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La democracia en Bolivia se abrió campo entre tanques y fusiles, la movilización por instalar la democracia es una de las mayores proezas del pueblo boliviano con miles de mártires que quedaron en el camino. Sin embargo, al cabo de 40 años de democracia, Estado, gobiernos (nacional, departamentales o municipales) y sociedad, continúan arrastrando déficits democráticos. En el primer caso por deficiencias en su diseño. En cuanto a gobiernos y sociedad por distintas razones centralmente vinculadas a débiles instituciones, ausencia de organizaciones políticas democráticas, y una predominante cultura política de carácter mesiánico autoritario, con frágiles valores democráticos.
Algunas de las más notorias expresiones del déficit democrático se reflejan en la debilidad de las instituciones estatales, en su mayoría rehenes del clientelismo, prebendalismo o la improvisación, que aleja al Estado de sus fines, y provoca una creciente crisis de confianza de parte de la población. La administración de justicia, la Policía Nacional, el INE o el funcionamiento de distintos niveles de gobierno suelen ser expresión patética de lo señalado.
Un precario sistema de partidos políticos con frecuentes expresiones antidemocráticas en su funcionamiento, hace que nuestro sistema político sea el fermento para el surgimiento de caudillos con expresiones mesiánico autoritarias. Como señala Marta Lagos, directora del Latinobarómetro, eso pasa a ser una de las trampas de los procesos de consolidación a la democracia, la personalización de los destinos de un país. Si los destinos de un país dependen de una sola persona, es porque ya el proceso se ha viciado y sus instituciones y líderes no están cumpliendo con el rol que corresponde.
Por otro lado, nuestra democracia no ha logrado generar una cultura de diálogo, tolerancia y respeto a los derechos humanos a nivel de gobernantes, tampoco de ciudadanos, por lo que la relación y/o disputas están frecuentemente acompañadas de serias dificultades para concertar. Deficiencia acentuada en los últimos años, a raíz de las toxinas que transmiten las redes sociales portadoras de desinformación, fake news y otras formas impolíticas de manipulación de la verdad.
El Latinobarómetro ha sido enfático en estos últimos años en señalar el lento y sostenido declive de indicadores de la democracia calificando como “democracias diabéticas” a las democracias de nuestra región, por sus parecidos con esta enfermedad invisible y silenciosa en su gestación, pero que una vez que aparece es extremadamente difícil de erradicar y que puede llegar a ser mortal.
Los principales reguladores de la democracia, los partidos políticos, han sufrido en los últimos años un descalabro sin igual. La confianza en Bolivia sobre estas organizaciones es la más baja, tan solo alrededor de un 13%. Como concluye un ensayo: Sin partidos la democracia no funciona; con estos partidos, tampoco, pues además de su desinstitucionalización y escasa capacidad deliberativa, han convertido la política en un campo de batalla de amigos y enemigos en el cual se incendian ánimos y se generan grietas cada vez más profundas.
Si bien en 40 años de democracia en Bolivia hay importantes hitos, no es menos cierto que por la debilidad de los partidos políticos y el déficit de cultura política ciudadana, terminamos empantanados en consignas que nos obligan a sacrificar oportunidades de debate y acción más prolíficas para la sociedad en su conjunto, por lo que urge encaminar una reforma al sistema de partidos políticos y transformar nuestra cultura política democrática.
Expresión de la carencia de una cultura democrática e insuficiencia del rol de los partidos políticos como mediadores entre el Estado y la sociedad, son las permanentes posturas aguerridas pero descontextualizadas, que con frecuencia se propalan incendiando los ánimos y reduciendo el entendimiento, como las siguientes: ¡Hasta las últimas consecuencias! ¡Federalismo ya! ¡Ahora, nos toca! ¡Separatistas! ¡De pie, nunca de rodillas!, entre otras, Y es que parecemos en un eterno concurso de quién descalifica o anula de forma más efectiva al ocasional contendor, cuando la sostenibilidad de la democracia radica en reducir el espacio a los extremistas y generar conexiones entre visiones y aspiraciones diversas.