ola es más moderada y pragmática en su relación con Cuba y los otros regímenes. Existe una posición mediada por el escepticismo de lo que ha sido el socialismo del siglo XXI para Venezuela y su vínculo se ha resumido a la prédica del principio de no intervención y algunos espacios de interacción partidaria. Sin embargo, salvo algunas diferenciaciones puntuales que se mostraron a priori como distantes del autoritarismo, como la de Boric en Chile con su crítica a los regímenes de Venezuela y Nicaragua o el llamado a consulta de los embajadores de México y Argentina, de momento no se evidencia pista de una condena general a la amenaza que estos gobiernos representan para la democracia y los derechos humanos.
4. Asociación internacional
La convicción latinoamericanista y anti-Estados Unidos de los gobiernos de la ola anterior generó espacios alternativos de coordinación regional. Con esa lógica se crearon ALBA y Unasur, configurados como clubes de presidentes con afinidad ideológica para la promoción y solidaridad mutua. Sin embargo, quedaron en desuso. En la nueva ola, de momento no se ha evidenciado interés por revitalizar estos espacios o por la creación de otros nuevos.
En la OEA, escenario históricamente criticado desde la izquierda por su influjo estadounidense, curiosamente la primera ola actuó con eficacia como un bloque de voto mayoritario durante la secretaría general de José Miguel Insulza (2005-2015). Con la llegada de Luis Almagro (2016) la crítica gravitó más hacia el accionar del secretario y no de la organización, lo que llevó a suspensiones de algunos países y varias controversias. En esta nueva ola progresista se ven más discordancias específicas con Almagro que con la institucionalidad del sistema interamericano.
Conclusiones
La nueva ola de gobiernos de centroizquierda e izquierda en Latinoamérica se diferencia sustantivamente de la anterior. Esta vez se proyecta más moderada y parece apostar más por el pragmatismo que por la afinidad puramente ideológica. Hay señales de que prioriza más el diálogo con las grandes potencias que estar en la hinchada de un bloque en el ajedrez geopolítico.
Ahora los gobiernos de izquierda no debutan en el poder. No son tiempos de vacas gordas y en muchos casos no cuentan con abrumadoras mayorías. A tono con esto, no se han anunciado planes refundacionales sino reformas bajo las normas del juego democrático. La segunda ola arrastra los escombros de la primera: dos autoritarismos hegemónicos que junto a Cuba hacen el trío de las dictaduras realmente existentes en la región.
¿Podrá la nueva ola progresista formular una condena explícita a las dictaduras? ¿Podrá impulsar un clima de diálogo con el resto del sistema político? ¿Tendrá dentro de sus objetivos disminuir la polarización y no caer en la deriva populista? Ejemplos en México y Argentina indican que es difícil que suceda. Sin embargo, nuevos liderazgos se han sumado, y en 2022 las presidenciales en Brasil y Colombia pueden colocar más actores en el mapa.
Ángel Arellano es doctor en ciencia política, magíster en estudios políticos con especialización en gobierno y gerencia, y periodista. Coordinador de proyectos en la Fundación Konrad Adenauer, oficina Uruguay y coordinador de la redacción de Diálogo Político.