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Capital y Virtud. McCloskey y una defensa moral del empresario

“Cuanto más se esfuerza una persona y es capaz de buscar lo que es útil para ella, lo que quiere decir, que es capaz de preservar su propio ser, más virtuosa resulta; al contrario, dado el caso que desatienda lo que le es útil (…) más poder pierde.” - Baruch Spinoza “La riqueza administrada apropiadamente -esto es, administrada con prudencia, no con avaricia o con despilfarro- es esencial para la felicidad de la familia, al proporcionarle renombre y permitir que la persona pueda ayudar a su país. En realidad, es una precondición para la libertad personal y para la dignidad (…).” - Richard Pipes

Diego A. Villarroel

Abogado, investigador y profesor de derecho

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I

Habría que ser ingenuo y mantener una ceguera intelectual recalcitrante para poner en tela de juicio que, en términos prácticos y materiales, el modo de producción capitalista es, sin lugar a duda, el sistema más adecuado (hasta ahora conocido) en la búsqueda del bienestar económico, no solo para los más ricos, sino, principalmente, para los más pobres. No obstante, muchos detractores pretenden sostener su crítica al capitalismo desde una perspectiva ética o moral: El capitalismo, sin perjuicio de los resultados a los que nos podría dirigir, se sostiene fundamentalmente en actos que reniegan con la moral (p. ej., la explotación del hombre fuerte sobre el débil, la acumulación de riqueza y la desigualdad material).

Así las cosas, el título que propongo puede sonar a priori como una contradicción. Pensarán algunos que la virtud y el capital -así como el capitalista- nada tienen que ver recíprocamente. Otros incluso podrán llegar a afirmar que los dos conceptos constituyen una contradicción en los términos: No hay virtud en el capital ni en el capitalismo, sino todo lo contrario.

Nada más falso. Deirdre McCloskey en su ya clásico libro Las virtudes burguesas. Ética para la era del comercio[3], nos ofrece un repaso histórico, filosófico y hasta empírico para demostrar que el capitalismo se ha desarrollado y se sostiene sobre la base de siete virtudes fundamentales (pudiendo estas derivar en otras): el amor, la fe, la esperanza, la valentía, la templanza, la prudencia y la justicia. La tres primeras definidas como virtudes religiosas o sagradas y las cuatro restantes como paganas o profanas.

En su apología introductoria McCloskey nos dice: “No quiero que mi defensa del capitalismo dependa de sus logros materiales únicamente.” (Al final, como hemos dicho, cualquier crítica material al capitalismo no hace más que caerse por su propio peso). Así que añade: “(…) Mi apología da fe de las virtudes burguesas. Quiero que usted llegue a creer conmigo que ellas han sido la causa y el efecto del crecimiento económico moderno y la libertad política moderna” (p. 40).

Así, entendemos por virtud, siguiendo a Alasdair MacIntyre, citada por McCloskey, como: “(…) una cualidad humana adquirida, cuya posesión y ejercicio tiende a hacernos capaces de lograr aquellos bienes que son internos a las prácticas, y cuya carencia efectivamente nos impide lograr tales bienes” (p. 86). Por su parte -para este escrito- burgués, capitalista o empresario los tomamos como sinónimos. En cualquier caso, hacemos referencia a aquel individuo, en su sentido más amplio, que, en el marco de su libertad individual, ejerce la función empresarial: esto es, utilizar los bienes escasos a su alcance para perseguir sus propios fines en el marco de la cooperación social.

II

El capitalismo liberal no podría haber florecido si, durante su desarrollo, los burgueses no hubieran adoptado ciertas prácticas virtuosas. Algunos en mayor o menor medida. Practicando más unas virtudes que otras. Pero, en esencia, buscando un equilibrio en el ejercicio de las referidas virtudes en la persecución de sus propios fines. Esta actitud no pudo haber sido fruto de un diseño previo. Es decir, no es que un hada madrina iluminó al señor burgués y le dijo: “Actuarás sobre la base de estas virtudes para prosperar.” Esta actitud fue evolucionando y consolidándose como parte de un orden espontáneo. Fue un proceso, seguramente, de prueba y error, en el que los burgueses fueron identificando la necesidad de mantener ciertas pautas de conducta de cara a sus pares, familiares, amigos, trabajadores, clientes, etc.

Ahora, repasemos brevemente estas virtudes en términos prácticos.

Amor. Sin ánimo de cursilerías resulta cuanto menos trabajoso pensar en una vida gratificante sin que en esta medie una dosis de amor. No resulta posible emprender y avanzar sin amor ya sea por nosotros mismos, por aquello que nos proponemos alcanzar, amor por nuestros allegados y, porque no, por lo trascendente (amor a Dios, amor al arte, a nuestro proyecto empresarial, o, siendo más burdos, a nuestro equipo de fútbol). El liberalismo será individualista[4], pero no es atomista social, reconoce la posibilidad de relacionarse con otros, y estos vínculos deben tener una cuota de amor para que tengan un sentido en nuestras vidas (ya sea este fraternal, carnal, trascendental, u otro).

Fe y Esperanza. ¿Cómo podría el señor burgués arrancar un proyecto sin fe o esperanza de que este prosperará? ¿Cómo podría este capitalista salvaje arriesgarse en contratar un grupo de trabajadores sin la fe y sin la esperanza de que estos lo ayudarán a conseguir sus propios fines? Nada inicia ni avanza sin fe y sin esperanza.

Como podrá observarse, estas tres virtudes religiosas o teologales le dan su matiz filosófico y hasta metafísico al quehacer burgués. Pasemos ahora a revisar las virtudes paganas.

Valentía. Qué duda cabe que se precisa de valentía para emprender. Un hombre temeroso o cobarde -independientemente de sus posibilidades materiales- es poco probable que tome el riesgo de endeudase o de sacar sus ahorros del banco o del colchón para iniciar un nuevo proyecto empresarial (ya sea este abrir una gran fábrica, construir una casa para reventa o arrancar con un carrito de café en la Plaza 24 de septiembre). Cuan valientes fueron esos empresarios, trabajadores y laburantes que decidieron seguir adelante en un entorno pandémico, inestable políticamente y con treinta y pico de días de total incertidumbre. Sin valentía nada de esto hubiera sido posible.

Templanza. Ahora bien, además de ser valientes, resulta imprescindible contar con templanza para, en ciertos momentos, decidir no gastar hoy para así poder gastar más mañana. El ahorro, pieza fundamental del capitalismo, se erige como un acto permanente y constante de templanza. Asimismo, qué temple que se necesita para escuchar al trabajador, al cliente, al gobierno (¡madre mía!) y demás actores con los que quizás no coincidimos, pero con quienes tenemos que lidiar en el día a día para seguir por nuestro camino.

Prudencia. Para muchos la virtud pagana por excelencia del burgués. Elegir entre cumplir con mi palabra, o no, independientemente de si tendrá consecuencias. Decidir negociar en vez de imponer. Optar por contratarme un “conde” el jueves de “frater” para no arriesgarme. Calcular de forma responsable, sin tomar riesgos desmedidos, para que mi negocio sea sostenible. Todos estos son actos de prudencia sin la cual cualquier emprendimiento estará potencialmente condenado al fracaso.

Justicia. Defender los derechos de propiedad es una manifestación inequívoca de justicia. Así como también lo es cumplir con lo pactado de manera honesta. Del mismo modo, justicia es respetar los derechos de las personas con las que nos rodeamos, independientemente de la “utilidad marginal” que cada una me podrá proporcionar. Ser justos es mirar al prójimo y respetar su libertad individual sin prejuicios sobre su situación material, su orientación sexual, su origen o su equipo favorito.

Sin justicia, y sin las demás virtudes, no hay cooperación social, sin cooperación social no hay función empresarial, y sin función empresarial no hay posibilidades del progreso material. Así las cosas, las virtudes son los cimientos para así pensar en la construcción de un futuro próspero.

Estas son las virtudes burguesas. Cada una se pondrá de manifiesto en mayor o menor medida dependiendo de las circunstancias.

III

Finalmente, las aportaciones de McCloskey van mucho más allá de estas breves anotaciones. Ofrece, además y entre otros aspectos, meticulosas críticas a la perspectiva de “la máxima utilidad” propuesta por los señores “costo-eficientes” de la Escuela de Chicago (¡Spoiler Alert! Richard Posner la pasa bastante mal en varios pasajes del libro)[5] o a la denominada “monomanía” de Kant y los Kantianos de reducir una actitud como moral únicamente por su adscripción -o no- con el imperativo categórico, así como la adecuación de la conducta con lo que ella entiende como Prudencia Sola. La prudencia es buena, más no suficiente. Asimismo, McCloskey nos enseña que no existe una contradicción, en sí misma, entre la moral y el trabajo remunerado; o entre la moral y la acumulación de riqueza por parte de individuos como Carnegie, Rockefeller, Gates o Musk. Estos hechos, más bien, pueden ser perfectamente compatibles con la virtud. Y nos dice:

“La acumulación de bienes, incluso si se deriva de ese detestable aguijón que produce culpa y que llamamos ‘lucro’, ha tenido el efecto directo de dar a miles de millones de personas ordinarias la oportunidad de aspirar a algo más que a la simple subsistencia. Empero, el punto aquí es que, al otro lado de la subsistencia, por decirlo de algún modo, el mercado les ha proporcionado a miles de millones de personas un significado en su vida, la oportunidad de tener esperanza y fe, justamente a través de su participación en la creación de cosas para el mercado. Podría decirse si se siente inclinado a hablar con franqueza de los prejuicios antiburgueses y antieconómicos desde 1848, que solo un esnob antidemocrático puede negarle dignidad a cualquier cosa que no sea lo que hacen los sacerdotes y aristócratas.” (p. 496).

En definitiva, los defensores de las ideas de la libertad debemos ser autocríticos con los argumentos que esgrimimos. En muchas ocasiones, sino la mayoría, los fundamentos del capitalismo liberal se sostienen desde una perspectiva netamente material; sin duda una perspectiva valiosa, aunque insuficiente. Está bien. Sí. Pero a ello cabría sumarle el componente moral. Para tal fin, Las virtudes burguesas de McCloskey son, y deberían ser, una fuente permanente de inspiración y conocimiento.


[1] Citado en Pipes, Richard, Propiedad y Libertad. Dos conceptos inseparables a lo largo de la historia, Turner, Fondo de Cultura Económica, Madrid, 2022, p. 50.

[2] Ibidem, p. 50. Estas líneas son expuestas por Pipes a tiempo de comentar la obra León Battista Alberti, quien, a decir del autor, no desarrolló una doctrina económica para justificar el capitalismo, pero elogiaba la riqueza y los beneficios de la industria y el comercio, destacándose por ser “un humanista italiano del Renacimiento” quien “predicó una moralidad ‘burguesa’”.

[3] McCloskey, Deirdre, Las virtudes burguesas. Ética para la era del comercio, Fondo de Cultura Económica, México, 2015. Esta edición utilizamos a tiempo de hacer referencia a las páginas en el texto principal.

[4] Como he advertido en alguna otra ocasión, cuando hago referencia al capitalismo me refiero, pues, a la manifestación económica de un orden social liberal.

[5] En el pasado fui muy seguidor de la Escuela de Chicago. Me nublé con esa lógica utilitarista de buscar siempre la eficiencia, sin importar el sustrato moral. Ver Villarroel, Diego, “Derecho, Economía y Eficiencia”, en AAVV, Revista Percontari, Año 7, No. 24, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, febrero, 2020. Por suerte, más adelante logré modular mi perspectiva y emprendí un viaje de Chicago hacia Austria. Ver Villarroel, Diego, Derecho y economía, una perspectiva austriaca, disponible en: https://abogados.com.ar/derecho-y-economia-una-perspectiva-austriaca/28733

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Diego A. Villarroel

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