Opinión

El Amigo de la Libertad, por Diego Villarroel.

Reflexiones breves sobre Los Enemigos del Comercio (Tomo I) de Antonio Escohotado

Diego A. Villarroel

Abogado, investigador y profesor de derecho

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Cuando uno empieza a estudiar, debe estar dispuesto a cambiar de ideas”

– Antonio Escohotado.

Antonio Escohotado es un jurista, filósofo, investigador y escritor español con una vasta bibliografía, con trabajos que van desde lo más profundo de la filosofía (Realidad y Sustancia), pasando por reflexiones de la sociedad contemporánea (Caos y Orden), hasta su conocida y polémica Historia General de las Drogas. La honestidad intelectual de Escohotado lo ha llevado desde el comunismo más reaccionario a ser un notable defensor del liberalismo. Ha desarrollado sus investigaciones sin ningún tipo de prejuicios y, como él ha dado a entender, sin ninguna tesis preconcebida que pudiera sesgar sus pesquisas intelectuales.

Tomé conocimiento de Escohotado, primero, por recomendaciones de algunos amigos, y, principalmente, navegando por YouTube en donde tuve el agrado de escuchar tertulias, conferencias y coloquios en los que, al escuchar al autor, quedé gratamente sorprendido por sus profundos conocimientos de diversos tópicos y disciplinas. Al escucharlo, percibí una marcada pericia en filosofía, historia, derecho, sociología y economía, entre otras. Un verdadero erudito de las ciencias sociales y de la cultura en general. Llamó mucho mi atención sus constantes referencias -sobre las cuáles me sentí identificado- a la búsqueda del conocimiento como la ambición y satisfacción más grande dentro de sus travesías investigativas.

Con este panorama, tomé la decisión de leer su obra más ambiciosa y comentada en los últimos tiempos: Los Enemigos del Comercio. Una Historia Moral de la Propiedad. He finalizado el primer tomo (de tres) y me pareció oportuno compartir algunas reflexiones en torno a esta magnífica obra. Espero hacer lo mismo conforme vaya finalizando los tomos restantes.

Como señala el autor al empezar el libro, su objetivo fue: “precisar tanto como fuese posible quiénes, y en qué contextos han sostenido que la propiedad privada constituye un robo, y el comercio es su instrumento” (pág. 19). Así, la investigación -en este primer tomo- transcurre desde la antigua Grecia hasta finalizada la Revolución Francesa y la toma del poder por parte de Napoleón. Durante todo el relato, Escohotado nos ofrece un análisis muy detallado sobre quiénes fueron aquellos individuos, grupos sociales e intelectuales que se opusieron a la propiedad privada y a su libre utilización en el mundo occidental.

En una primera parte, Escohotado pone de manifiesto de cómo la propiedad privada no fue discutida ni en Grecia ni en Roma. En cuanto a Atenas el autor nos enseña que allí asumen “el compromiso de enseñar a otros pueblos lo que ella misma ha descubierto y practica: una libertad responsable, sinónimo de autocontrol” (pág. 61). Estos encuentran su antítesis en Esparta, en donde la tierra se la dividió en “lotes idénticos, prohibiendo su enajenación para asegurar la igualdad” y tenían desprecio por “las demás polis porque no sometían lo individual a lo colectivo” (pág. 62-63). Así, los espartanos son identificados como precursores de los enemigos del comercio y sus fundamentos: libertad y propiedad. Sobre la República Romana se subraya la diferenciación que allí imperó entre derecho y legislación. La primera compuesta por los principios fundamentales del orden social, con un carácter más o menos permanente y espontáneo (e.g., propiedad); y la segunda con una vigencia limitada, supeditada siempre a la primera. Se destaca a los romanos como pioneros de “un derecho civil que sigue siendo lo más parecido a una ciencia de los pactos” (pág. 71).

Seguidamente, identifica el momento en que la propiedad empezó a parecer perniciosa para la sociedad. Destacaremos tres actores clave. Reciben mención especial –como enemigos originales del comercio– la hermandad esenia. De ellos proviene, entre otras cosas, “el reparto obligatorio de todas las propiedades (…); una limitación del contacto sexual entre esposos a fines procreativos, y la costumbre de llamar ‘ladrón’ al no comunista” (pág. 137). Una mezcla del conservadurismo y comunismo contemporáneos. En esa línea, se hace referencia a la secta de los hombres pobres o ebionim, quienes “practican un rechazo incondicional de la propiedad privada, y en particular del comercio como oficio” (pág. 140). En el mismo sentido, Escohotado identifica en algunas enseñanzas de Jesús y prácticas de las primeras comunidades cristianas elementos propios de enemigos del comercio. A tiempo de comentar la parábola de los vendimiadores, el autor nos dice:

“El comunismo niega al individuo el derecho de hacer con sus bienes lo que le plazca, entendiendo que todo pertenece a todos. Pero el dueño de esta finca no es un propietario cualquiera sino el Señor universal, y Jesús le presenta en el acto de llamar envidioso a quien pretenda medir los esfuerzos como méritos. El principal mérito es precisamente ser pobre y débil de alma, como el jornalero conforme con cobrar lo mismo trabajando menos. Los seres humanos no responden ante sus iguales sino ante Él, en un marco donde los logros materiales y profesionales se desvanecen al cesar el descreimiento. Hasta qué punto abundancia gratuita y fe van de la mano lo demuestran la multiplicación del pan y los peces, o la del vino en las bodas de Caná” (pág. 148).

De ahí que al cristianismo temprano Escohotado lo denominada como pobrista y, naturalmente, lo identifica como a un enemigo del comercio.

Luego nos muestra que, en cierto momento, la propiedad dejó de transmitirse por contrato, es decir mediante acuerdos voluntarios. Aparentemente la sociedad se acostumbró, o la acostumbraron, a un “pobrismo institucional” (pág. 216). Como resultado de la digitalización de documentos medievales, historiadores de la época nos muestran que, entre el siglo VI y X, los hombres de negocio son mencionados “un número absurdamente pequeño de veces” (pág. 217). La propiedad era del clero o de los nobles por mandato divino. No existían estamentos inferiores que puedan ser titulares de bienes y mucho menos con la posibilidad de transmitirlos y comerciarlos. Como consecuencia de ello –haciendo un guiño al teorema de la imposibilidad del cálculo económico en el socialismo de Ludwig von Mises y a la teoría del problema del conocimiento en la sociedad socialista de F.A. Hayek– Escohotado comenta, a tiempo de explicar las limitaciones transaccionales en la época: “El comercio vive de información, y cuando topa con ruido de fondo en vez de señales no puede acercarse siquiera sea vagamente a un cálculo de costes y ganancias” (pág. 246). Es que allí donde no hay propiedad no puede haber intercambios; si no hay intercambios voluntarios no hay precios –es decir, señales de oferentes y demandantes–; y sin estas señales no hay posibilidad de realizar un cálculo económico racional.

Llega un punto en la historia en que las cosas empiezan a cambiar. Más adelante descubrimos que se fueron hallando modos de proteger la propiedad. Si algo bueno se puede decir del feudalismo es que este “ha empezado a producir una gama de antídotos y estímulos que se orientan a reestablecer la compraventa, mientras el dinero está abandonando su naturaleza de joya para reaparecer como forma racional de truque” (pág. 268-269). Luego, se ponen de relieve ciertas sociedades mercantiles iniciales de la mano de radanitas judíos (“poliglotas y aventureros”), los vikingos suecos (quienes abandonaron “la vida de saqueo para dedicarse al comercio y otros empeños civiles”) y los primeros banqueros medievales. Estos actores se dan cuenta que para enriquecerse es preferible comerciar que entrar en guerra. Se empieza asociar al comercio como fuente de progreso. El propio interés, al final, deriva en beneficio del prójimo mediante los intercambios voluntarios. Bajo este marco, destacan, con especial interés, los burgos y el burguense. La primera constituye aquella ciudad-mercado, propia de la época; los distintos burgos se empiezan a integrar mediante rutas comerciales y fortalezas que buscan promover sus proyectos empresariales. Así, los burgos son el resultado y fuente de la nueva lógica de la sociedad medieval: comerciar para progresar. La segunda, los burguenses, que no son más que los habitantes propios de los burgos y son quienes, de forma espontánea, sin que medio un plan deliberado previo, comienzan a desarrollar esta joven sociedad comercial. Al respecto, el autor destaca sobre los burgos y burguenses:

“Las organizaciones surgen de modo tan espontáneo y confiado que pueden prescindir de estatutos, mientras las finalidades se diversifican arrastradas por procesos impersonales” (pág. 278).

Un momento clave en la evolución de la propiedad fue cuando el cristianismo dejó de ser pobrista. Aquí, tuvo un papel preponderante Martín Lutero y la perspectiva Reformista. Con esta, junto con la Contrareforma, se presenta un cambio de perspectiva respecto de la propiedad y los intercambios dentro del cristianismo. A decir de Escohotado, con relación a la nueva raíz individualista del cristianismo:

“Reforma y Contrareforma coinciden en que lo adaptado al bien general es ganarse la vida aprendiendo alguna maestría y ejerciéndola. Lejos de corresponder por naturaleza a los inferiores en fuerza, virtud o educación, ser profesionalmente capaz define a la verdadera aristocracia, y debería reflejarse en la cuota de participación política otorgada a quienes destaquen” (pág. 371).

Los principios filosóficos y prácticas sociales que consagran a la propiedad como un derecho fundamental se dan cuando se tuvo que elegir entre el absolutismo y el liberalismo. Caben destacar las notables explicaciones, contrastadas brillantemente con el contexto histórico, que Escohotado hace de las obras de Baruch Espinoza (quien nos enseñó “que el fin del Estado es en realidad la libertad”), John Locke (quien “postula que los hombres decidieron someterse a una Constitución para preservar la propiedad de cada individuo, entendida como aquel propius que comprende ‘vida libertad y bienes’”), David Hume (quien percibo es uno de los favoritos del autor, y de quien destacamos su enseñanza que la “Justicia se resume en tres leyes –‘estabilidad de la posesión, transmisión por consentimiento y complimientos de los promesas’”) y Adam Smith (de quien se destaca su explicación sobre los fines no pretendidos del comercio: “el librecambio funda un orden no solo consciente sino inconsciente, que operando por continuas adaptaciones al medio puede ser eficaz en una medida cualitativamente superior”) (pág. 460-473).

Finalmente, nos muestra con mucho detalle como las ideas comunistas resurgen principalmente con la Revolución Francesa. La Revolución lejos de ser un proceso respetuoso de la libertad, igualdad y fraternidad -como se pretendió en un inicio-, fue la piedra fundacional de movimientos colectivistas posteriores, que han sido las más grandes amenazas contra la libertad desde el siglo XIX hasta la fecha. Sobre los caracteres inherentes a la Revolución, Escohotado nos muestra que sus líderes sanguinarios, en vez de seguir las ideas de Hume, Locke y los liberales clásicos, se inspiraron en la lógica de la “voluntad general” de Rousseau, teniendo al Contrato Social como Biblia. Así, bajo la lupa jacobina: “Los humanos fueron felices mientras se atuvieron a una vida de austera igualdad, con la patria como única cosa terrenal verdaderamente sagrada”. Esa lógica ocasionó que “una revolución que en 1789 pretendía establecer un Estado de derecho piensa tres años más tarde que la seguridad jurídica sería un cómodo refugio para traidores y que un régimen de precio fijo asegurará los abastecimientos” (pág. 514).

Mención aparte le corresponde a la claridad de Escohotado sobre los órdenes espontáneos y el carácter evolutivo de las instituciones sociales (tal como se podrá advertir, por ejemplo, en nuestra anotación sobre los burgos o el problema del cálculo en la sociedad pobrista). El derecho, la propiedad, la cultura, el dinero nacen y evolucionan de forma impersonal, autoorganizada y sin un diseño previo. Estos procesos se dan de forma natural y adecuada, en especial, en contextos donde se respeta la libertad y la propiedad de los individuos. Son los individuos quienes, mediante la interacción social, en un proceso de prueba y error, van descubriendo aquellas cuestiones que les son más útiles para cumplir sus propios fines que, sin pretenderlo, redundan en beneficio de otros individuos. A título de ejemplo, es de destacar la descripción del autor sobre el auge y caída de la Liga Hanseática o Hansa, una federación comercial y defensiva de comerciantes y burgos localizados entre Alemania y el Mar Báltico:

“El núcleo de su negocio es intercambiar madera, miel, cera, pieles (…) Ha nacido con vocación de respetabilidad, y solo admite en sus despachos y factorías a ‘comerciantes casados con buena fama’.

Dicha vocación sorprende menos que lo impersonal de su funcionamiento, pues resulta imposible trazar su historia con enumeración de individuos. En la Liga todo es espontáneo y descentralizado, empezando por existir sin estatutos ni rectores, merced solo a periódicas reuniones. Su estructura en red, que forma tantos centros como nudos, le permite el insólito lujo de ignorar en lo sucesivo cualquier placet señorial, pues resulta imposible decapitar algo sin cabeza.

(…) el proteccionismo a ultranza acaba tropezando con los intereses del comercio local, sea cual fuere, por no decir que con el propio comercio.

(…) Entre su despegue y su ocaso ha puesto de relieve la diferencia entre órdenes endógenos y exógenos, autoproducidos y decretados” (pág. 294-296).

Explicaciones como esta las podemos identificar a lo largo la obra. Escohotado tiene absoluta claridad -y lo explica de la mejor manera- sobre los órdenes espontáneos y el carácter evolutivo, impersonal y no deliberado de las instituciones. Este tipo de órdenes complejos son frenados y perjudicados por las pretensiones de algún diseñador u órgano central de controlar aquello que no le es posible.

En definitiva, quienes no hayan escuchado a Antonio Escohotado abran su app de YouTube suscríbanse a su canal y aprendan de forma amena y didáctica sobre las innumerables cosas que este ilustrado tiene para enseñarnos. Y mejor aún vayan a la librería más cercana o abran su Kindle y adquieran Los Enemigos del Comercio. Su lectura no tiene un segundo de desperdicio. Es una fuente casi inagotable de conocimientos en diversos tópicos, en particular en historia, filosofía, derecho y economía. La capacidad del autor de explicar conceptos y procesos complejos de forma comprensible y accesible es de aplaudir. Y eso que apenas voy por el primer tomo. Seguro que los demás vendrán con tanto o más por disfrutar y aprender. Ya se los comentaré… 

1 Las referencias a las páginas corresponden a Escohotado, Antonio, Los Enemigos del Comercio. Una Historia Moral de la Propiedad, I, Ed. Espasa, 14ª Ed., Barcelona, 2021. Cabe advertir que este breve escrito no tiene la pretensión de constituirse en un análisis del libro. Es simplemente un repaso sobre algunas ideas elementales del mismo.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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