Para ser optimistas
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Por Alberto Benegas Lynch (h)1
Las noticias son generalmente malas, en realidad afortunadamente puesto que el día que nos transmiten como una noticia que un avión llegó a destino estamos en el horno. Lo que se transmite es lo irregular, lo bochornoso, lo alarmante, no es noticia que se diga que no hubo choques de planetas pues eso querría decir que lo normal es el choque y así sucesivamente con los demás asuntos. Es una suerte que se destaque y se comente como anómalo la catástrofe, la peste, la muerte masiva y equivalentes de lo contrario como queda dicho significaría que lo común y corriente es la desgracia.
Sin embargo es cierto que lo que debiera ser una excepción en algunos lugares es moneda corriente, lo cual es evidentemente una desgracia que en la mayor parte de los casos es consecuencia del desacierto de aparatos estatales que imponen absurdos permanentes que no dan tregua a las personas.
Ahora bien, es pertinente centrar la atención en el bien que hacen tantas personas abnegadas con el prójimo, tanta solidaridad en momentos difíciles, tanto emprendedor que ejecuta nuevos proyectos que benefician a la humanidad y tantos buenos propósitos. A veces por centrar la atención en las noticias del día en el sentido apuntado las buenas nuevas quedan eclipsadas, es como si un ruido que ensordece opacara la buena música.
Antes de abordar un controvertido tema de nuestro tiempo, ilustro lo dicho con un libro titulado Grandes avances de la humanidad. El futuro es mejor de lo que pensamos, escrito por el profesor de la Universidad de Estocolmo, Johan Norberg. En la introducción que titula “Estamos mejor que nunca” escribe que en Suecia “luego de medio siglo de ampliar libertades humanas, aumentan los ingresos, se reduce la pobreza y mejora la asistencia médica.” Apunta “la forma en que la gente realmente vivía antes de la Revolución industrial, sin medicamentos ni antibióticos, agua potable, suficiente alimento, electricidad o sistemas sanitarios.” Si miramos con la suficiente perspectiva vemos que “la esperanza de vida al nacer aumentó más del doble […] el liberalismo clásico comenzó a emancipar a la gente de las cadenas de los legados, el autoritarismo y la servidumbre.”
Por supuesto que el autor declara enfáticamente que “sería un error terrible dar por sentado tal progreso […] los pilares de nuestro desarrollo: las libertades individuales, la economía abierta y el progreso tecnológico […] los populistas, tanto de izquierda como de derecha tienen un resentimiento generalizado contra la globalización y la economía moderna […] ya sea mediante la nacionalización de la economía, el bloqueo de las importaciones extranjeras o la expulsión de inmigrantes.”
Otros capítulos se refieren a la alimentación, la higiene, la violencia, la alfabetización y el medio ambiente todos mostrando progresos sustanciales pero en nuestro caso me refiero a éste último ítem sobre lo que he escrito antes pero vuelvo sobre el asunto pues es un tema de debate constante en diversos medios. Pero antes es menester subrayar también los progresos en las recreaciones, en los teatros, en la música, en la vestimenta, en las construcciones, calefacciones, refrigeraciones, los transportes, las comunicaciones y servicios varios que permiten una mejor vida que sin duda depende de lo que cada uno sea capaz de hacer en cuanto a velar por las libertades para no ser sofocados por el Leviatán. Todos los progresos debido a los pequeños espacios que deja el estatismo que permiten la potencia de la libertad, es a pesar de los gobiernos.
Veamos lo del medioambiente entonces. De un tiempo a esta parte los socialismos se han agazapado al ambientalismo como una manera más eficaz de liquidar la propiedad privada: en lugar de decretar su abolición al estilo marxista, la tragedia de los comunes se patrocina con mayor efectividad cuando se recurre a los llamados “derechos difusos” y la “subjetividad plural” a través de lo cual se abre camino para que cualquiera pueda demandar el uso considerado inadecuado de lo que al momento pertenece a otro.
Antes que nada, subrayamos que toda invasión a la propiedad debe ser castigada, ya se trate de un asalto o de la emisión de monóxido de carbono o del desparramo de ácidos, basura o cualquier otra acción que lesione derechos de terceros. Ahora la tecnología permite a través de remote sensoring y de tracers detectar los emisores, sean automotores, fábricas o fuentes equivalentes. De más está decir que no se trata de eliminar toda polución, de lo contrario habría que dejar de respirar debido a la contaminación de la exhalación.
Vamos entonces a la ecología propiamente dicha. En primer lugar, el denominado calentamiento global. El fundador y primer CEO de Weather Channel, John Coleman, el premio Nobel en física, Ivar Giaever y el ex presidente de Greenpeace de Canadá, Patrick Moore, sostienen que se trata de un fraude en el sentido de tergiversación de estadísticas puesto que, por una parte, el aumento en la temperatura en el planeta Tierra se ha elevado medio grado en el transcurso del último siglo y fue antes de que aparecieran los gases que fueron inyectados por los humanos en la atmósfera (principalmente dióxido de carbono). Por otra parte, explican que desde hace cincuenta años se ha producido un leve enfriamiento del planeta con cambios en los que el neto de masas de hielos engrosados y derretidos resultó a favor de lo primero. También apuntan que en la época de los dinosaurios, en la Tierra el nivel de dióxido de carbono era entre cinco y diez veces superior al actual lo cual contribuyó a la riqueza de la vegetación, épocas en las que la Tierra era a veces más calurosa y húmeda y otras de enfriamiento y sequedad, en simultáneo con las referidas altas dosis de dióxido de carbono.
El efecto invernadero es controvertido. La opinión dominante es refutada por académicos y científicos de peso como Donald R. Leal, Fredrik Segerfeldt, Martin Wolf, Terry L. Anderson y Ronald Bailey. Según estas opiniones, en las últimas décadas hay zonas donde se ha engrosado la capa de ozono que envuelve el globo en la estratosfera. En otras se ha debilitado o perforado. En estos últimos casos, los rayos ultravioletas, al tocar la superficie marina, producen una mayor evaporación y, consecuentemente, nubes de altura, que dificultan la entrada de rayos solares. Esto conduce a un enfriamiento del planeta, que se verifica con adecuadas mediciones tanto desde la tierra como desde el mar, lo cual no quita circunstanciales y cambiantes temperaturas elevadas en zonas terrestres.
Se sostiene también que el fitoplancton consume diez veces más dióxido de carbono que todo el liberado por los combustibles fósiles. Y que las emisiones de dióxido de sulfuro a través de aerosoles compensa la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera que produce el mencionado enfriamiento. El Executive Committee of the World Meteorological Organization de Ginebra concluye: “El estado de conocimiento actual no permite realizar predicciones confiables acerca de la futura concentración de dióxido de carbono o su impacto sobre el clima”.
En cualquier caso, como nos aconseja Thomas Sowell, siempre debe tenerse muy presente el balance neto de cada medida que se adopta. Por ejemplo, al conjeturar que los clorofluorcarbonos destruyen las moléculas de la capa de ozono a causa del uso de refrigeradoras y aparatos de aire acondicionado, combustibles de automotores y ciertos solventes para limpiar circuitos de computadoras, hay que considerar las intoxicaciones que se producen debido a refrigeraciones y acondicionamientos deficientes de la alimentación, como también de los accidentes automovilísticos debido a la fabricación de automotores más livianos.
A veces la arrogancia impide advertir que los cambios más radicales en el planeta tuvieron lugar antes de la Revolución Industrial, lo cual incluye las notables bajas en el mar (se podía cruzar a paso firme el estrecho de Bering y las especies y las temperaturas se modificaron grandemente).
En segundo lugar, la preocupación por la extinción de especies animales. Muchas especies marítimas están en vías de extinción. Esto hoy no sucede con las vacas, aunque no siempre fue así: en la época de la colonia, en buena parte de América latina el ganado vacuno se estaba extinguiendo debido a que cualquiera que encontrara un animal podía matarlo, engullirlo en parte y dejar el resto en el campo. Lo mismo ocurría con los búfalos en Estados Unidos. Esto cambió cuando comenzó a utilizarse el descubrimiento tecnológico de la época: la marca, primero, y el alambrado, luego, clarificaron los derechos de propiedad. Lo mismo ocurrió con los elefantes en Zimbabwe, donde, a partir de asignar derechos de propiedad de la manada se dejó de ametrallarlos en busca de marfil.
Tercero, respecto al temor por la desaparición del agua, el premio Nobel en economía Vernon L. Smith escribe: “El agua se ha convertido en un bien cuya cantidad y calidad es demasiado importante como para dejarla en manos de las autoridades políticas”. El planeta está compuesto por agua en sus dos terceras partes, aunque la mayoría es salada o está bloqueada por los hielos. Sin embargo, hay una precipitación anual sobre tierra firme de 113.000 kilómetros cúbicos, de la que se evaporan 72.000. Eso deja un neto de 41.000, capaz de cubrir holgadamente las necesidades de toda la población mundial. Sin embargo, se producen millones de muertes por agua contaminada y escasez. Tal como ocurre en Camboya, Ruanda y Haití, eso se debe a la politización de la recolección, el procesamiento y la distribución del agua. En esos países, por ejemplo, la precipitación es varias veces superior a la de Australia, donde no tienen lugar esas políticas y en consecuencia no ocurren esas tragedias.
En cuarto lugar, la lluvia ácida que tal como lo refiere Robert Balling, doctor en geografía y ex director de la Oficina de Climatología de Arizona, se traduce en precipitaciones que incluyen ácido nítrico y ácido sulfúrico provenientes de algunas industrias. Especialmente, de plantas eléctricas que generan emisiones de dióxido de sulfuro y óxido de nitrógeno, que afectan los vegetales e incorporan acidez en los ríos y lagos, con consecuencias negativas para las especies que allí se desarrollan.
Por último, Julian Simon y Herman Kahn se detienen a considerar el tema de los recursos naturales referido a los conceptos de sustitución, reciclaje y la tecnología. Si el carbón de la época de la Revolución Industrial fue sustituido con creces por el petróleo y este eventualmente lo será por la energía nuclear, solar y eólica, la humanidad no solo no ha perdido nada sino que ha ganado mucho. Si el cobre es reciclado ad infinitum no hay pérdida de cobre y si el reciclado genera resultados más satisfactorios, la situación evidentemente mejora para el hombre (y si, además, en este caso, es en gran medida sustituido por la fibra óptica, las consecuencias benéficas resultan exponenciales). Si la tecnología progresa a pasos más agigantados que el consumo de un recurso que se estima no renovable y no duradero, el resultado es también mejor y si trabaja con recursos renovables y duraderos como la arena para fabricar chips de computadoras los efectos son más auspiciosas aún.
Estos autores mantienen que hay dos métodos de calcular reservas de recursos naturales. Uno es el de los ingenieros y el otro es el de los economistas. El de los ingenieros se limita a extrapolar el precio y el ritmo de consumo en relación a las reservas físicas estimadas al momento. El método de los economistas, en cambio, consiste en no considerar la extrapolación de una situación estática sino, como queda expresado, de comprender que cuando se considera más urgente un bien el precio se eleva y por ende las reservas se estiran.
Además, señalan que si se concluye que los precios futuros se elevarán, los especuladores comprarán en el presente para vender en el futuro con lo que elevan el precio actual y lo deprimen en el futuro.
Finalmente, la ingeniería genética ha producido una llamativa revolución al posibilitar mejoras extraordinarias en la calidad de vida en muy diversos planos. Nos estamos refiriendo a notables aumentos en la productividad, a plantas resistentes a plagas y pestes que, por ende, no requieren el uso de plaguicidas y pesticidas químicos, a la posibilidad de incrementar el valor nutriente, a la capacidad de incorporar ingredientes que fortalezcan la salud (incluyendo la disminución de alergias) y mejoren el medio ambiente y el enriquecimiento de los suelos, tal como ha explicado entro otros el biólogo molecular, premio Nobel en medicina, Richard Roberts. De más está decir que lo que aquí dejamos consignado no es incompatible con que simultáneamente se trabajen otros procedimientos como los alimentos orgánicos en los que se excluyen todo tipo de transgénicos, para lo que se recurre a fertilizantes producto de la composta o abono orgánico que son el resultado de residuos animales y vegetales. Es la gente la que debe decidir sus preferencias en base a la información disponible y si hubiera conflictos estos deberán resolverse en los estrados judiciales en el contexto de un proceso evolutivo y abierto, excluyendo la posibilidad que unos impongan sus criterios a otros.
Por todo esto es que podemos ser optimistas a pesar de las ocurrencias negativas que naturalmente nos deben mantener alertas para no reincidir. La manía de la monotonía debe ser contradicha.
1Presidente del Consejo Académico en Libertad y Progreso, Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.
*Este artículo fue publicado en libertadyprogreso.org el 18 de septiembre de 2022