Cumbre de las Américas: ¿oportunidad perdida?
La reunión hemisférica tuvo diversas amenazas políticas que signaron su desempeño. El novedoso acuerdo para abordar la migración irregular en el continente no ocultó la debilidad de EEUU como articulador regional.
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Por Gabriel Pastor1
La Cumbre de las Américas nació hace alrededor de 28 años con el sueño de construir un largo puente de democracia y comercio, desde Alaska a Tierra del Fuego, el primero en su especie en el hemisferio.
Pero desde entonces hasta la novena edición, realizada la semana pasada en Los Ángeles, la ambiciosa obra sigue siendo trazos en un boceto.
En la primera Cumbre, en Miami a fines de 1994, bajo el liderazgo del presidente estadounidense Bill Clinton, hubo una fuerte convicción de que el auge democrático en la región y el fin de la Guerra Fría provocarían una luminosidad que traería prosperidad a los pueblos. Era el momento de la integración económica y el libre comercio.
«La versión Clinton», al decir del historiador Odd Arne Westad, «que hacía hincapié en la prosperidad capitalista al estilo estadounidense», contagió entonces a los gobernantes de América Latina y el Caribe.
Pero, al final del día, la tierra prometida hemisférica no ha sido más que una quimera.
Telón de fondo
Estados Unidos tiene una agenda internacional que denota urgencias y prioridades lejos de nuestro continente, y con un nuevo lenguaje bipartidista que ya no incluye el libre comercio. Esto además en el contexto de una política doméstica de una virulenta polarización, que ha dejado heridas abiertas a la democracia, y afecta su autoridad ante los países de la región.
Del lado de América Latina se presenta un creciente discurso político antiestadounidense en los principales países, democracias en declive y un avance de gobiernos autoritarios o populistas de todo signo ideológico.
El telón de fondo hemisférico es clave para entender el rotundo fracaso de la Cumbre de las Américas en la era de Joe Biden, marcada por la pandemia del covid-19, alteraciones de la economía (inflación, mercado de trabajo y comercio), la guerra en Ucrania, el enfrentamiento con la Rusia de Vladimir Putin y la disputa con China.
Culpas compartidas
Una Cumbre de las Américas con el presidente Biden como anfitrión despertaba expectativas de que era posible por fin empezar a levantar el anhelado puente.
Pero ello no ocurrió, en parte, por desinteligencias de la administración demócrata, y también de gobiernos de la región, alguno de los cuales hasta desafiaron en público al jefe de la Casa Blanca.
La amenaza cumplida del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, de no viajar a Los Ángeles si no se invitaba a las dictaduras de Cuba, Nicaragua y Venezuela, contaminó el ambiente de la reunión. Empañada además por la ausencia de países de Centroamérica.
En el escenario democrático de la Cumbre no podía haber asientos disponibles para las dictaduras de Cuba, Nicaragua y Venezuela. No porque lo dijera el presidente estadounidense, sino porque era un mandato de la Tercera Cumbre de las Américas, realizada en Quebec, en 2001, que luego inspiró la redacción de la Carta Democrática Interamericana de la Organización de Estados Americanos (OEA).
Incertidumbre y tensión
Biden debió anticiparse a la posible reacción desatinada de presidentes latinoamericanos e intentar llegar a un acuerdo, y explicar con más claridad las decisiones institucionales que impiden la participación de dictadores.
Pues no, la lista de invitados fue un misterio hasta último momento. Esto alimentó un ambiente de desconfianza desde antes del inicio de la Cumbre.
Y no debieron subestimarse como argumentos ante la opinión pública los lazos políticos de estos países autocráticos con el invasor Putin. Aunque fuera otro aspecto controvertido en la región por la posición neutral de Brasil y México, los dos principales países de la región, y la actitud ambivalente de Argentina en relación con la guerra en Ucrania.
Para cerrar la Cumbre, la peligrosidad latente para la geopolítica hemisférica se tensó aún más con la decisión de Daniel Ortega en Nicaragua de cooperar militarmente con Rusia. La Asamblea Nacional nicaragüense, de corte oficialista, autorizó el ingreso de militares rusos al país centroamericano. De igual forma la llegada de buques y aeronaves de las fuerzas armadas de Putin. A menos de tres mil kilómetros de la frontera sur de EEUU, se instalará un establecimiento de defensa de uno de sus principales retadores.
Migraciones
El acuerdo en torno a cómo enfrentar la llegada de migrantes a la frontera entre México y Estados Unidos fue lo más trascendente de la reunión. Más que nada por el amplio apoyo a la propuesta de Biden, impensable para una reunión que había comenzado muy mal.
Veinte países apoyaron la Declaración de Los Ángeles sobre Migración y Protección, promocionada por el presidente estadounidense, que asume el compromiso de garantizar la «seguridad y la dignidad de todos los migrantes, refugiados, solicitantes de asilo y personas apátridas».
El objetivo es lograr una migración «ordenada» con un enfoque de tipo regional, pues, como dijo Biden, es una problemática que impone una responsabilidad compartida.
A cambio, Estados Unidos recibirá 20.000 refugiados de América Latina en 2023 y 2024. Mucho más de los que ingresan legalmente por año. También destinará 314 millones de dólares en inversiones en los países emisores de migración en la región.
Para frenar la ola de migrantes, Estados Unidos anunció inversiones privadas por 1.900 millones de dólares en el norte de Centroamérica, con el fin de generar empleo.
México también puso lo suyo: duplicará a 20.000 el número de tarjetas de trabajador fronterizo y pondrá en marcha un programa de trabajo temporal para personas provenientes de países centroamericanos.
Sin desmerecer el acuerdo, la realidad de los migrantes es mucho más compleja. Sigue pendiente la situación de los indocumentados en Estados Unidos, en un limbo tras el fracaso en el Congreso de la reforma migratoria de Biden.
No se mencionaron en la Cumbre las políticas severas de control en fronteras que se prestan a abusos contra los migrantes o solicitantes de asilo. Y no hay certezas si el nuevo enfoque incluye las dinámicas de los venezolanos que se desplazan por países latinoamericanos, que también debería calificar como un asunto de responsabilidad compartida.
Reunión sin brillo
Pese al compromiso migratorio y a las buenas intenciones de Estados Unidos por avanzar en proyectos ambiciosos contra el calentamiento global, presidentes de la región le plantaron cara a Biden por la ausencia de los tres dictadores y en contra de la institucionalidad democrática de la región, especialmente de la OEA.
Hubo gobernantes latinoamericanos contrariados, presionados por una política doméstica polarizada, dificultades económicas, sistemas de salud bajo asedio y problemas de seguridad pública que dibujan sociedades fracturadas.
En ese sentido, el presidente Biden ofreció poco o nada (o nunca suficiente) para hacer frente a tantas disrupciones complejas.
Y no lo hizo porque hoy es inimaginable que Estados Unidos se embarque en América Latina en un proyecto ambicioso como el Plan Marshall.
Imposible en el escenario pospandémico —si es que se puede hablar de ello— de recuperación y más aún ad portas de las elecciones de medio tiempo.
El significado de fracaso y de todos sus sinónimos para condensar en una palabra el resultado global de la Cumbre es un reflejo de la triste realidad del continente americano.
Lo que ocurrió en Los Ángeles «es sintomático de los problemas que plagan a América Latina y a Estados Unidos», dijo con conocimiento de causa el profesor Richard Feinberg, una autoridad en materia de cumbres.
La controversia sobre quiénes se sentaban alrededor de la mesa de la Novena Cumbre de las Américas se robó buena parte de la conversación. Y pasó desapercibida una de las consecuencias más graves para América Latina: China seguirá ganando terreno a medida que disminuye la influencia de Washington.
1Periodista uruguayo radicado en Washington. Analista de asuntos latinoamericanos. Magíster en filosofía contemporánea. Licenciado en Comunicación. Exprofesor de la Universidad Sergio Arboleda de Bogotá. Corresponsal de El Observador de Uruguay.
*Este artículo fue publicado originalmente en dialogopolitico.org el 13 de junio de 2022
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo