OpiniónPolítica

A la Altura de los Ojos

Guillermo Bretel

Politólogo y Sociólogo de la Julius-Maximilians-Universität Würzburg

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En Bolivia hay opositores, pero no oposición. Y el principal problema de ellos es que se autodenominan anti-masistas, cuando la realidad estadística muestra que aproximadamente entre cuatro y siete bolivianos, si no se identifican o simpatizan con el Movimiento al Socialismo (MAS), al menos han creído, en algún momento dentro de los últimos 18 años, que es la «mejor peor opción» para gobernar el país. Esta postura de la oposición no sólo es contraproducente para sí misma, sino que elimina cualquier posibilidad de alternancia política saludable, además de profundizar la polarización.

El opositor promedio no ve al simpatizante del MAS como un conciudadano simplemente con una visión política diferente. Piensa, en una tonta generalización, que el masista promedio es o bien un corrupto buscapega, o bien un pobre ignorante manipulado por una cúpula que le sustrae su voluntad y agencia propias.

La opositora promedio, lamentablemente, jamás se pone a pensar si las otras agrupaciones políticas tienen algo atractivo que ofrecer a los sectores populares. Piensa que el apoyo político es definido apenas por la promesa de un bono; aunque olvida que la expresidente Jeanine Áñez, en época de pandemia, repartió dinero como si nuestra economía fuera la de los discursos del actual presidente Arce y, aun así, se tuvo que bajar de la candidatura a causa de sus nulas chances de ganar.

El opositor promedio no se pregunta acerca de las raíces del MAS, del contexto de su nacimiento ni de los sectores que lo conforman. Piensa, con poco tino, que es apenas una conspiración de la izquierda internacional y del narcotráfico, y que, por ende, es capaz de comprar a los votantes debido a su capacidad económica. Jamás se le ocurre preguntarse por qué el MAS es tan fuerte en El Alto y Chapare. Le doy una pista: ¿alguna vez escuchó hablar, por poner un ejemplo, de la relocalización o de las guerras del agua y del gas?

La opositora promedio odia el concepto de Estado plurinacional, y prefiero creer que es porque no lo entiende. Plantea volver a una república en que la representación política estaba determinada por el color de piel, y el dominio de los recursos económicos se basaba en la herencia colonial. ¿Nunca se preguntó usted, en los años de república, por qué la mayoría de la gente pobre era indígena y la mayoría de los ricos, blancos?

El opositor promedio ignora, por tanto, que la simpatizante del MAS es apenas una conciudadana más habitando este difícil país. Ignora que la mayoría de los votantes del MAS no trabajan ni aspiran a trabajar en el Estado; que –tengan formación académica o no

merecen respeto y tienen derecho a representatividad política como cualquier otro grupo de interés en un Estado democrático; que el MAS es el único partido que los incluye o al menos menciona en su proyecto país, mientras los demás los ilustran como sus enemigos; que el MAS es, actualmente, el único instrumento político con un sentido histórico, sesgado por sus propios intereses como cualquier otro, pero que intenta llegar a los rincones de lo nacional-popular.

Ahora bien, el MAS tiene un montón de deficiencias, al igual que el Estado plurinacional. Para abordar estas últimas, en pleno ejercicio de la democracia, se necesita una oposición con argumentos. Por eso le pregunto, estimado opositor promedio: ¿usted cree que, rehusándose a mirar a la altura de los ojos al votante promedio del MAS, lo va a convencer de que su proyecto político es el mejor? ¿Usted cree que, sin ofrecerle un proyecto inclusivo, llamándolo ignorante, ladrón, manipulado, y negando las atrocidades de nuestro pasado colonial y republicano, va a ganar una elección?

Lamento decirle, estimado opositor promedio, que no tiene chance alguna si continúa por el mismo sendero. Cuando usted hace de su enemigo al masista promedio, hace lo mismo que critica de su adversario: populismo barato. ¿Y sabe qué es lo más divertido de todo? Que la polarización favorece siempre al MAS. Y, si no me cree, mire las estadísticas. En ese marco, apenas con el fin de fortalecer el balance de poder, la alternancia y por ende nuestra calidad democrática, le propongo lo siguiente: salga del cuarto anillo, dese un baño de realidad, conozca su historia y, sobre todo, aprenda a mirar a todo elector, más aun al simpatizante de su adversario político, a la altura de los ojos. Porque no hay peor jugador que aquel que no conoce y, consecuentemente, menosprecia a su contrincante.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Guillermo Bretel

Politólogo y Sociólogo de la Julius-Maximilians-Universität Würzburg

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