Rusia, no el putinismo
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He dedicado varios artículos en diversos medios a la “Guerra de Putin”, la artera invasión de Ucrania, un paso más en la arquitectura totalitaria del Russkiy Mir -como Chechenia (1999-2009), Osetia del Sur, Abjasia y la “guerra relámpago” en Georgia (2008) y en 2014 Crimea y Sebastopol “independientes” (abducidas de Ucrania y luego aducidas por Rusia) y el “apoyo étnico” a Donetsk y Lugansk en el Donbass ucraniano-, el Lebensraum putinesco, su Mundo Ruso.
En poco más de un mes, mientras el pueblo ucraniano repelía -con heroicos sacrificios pero también con mucha creatividad- la invasión, entendimos dos grandes corpus de lecciones: la desmitificación del Hard power ruso y el fracaso del sobrevalorado Soft power occidental.
En un reciente documental de la Deutsche Welle (“Geopolítica sobre los escombros de la Unión Soviética”, 23/3/2022), Gerhard Mangott (profesor de la Universidad de Innsbruck) afirmaba que «Rusia es una potencia militar, pero no es una potencia económica, financiera, tecnológica ni demográfica». Yo discrepo con Mangott en que la “potencia militar” rusa -su Hard power, su “poder duro”- es, en verdad, un mito que Occidente se ha autoinducido a partir del período de la Guerra Fría y de la memoria militar de la Unión Soviética, principalmente sustentado en la herencia en armamento nuclear que heredó la Federación Rusia -sumadas las armas nucleares que Ucrania, Bielorrusia y Kazajistán le traspasaron en los años 90 a cambio de “garantías de seguridad” refrendado en el memorándum de Budapest de 1994. En lo económico, la pobre economía rusa -onceava a nivel mundial antes de la Guerra-, basada sobre todo en exportar materias primas, productos primarios: hidrocarburos, minerales y alimentos (commodities que rondan un 80% de sus exportaciones como país tercermundista) y lugar 67 mundial del PIB per cápita ruso antes de la guerra, más maltrecha aun con el -hasta ahora- 20% de inflación y posible caída del PIB en 15% (Oscar Vara, Noticiario geopolítico 31/3/2022), camino de un desastre mucho mayor que en 1998, cuando cayó el 5,3%. Si la “fuerza militar necesita fuerza económica”, comprenderemos cómo la invasión a Ucrania de “paseo militar” va camino de desastre en movilización, logística, armamento y preparación militar -y no contemos la resistencia, imprevista para el entorno “estratégico” putinesco.
En el mismo documental, Lev Gudkov (director del Centro Levada, el mayor centro independiente ruso de investigación de la opinión pública) afirmaba que «la narrativa de que somos ciudadanos de una gran potencia capaz de resistir a las hostilidades enemigas forma parte de la conciencia colectiva [y] viene a compensar la sensación de dependencia, de pobreza y de humillación de la gente en su vida diaria». Ahí se camufla el putinismo: la nostalgia de la gran potencia perdida -mix de Unión Soviética y Rusia zarista- y la frustración tras su caída y la repartija de su economía entre oligarcas -muchos de la nomenklatura comunista-, fracasando la transición a una economía de mercado por una buddy economy -“economía de amigotes” para Edmund Phelps, Premio Nobel de Economía (2006)- y empobreciendo al pueblo ruso.
Otro Premio Nobel de Economía (2008), Paul Krugman, definió: «Rusia se revela ahora como una superpotencia Potemkin, con mucha menos fuerza real de la que se ve a simple vista» (“Russia Is a Potemkin Superpower”, New York Times, 1/3/2022) y auguró en el mismo periódico: «La economía rusa se encamina a una caída como la Gran Depresión» (“Wonking out: Putin’s Other Big Miscalculation”, 4/3/2022).
Del Soft power -el “poder blando”- occidental, ya en 2014 Henry Kissinger criticaba de la Unión Europea su «morosidad burocrática y la subordinación del elemento estratégico [con la antigua geoesfera soviética] a la política interna» (“Henry Kissinger: To settle the Ukraine crisis, start at the end”, The Washington Post, 5/3/2014). La miopía egoísta de la dependencia energética de Europa respecto de los hidrocarburos rusos -el 45% del consumo de gas- y sus precios baratos crearon un vínculo perverso y venenoso del que ahora, con carestías y dificultades, Europa está aprendiendo a romper.
La Mat’ Rossiya —la Madre Rusia— no es el Russkiy Mir —el Mundo Ruso— putinesco ni Ucrania es Rusia pero sí, con Bielorrusia, partieron de un tronco común, hoy varias naciones: la Rus de Kviv o Kiev, Kyyivs’ka Rus’ para ucranianos y Kýievska Rus para rusos.
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