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Asistimos como bolivianos a un pandemónium diario – televisado y digitalizado – caracterizado por las imposturas, las mentiras insidiosas, atiborradas de maldades y rencores personales, junto a una vorágine sin freno de insultos, agresiones y dimes y diretes propios de un mercado de mala muerte. Es un tambo
La farsa se ha impuesto. El embustero se ha erigido como rey.
Cuando el astrónomo y matemático Tolomeo escribió en su tratado – allá por el año 141 d.C – que nuestro sistema planetario era geocéntrico; es decir, que era la Tierra la que se encontraba inmóvil en el centro del universo, mientras que en torno suyo giraban, en orden creciente de distancia, la Luna, Mercurio, Venus, el Sol, Marte, Júpiter y Saturno. Todos cayeron rendidos frente a ese relato. En especial la Iglesia y su visión centrista de la realidad.
Este relato se mantuvo como único modelo aceptado por todos para comprender el rol del mundo en el universo, nada menos que hasta el Renacimiento. Tuvo que llegar Copérnico para sostener que en realidad es la Tierra y todos los planetas los que giran alrededor del Sol. Las observaciones realizadas, posteriormente por Galileo, con su nuevo telescopio, lo convencieron de la certeza de la teoría heliocéntrica de Copérnico. Acababan de desmontar un relato. Y todo el mundo grito a los cielos ¡herejia!
La obcecación fue salvaje frente a la nueva evidencia teórica y empírica que derrumbaba la concepción geocéntrica del paradigma tolemaica. La Iglesia la calificó de pecadora y persiguió a Galileo. En 1633, la Inquisición lo acusó de blasfemo y lo obligó a retractarse públicamente de su apoyo a Copérnico, so pena de muerte.
Porqué esta vuelta por la historia de la astronomía. Por la sencilla razón de que, como sociedad y clases gobernantes, defendemos a tabla rasa teorías, creencias y posturas políticas, a tales extremos que hasta somos capaces de aplastar la verdad y rechazarla con todas nuestras fuerzas, por el solo hecho de que aquellas contradicen nuestras posturas.
La situación se complica mucho más en estos tiempos de avalancha de fakenews y desinformación. La verdad y la verosimilitud entran en discrepancia. Todos son brumosos. Grises. Peligrosos. En estos tiempos donde se sostiene que nunca o “casi nunca” es posible saber con certeza si algo es verdadero, debemos preguntarnos si, primero, existe un interés por la propia verdad. La mentira es mas acomodaticia. Es flexible y se amolda a las imposturas de las clases gobernantes y dirigenciales.
Ya ni siquiera existe una aproximación a la verdad. Al hecho objetivo. Sólo una constante tergiversación y manipulación grotesca de datos. Los políticos, sin distinción alguna, son Tolomeos en tiempos de Copérnico. Quieren que todos giren, o por lo menos así lo desean, en torno a sus “verdades” geocéntricas.
La pregunta que, espero, muchos nos hacemos es ¿cómo podríamos debatir sobre la escasez de divisas, de la búsqueda de un trabajo digno, de la recuperación de la economía, de la lucha contra el contrabando, de la corrupción estructural del Gobierno, del desguace de nuestras instituciones, de la pobreza, la exclusión social, la inseguridad, la ausencia de una estrategia de desarrollo concertado y no ideologizado, de la crisis de la educación, de la ausencia de ciencia y tecnología en Bolivia, partiendo sólo de realidades subjetivas y relatos sesgados?
Se diría que estamos viviendo tiempos de decadencia y anormalidad. De determinismos burdos que rayan en lo chabacano y grotesco. Estamos rodeados de Tolomeos que sólo miran y defienden su ombliguismo y niegan una y otra vez el dato, la realidad, la verdad. Creen que es el Sol el que gira en torno a ellos.
No somos un país normal. Nunca lo fuimos. Es verdad. Vamos de tumbo en tumbo, bajo caudillismos a quienes se ama hasta el despropósito. El MAS fue el que llegó más lejos al erigir como ídolo supremo a un p* y resentido social. Asestaron el golpe final a esta Bolivia sangrante. La puñalada rastrera y última la dieron ellos. Instalaron una visión hueca que ahora desfallece en manos de sus propios fundadores. Son unos canallas hasta con su propia obra. La negación de una realidad objetiva siempre va impedir la construcción de una sociedad basada en cimientos veraces y legítimos. Se ha impuesto la esquizofrenia de actuar en realidades paralelas reñidas con la verdad.
Cuando uno no puede acordar con su interlocutor que el objeto del debate es una mesa, porque el otro la percibe en su realidad subjetiva como un caballo, no habrá posibilidad alguna de consensuar un mínimo de ideas. Siempre caeremos en la trampa mortal del “hartazgo” con todos, bajo el consabido pedido de que “se vayan todos”. Siempre por culpa de la necedad de estos tolomeicos, propios y ajenos, que viven en una galaxia que es heliocéntrica.