La lección que Lula debería aprender de Alberto Fernández
El presidente argentino cerró la etapa del kirchnerismo de la peor manera y se retirará como un mandatario para el olvido. Hay lecciones claras que su par de Brasil tendría que tomar en cuenta para no destruir su imagen ante sus partidarios
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Por Marcelo Duclos1
Alberto Fernández no era el político más repudiado de la Argentina hasta 2019. En su etapa del gabinete del primer kirchnerismo era percibido como un político hábil y moderado. Su renuncia ante la radicalización de CFK hizo que hasta varios sectores de la oposición lo reconocieran como una referencia. Sin embargo, el fracasado proyecto del Frente de Todos hará que deje el Poder Ejecutivo como uno de los personajes más rechazados de toda la historia política del país. Los kirchneristas lo detestan y los antikirchneristas también, o más. Luiz Inácio Lula da Silva tiene varias cosas para tomar nota en lo que fue el último desastroso proceso político argentino.
Probablemente, el peor error del mandatario argentino fue la pésima lectura del panorama al momento de la asunción. Sin emitir opinión sobre preferencias políticas o ideológicas, Fernández debió saber que podía hacer solamente dos cosas: o cerrar filas detrás de Kirchner (con la obsecuencia absoluta que ella demanda) o hacerlo con la oposición (con el modelo de Lenín Moreno), traicionando desde el primer día a la que lo llevó a la Casa Rosada.
Pero el camino que decidió transitar Fernández fue el de una tibia independencia, que tenía desde el principio todas las de perder. El público kirchnerista quería cristinismo puro y duro y el antikirchnerismo jamás iba a perdonar su complicidad necesaria a la hora de devolverle la centralidad política a la actual vicepresidente. De esta manera, Alberto terminó odiado por todos y terminará su mandato absolutamente repudiado. El último manotazo de ahogado retórico y para la tribuna del imposible e inviable juicio político al presidente de la Corte Suprema de Justicia, no hace más que ponerle la cereza al pastel de una gestión para el olvido.
Lula recibe su tercer mandato a los 77 años. Es decir, cuando lo finalice tendrá 81. Si desea terminar su carrera política mejor que su par argentino, tendría que prestarle atención a las cartas que tiene en la mano.
Para empezar, sobre todo teniendo en cuenta el antecedente de Dilma Rousseff, debería recordar todos los días que su fragilidad parlamentaria puede transformarse en juicio político. Para esto ni siquiera debe darle demasiadas razones a la bancada opositora, ya que el mandatario ya llega “flojo de papeles” al Palacio de Planalto. Es que Lula no fue absuelto por la justicia de su país en las causas que lo llevaron a la prisión. Simplemente le fue permitida la participación en las elecciones, ya que debería ser juzgado por otro tribunal por cuestiones vinculadas con los órdenes nacionales y distritales.
Pero, aunque tenga que hacer “buena letra”, el máximo referente del Partido de los Trabajadores tiene un par de cartas buenas en su mano. Para empezar, la salida del país de Jair Bolsonaro le brinda un espacio para la consolidación sin el principal líder de la oposición en Brasil. Lógicamente, la estrategia del exmandatario fomentará divisiones en la bancada opositora, con algunos cuadros que quieran representar la renovación. Si todo el espacio que llegó hasta aquí como el “bolsonarismo” comienza a dividirse, Lula podría contar con un incremento en los márgenes de gobernabilidad.
También vale destacar que el actual mandatario no tiene oposición “a la izquierda”. A su avanzada edad, no es muy probable que Lula coseche duras críticas de su espacio, si desea transitar el único camino que tiene: el de la moderación.
Aunque Alberto Fernández incumplió todas sus promesas económicas (que lógicamente entraban en conflicto con su programa), sí decidió cumplir su idea de mezcla de independencia, diálogo y cogobierno con el kirchnerismo. De la misma manera que su plataforma (como las mejoras jubilatorias) era incompatible con su programa económico, la impronta que le quiso dar a su gestión era incompatible con la realidad. Lula, a grandes rasgos, prometió también una gestión moderada. Alberto no iba a poder cumplirla y estaba obligado al “volantazo”. Lula sí debe hacerlo, ya que no tiene espacio para absolutamente nada más. Aunque los contextos tienen sus diferencias, hay una similitud concreta. Está muy claro desde el primer día, y es el margen de maniobra.
Veremos cómo desea pasar a la historia el actual mandatario brasileño. El espejo de la triste realidad de su amigo argentino debería decirle algo.