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La actual guerra entre Rusia y Ucrania tiene antecedentes que nos refieren a las pautas de conducta de la Guerra Fría. El entonces antagonismo entre la URSS y los EE.UU. arrastraba tras de cada uno de ellos otros actores menores, los cuales podían, según el caso, exacerbar o mitigar las contradicciones entre esas dos superpotencias.
El colapso de la Unión Soviética inauguró un nuevo panorama. Se instauró el multipolarismo, es decir, la relatividad de la supremacía unipolar norteamericana que muchos entreveían después del colapso de la URSS. Habría nuevos referentes de fuerza más o menos equivalente: Europa, China, Europa…, además de los EE.UU. y la Rusia sobreviviente.
Sin embargo, ese multipolarismo parece más discurso que realidad. Las llamadas potencias emergentes terminan alineándose detrás de los dos antagonistas de siempre y no por una vocación subalterna, sino porque el ganador de la Guerra Fría, Norteamérica, interpreta la multipolaridad no como coexistencia de fuerzas diferentes, sino como conviabilidad de formas que deberían reproducir –con exóticos aditamentos históricos y culturales- el modelo norteamericano.
Alguien debería haber puesto énfasis en la intolerancia a esa pretensión. No lo puede hacer la todavía incipiente China, ni la colérica Irán u otros aspirantes menores. Tuvo que hacerlo la Rusia de Putin.
Creer que Rusia no iba a reaccionar ante el cerco de la OTAN, es una ingenuidad desmentida hoy por los acontecimientos. Se expresan ahora enfrentamientos que sí se supieron evitar antes. Hay un curioso paralelismo entre lo sucedido durante la Crisis de Misiles en Cuba, en 1962 y lo que sucede ahora en Ucrania.
En mayo del 1962, los soviéticos lanzaron la idea de ayuda militar a Cuba, que incluía los cohetes nucleares. Moscú ultimó los detalles de ese despliegue en julio del mismo año y para septiembre llegaron al puerto de Mariel misiles con ojivas nucleares.
En nuestros días, la OTAN cercó a Rusia con misiles atómicos a través de sus aliados de la OTAN emparejando la osadía de la URSS en 1962. La cereza del pastel hubiese sido la inclusión de Ucrania en la OTAN.
En 1962, EE.UU. reaccionó fuertemente. ¿Era inconcebible que Rusia no lo haga de igual manera el 2022? Cuando Kruschev se dio cuenta de que se aproximaba un holocausto nuclear, llegó a un acuerdo con su homólogo norteamericano, Kennedy, y retiró sus cohetes de Cuba, en tanto los norteamericanos aceptaban retirarlos de Turquía.
Kruschev no informó a Fidel Castro sobre sus acuerdos con los EE.UU. Posteriormente se supo que lo hizo a sabiendas de los deseos de Fidel de mostrarse intransigente con los norteamericanos, incluso sobre su intención de lanzar sobre suelo norteamericano un ataque nuclear preventivo.
Kruschev estuvo a la altura de sus responsabilidades. ¿Lo está ahora Biden, la OTAN y el mundo occidental?
El Castro de Ucrania se llama Vlodomir Zelenskiy. Con la radicalidad y la desenvoltura que caracteriza al líder menor, que se ampara bajo la sombra protectora de mayores, este tiene un esencialismo que seguramente no comparten sus amparadores, pero que los sumerge, sobre todo porque lideres menores de ese tipo ante el pueblo y el común de los observadores parecen nimbados de arrojo y heroísmo.
Es necesario hacernos a la idea de que el multipolarismo debe ser realidad y no ficción retórica. Hacernos a la idea de que la coexistencia debe ser entre diferentes y no entre copias de uno mismo. Tanto a nivel internacional, como nacional.
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo
