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La apuesta de Putin en América Latina

Con la invasión a Ucrania, Biden ve con preocupación la presencia de Rusia en Caracas y espías de Moscú que operan en México.

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Por Gabriel Pastor1

El conflicto mundial por la invasión de la Rusia de Vladimir Putin a Ucrania no es una imagen fiel de la Guerra Fría, pero es innegable que algunas reacciones, decisiones políticas y movimientos diplomáticos tienen reminiscencias de la confrontación que en el siglo XX libraron Estados Unidos y la ex Unión Soviética, en nombre de la democracia liberal y el comunismo.

Un orden internacional perturbado por la agresión rusa ha provocado que un jugador principal como Washington haya empezado a mover sus fichas con estrategias de la realpolitik tan propias del mundo bipolar.

La actitud zarista y expansionista de Putin explican que la Administración estadounidense esté planteándose ajustes a su política exterior con la intención de recuperar su sentido de misión, como observan Michael Crowley y Edward Wong, de The New York Times.

Ello supone una alianza más robusta de Washington con aliados europeos y un examen respecto a las conversaciones que mantiene con sus enemigos, en función, justamente, del papel de Rusia en el orden internacional, un aspecto que no estaba incluido en la hoja de ruta de Joe Biden cuando llegó a la Casa Blanca.

Una estrategia de ajedrez en jugadas de funcionarios estadounidenses que denotan inquietud por la creciente presencia de Rusia en países de América Latina, como si fuera un fenómeno de anteayer.

Es que el gran rival global para Biden siempre fue China, la segunda potencia mundial por lejos. Rusia, de un gran poderío militar y nuclear, pero una economía comparable a la del estado de Texas, era un adversario de cuidado, pero no una amenaza existencial.

La guerra ha puesto en cuestión esta percepción, que se fortalece por la alianza autoritaria de Moscú y Pekín.

Caracas como esfera de influencia

Planificada desde tiempo atrás, la reunión en Caracas entre funcionarios de la Administración Biden y una delegación del gobierno de Venezuela, en la que participó el propio Nicolás Maduro, adquirió otra dimensión con el curso del conflicto bélico.

Es innegable el coletazo de la guerra en la reunión controvertida de la Casa Blanca y Miraflores, realizada el pasado 5 de marzo en Caracas.

¿Por qué controvertida? Estados Unidos desconoce a Maduro como presidente, sin relaciones diplomáticas desde 2019, lo ha sancionado con una batería de medidas que incluye la prohibición de comercializar petróleo en territorio estadounidense.

Luego, la Secretaría de Justicia presentó cargos criminales por narcotráfico contra Maduro, y la Administración para el Control de Drogas (DEA), por su lado, ofreció USD 15 millones a cambio de información que lleve a la captura de Maduro.

Asombra a cualquiera una reunión de Estados Unidos con un dictador que, además, está siendo investigado por un tribunal penal internacional por crímenes de lesa humanidad y, por si fuera poco, es un aliado destacado de Rusia en América del Sur.

Mucho se ha dicho del renovado interés de Estados Unidos por el petróleo de Venezuela y el reclamo de liberación de estadounidenses presos en Caracas sin el debido proceso.

Pero también en Washington se escucha hablar que Biden puede estar aprovechando la asfixia de Venezuela —sanciones estadounidenses y ahora Maduro sin poder utilizar el sistema financiero ruso— para alejar al chavismo de la influencia de Putin, una mácula desde la época de Hugo Chávez.

Se estima que, en la época de esplendor de Chávez, Venezuela invirtió alrededor de seis mil millones de dólares en armamento ruso (aviones de combate, helicópteros, tanques, misiles antiaéreos y rifles) y, desde entonces, la cooperación se ha cristalizado en unos 200 acuerdos. Asesores militares rusos en Caracas —incluso se sospecha de la presencia permanente del paramilitar Grupo Wagner— reflejan la narrativa prorrusa del chavismo.

Es pertinente que, en el contexto de la agresión militar rusa, Biden esté preocupado por la presencia del Kremlin en Caracas, donde puede influir o incluso extender más sus tentáculos hacia otros países de la región.

Desde antes de la invasión a Ucrania, la propia diplomacia rusa ha justificado la permanencia militar en Caracas y en países caribeños como respuesta a la expansión de la OTAN hacia países del este europeo, que el Kremlin no tolera.

Rusia ha actuado con argucia para intentar influir en procesos democráticos de la región como lo demostró en las elecciones estadounidenses en que Donald Trump llegó al poder.

[Te recomendamos leer también «El poder de Rusia en Latinoamérica», sobre las estrategias rusas para influir en la región]

Es comprobable el poder blando ruso a través de medios como Rusia Today (RT), con una fuerte presencia en plataformas de internet, además de televisión por cable, que difunde propaganda prorrusa y campañas de desinformación.

La administración de la vacuna Sputnik V, particularmente en Nicaragua, Argentina, Bolivia, Guatemala, Paraguay, Venezuela y México, también ha sido un instrumento del Kremlin.

El despliegue de fuerzas militares más allá de Caracas y el asesoramiento de seguridad a varios gobiernos han sido mensajes para inquietar a Estados Unidos, a los que recién ahora Washington parecería que está prestando más atención.

Espías en México

Y, en paralelo, comandos militares estadounidenses admitieron recientemente su preocupación por el espionaje ruso en México con el propósito de perjudicar a su país.

En una audiencia en el Senado el pasado 24 de marzo, el general Glen VanHerck, jefe del Comando Norte de Estados Unidos, se refirió a las malas intenciones de Rusia y China en la región.

La agencia de inteligencia militar de Rusia (GRU, su sigla en ruso) tiene en México más oficiales de inteligencia que en cualquier otro país del mundo, aseguró.

En su opinión, la inestabilidad que provocan organizaciones criminales en la frontera de México «crea la oportunidad para que actores como China, Rusia y otros que pudieran tener actividades nefastas en mente busquen acceso e influencia en nuestra área de responsabilidad (en referencia al Comando Norte) desde una perspectiva de seguridad nacional» de Estados Unidos.

Dos conclusiones podrían extraerse de estos dos episodios notoriamente interconectados:

  • Por un lado, la Casa Blanca, si cree que puede avanzar en la defensa de sus intereses, está dispuesta a conversar con dictadores como Maduro, aunque ponga en entredicho la lucha de Biden contra las autocracias.
  • Por otro lado, y sumando la inquietud por el espionaje ruso, el enfoque de las esferas de influencia, tan propia de la Guerra Fría y que está presente en la agresión de Rusia a Ucrania, parece que empieza a ocupar un lugar más destacado en Washington.

Hay quienes creen que la guerra en Ucrania es una oportunidad de oro para que Estados Unidos empiece a debilitar la influencia de Rusia en la región, principalmente en Caracas.

Pero una eventual negociación con Maduro, cuando menos, no tiene el apoyo del Partido Republicano y es divisiva en el Partido Demócrata, que en estas semanas se ha reflejado tanto en críticas como en silencios.

Es un enfoque removedor, por cierto, que Biden y la diplomacia deberían pasar por el tamiz de la malograda experiencia de la Guerra Fría en América Latina y el Caribe. El desafío de la política realista es, pues, no menospreciar las lecciones de la historia.

1Periodista uruguayo radicado en Washington, DC. Analista de asuntos latinoamericanos. Magíster en Filosofía Contemporánea. Licenciado en Comunicación. Exprofesor de tiempo completo de la Escuela de Comunicación Social y Periodismo en la Universidad Sergio Arboleda, Bogotá. Corresponsal del diario «El Observador» de Montevideo

Este artículo fue publicado originalmente en dialogopolitico.org el 07 de abril de 2022.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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