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La guerra fría con dos frentes de EE.UU.

Ted Galen Carpenter considera que el peor escenario posible para EE.UU. es aquel en que Rusia y China tiene entre sí una relación más estrecha que aquella que Washington tiene con cualquiera de los dos.

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Por: Ted Galen Carpenter1

EE.UU. ahora tiene una relación deplorable tanto con Rusia como con la República Popular de China (RPC). De hecho, la Evaluación Anual de Amenazas 2021 elaborada por la comunidad de inteligencia presenta a esos dos países como las principales amenazas a las que se enfrenta EE.UU.

Adoptar una política de confrontación hacia dos poderes importantes de manera simultánea refleja una grave mala práctica de política exterior y crea una situación potencialmente peligrosa. Henry Kissinger una vez dijo que Washington siempre debería buscar tener una mejor relación tanto con Moscú como Pekín que aquella que estos dos tienen entre sí. Las recientes administraciones han violado ese sabio consejo, y EE.UU. ahora está en la posición de intentar librar una guerra fría en dos frentes. Además, en gran medida gracias a la torpeza de la política exterior estadounidense, esos dos escenarios de la guerra fría tienen el verdadero potencial de calentarse. La administración de Joe Biden todavía tiene tiempo de revertir esas tendencias ominosas, pero hacerlo requerirá de unos cambios drásticos en la estrategia de Washington.

Quienes diseñan las políticas necesitan empezar por los fundamentos. Si están determinados a librar una guerra fría en un solo frente (no necesariamente una política prudente por sí sola), es necesario dar dos pasos importantes. Uno es reparar las relaciones con el adversario menor. El otro es librarse de la carga de la mayor cantidad posible de compromisos secundarios y de la periferia. Desafortunadamente, la administración de Biden muestra pocas señales de tomar cualquiera de estas dos acciones.

Algunos analistas sostienen que la decisión del presidente de acabar con una aparentemente interminable misión en Afganistán era una señal de que las autoridades estaban empezando a deshacerse de compromisos para enfocarse en los retos que representan rivales de su misma talla, principalmente Rusia y China.

Sin embargo, hay poca evidencia de que la decisión de Afganistán sea parte de un patrón más amplio. La administración de Biden no muestra inclinación alguna hacia ejecutar un retiro similar de Irak o Siria. El paso de la actividad militar estadounidense en ambos países sigue siendo elevado, y Washington parece estarle inyectando nueva energía al esfuerzo para aislar o derrocar a Bashar al-Assad en Siria. Las relaciones entre EE.UU. y la coalición del Golfo liderada por Arabia Saudita puede que se hayan enfriado marginalmente, pero la administración de Biden todavía mantiene la antigua relación de patrón-cliente con Riyadh. A pesar de las garantías oficiales de que Washington estaba retirando su respaldo de la guerra de la coalición Saudí en Yemen, EE.UU. todavía esta aportando inteligencia y respaldo logístico.

Incluso el muy publicitado retiro de las fuerzas estadounidenses de Afganistán es menos comprensivo de lo que los funcionarios y la prensa quieren mostrar. Una cantidad significativa de personal de inteligencia aparentemente permanecerá en ese país. Además, EE.UU. espera mantener o incluso fortalecer una presencia para recolección de inteligencia en los países vecinos de Asia Central.

Más cerca de casa, Washington continúa tratando de contener e incluso socavar a los regímenes radicales de izquierda en Cuba, Nicaragua y Venezuela. Están aumentando los llamados para que Washington lance una intervención humanitaria para disminuir el creciente caos y resolver la gobernabilidad usualmente incompetente en Haití. Si la administración no quiere o no puede resistirse a la tentación de intentar micro-administrar los asuntos de países tan pequeños y disfuncionales, las obligaciones de política exterior se volverán cada vez más numerosas.

La administración parece incluso menos capaz de tomar una decisión importante acerca de cuál país, Rusia o China, es el principal adversario. En cambio, continúa rivalizando a ambos. No solo esto arriesga con crear un caso muy peligroso de sobrecarga estratégica, esto provocaría que Moscú y Pekín se unan. En esencia, la política estadounidense actual está creando lo contrario del modelo de Kissinger: una situación en la que Moscú y Pekín desarrollan lazos más estrechos entre sí que cualquiera de los que cada uno tiene con EE.UU. Esa es una situación totalmente insatisfactoria desde el punto de vista de los intereses estadounidenses.

Los profundos lazos económicos —especialmente el comercio anual de $638,4 mil millones en productos y servicios en 2019, el último año pre-COVID—entre EE.UU. y la RPC puede que cuide a prevenir una ruptura en las relaciones bilaterales. No hay un amortiguador comparable que facilite el relajamiento de las relaciones de Washington con Rusia. Incluso respecto de China, los factores económicos por sí solos no parecen ser suficientes para prevenir el desliz hacia una guerra fría. Las amargas disputas comerciales que se desarrollaron durante la administración de Donald Trump, y que continúan durante la presidencia de Biden, han contribuido al empeoramiento de esa relación.

Las consideraciones económicas por sí solas no determinan las relaciones entre los estados, especialmente entre las grandes potencias. Los cálculos de seguridad, la necesidad de calmar las bases domésticas, y las cuestiones de orgullo nacional pueden muchas veces sobreponerse incluso a potentes factores económicos, como ha sucedido a lo largo de la historia. Vale la pena recordar que Francia era el principal socio comercial de Alemania y viceversa en 1914, pero esa relación, tan importante como lo era, no previno que esos dos países marcharan hacia un baño de sangre continental. Uno no se debe atrever a asumir que los nexos económicos entre EE.UU. y la RPC serán suficientes para evitar una guerra fría—o incluso una caliente.

Las crecientes tensiones en torno a Taiwán y las disputas territoriales tanto el Mar del Sur de China como en el Mar del Este de China durante los últimos años sugieren que las presiones estratégicas están señalando hacia un resultado desagradable. La presencia naval y aérea de Washington en ambos cuerpos de agua, así como también en el muy sensible Estrecho de Taiwán, está creciendo constantemente, y la reacción de Pekín se está volviendo cada vez más furiosa. La administración de Biden está presionando a Japón para que juegue un papel más firme en una política implícita de contener el poder de China. También ha continuado enfatizando el compromiso de EE.UU. para proteger la posesión y el control japonés de las islas Senkaku (Diaoyu), a pesar de las demandas rivales de Pekín.

El deterioro de las relaciones de Washington con Rusia es todavía más pronunciado. En junio y julio de 2021 solamente, EE.UU. adoptó varias medidas que produjeron unas vehementes protestas por parte de los rusos. Washington firmó un acuerdo con Hungría, dándole a las fuerzas armadas estadounidenses el derecho a utilizar dos bases aéreas. Esa movida fue la manifestación más reciente de una creciente presencia militar estadounidense en Europa del Este—directamente contradiciendo las promesas a Moscú realizadas por anteriores administraciones presidenciales. El 12 de julio, EE.UU. y 11 aliados de la OTAN lanzaron una serie de juegos de guerra en el Mar Negro. Esa movida vino poco después de que culminarán los juegos de guerra de 32 naciones durante dos semanas en el mismo cuerpo de agua. Dichas maniobras militares son inherentemente amenazantes para Rusia, dado que se realizan en una proximidad cercana a su base naval crucial en Sevastopol. Más hacia el norte, las fuerzas estadounidenses condujeron “ensayos militares” conjuntos con unidades de Ucrania, Polonia y Lituania.

Los juegos de guerra no son la única manifestación reciente de una beligerancia estadounidense hacia Rusia. A mediados de abril, la administración de Biden expulsó a diplomáticos rusos e impuso nuevas sanciones a Moscú por supuesta interferencia en las elecciones estadounidenses de 2020 y su supuesto fracaso en tomar medidas en contra de los ataques cibernéticos emanando desde territorio ruso. El Presidente Biden empeoró una relación que ya estaba helada cuando se refirió al presidente ruso Vladimir Putin como “un asesino sin alma”.

Hay múltiples señales de una creciente cooperación entre Rusia y la RPC en reacción a la presión de EE.UU. sobre ambos países. Algunos analistas incluso han empezado a especular acerca del surgimiento de una alianza de facto. Dicha conclusión podría ser prematura, pero hay pocas dudas de que la relación bilateral se está volviendo mucho más cercana y de que la cooperación se está dando en los frentes diplomático, económico y militar.

El auge de la cooperación ruso-china es en gran medida una consecuencia de las políticas de EE.UU. hacia ambos países, pero especialmente hacia Rusia. La postura beligerante de Washington en contra de Moscú ha dejado a muchos líderes rusos con pocas alternativas más allá de fortalecer sus lazos con Pekín como un contrapeso. Dada la larga frontera entre Rusia y China y la inherente puja entre los dos países por predominar en Asia Central, Moscú y Pekín normalmente deberían tener más que temer el uno del otro que de EE.UU. Se requería de un comportamiento excepcionalmente torpe y abrasivo de parte de Washington para renunciar a esa ventaja.

Uno podría argumentar que la ruta más sabia sería que la administración de Biden abandone la cada vez más difícil búsqueda sin recompensa de mantener el dominio global de EE.UU. y buscar mejorar sus relaciones tanto con Rusia y China. Como mínimo, Washington debe elegir, buscando un acercamiento con Rusia o China para enfocarse en librar efectivamente una política de confrontación hacia el otro poder. Una evaluación sobria indicaría que China es definitivamente el rival más capaz y determinado. Por lo tanto, Washington debería dar paso para reparar sus relaciones con Rusia, la amenaza menor. La economía rusa de $1,4 billones (“trillón” en inglés) es la onceava en el mundo, detrás de Corea del Sur y ligeramente por delante de Brasil. En cambio, los $15,2 billones de China hacen que ese país sea la segunda potencia económica del mundo. Esas cifras significan que Rusia es un jugador económico de segundas ligas, mientras que China es un rival de la misma talla que se está acercando rápidamente a EE.UU. Además, Pekín está utilizando de manera asidua sus recursos financieros para cultivar una influencia importante alrededor del mundo. Rusia no puede esperar igualar esa capacidad.

Desde el punto de vista del poder militar, Rusia podría parecer ser un enemigo más peligroso, pero el peso de Moscú se debe casi totalmente a su gran arsenal nuclear. En términos de armas convencionales, las fuerzas armadas chinas (especialmente su marina), es al menos igual de potente que las fuerzas convencionales de Rusia, dada la concentración de Pekín durante las últimas dos décadas para desarrollar sistemas sumamente sofisticados. Adicionalmente, como John Mueller y otros expertos astutos han señalado, mientras que las armas nucleares podrían ser útiles para disuadir, no son particularmente efectivas para acosar a otros países. A menos que los líderes de un país quieran cometer un suicidio nacional, dichas armas no son útiles para nada en el combate de guerra.

Si la administración de Biden está determinada a que EE.UU. confronte a un potente rival y contenga su poder, China es de largo el rival más fuerte a la posición de EE.UU. como el principal poder global. Eso significa que EE.UU. necesita intentar acercarse a Moscú tan pronto sea posible. Intentar librar una guerra fría en dos frentes es la peor opción posible. Desafortunadamente, esa parece ser la estrategia de facto de Washington. En el mejor de los casos, la estrategia actual intensificará una expansión estratégica en exceso desde ya preocupante que está agotando al país económicamente y de otras maneras. También es probable que eventualmente derive en un enfrentamiento diplomático y militar con la alianza Rusia-RPC que superaría a EE.UU. y su desaliñada red de aliados y clientes reacios. Una corrección de ruta se requiere urgentemente, y debería empezar con una política mucho menos beligerante hacia Rusia.

1es Académico Distinguido del Cato Institute y autor o editor de varios libros sobre asuntos internacionales, incluyendo Bad Neighbor Policy: Washington’s Futile War on Drugs in Latin America (Cato Institute, 2002).

*Este artículo fue publicado originalmente en ElCato.org el 30 de septiembre de 2021.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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