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El amor es una transacción

Antonio Saravia

Economista

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¿Cómo se le explica el amor a un adolescente? Ser padre de un par de ellos te pone inevitablemente frente a esta pregunta y en todo tipo de figurillas. Ah, el amor… un torrente de emociones, frustraciones, alegría, dolor… ¿Cómo se orienta a los que se sumergen inocentes en la complicada vida romántica si nosotros mismos, viejos lobos de mar, no la tenemos del todo clara?

Déjenme ensayar una respuesta. Tómenla con la debida precaución ya que soy economista y no psicólogo o consejero espiritual, pero creo que desde “la ciencia lúgubre” algo se puede aportar.

Partamos de una premisa básica: el objetivo final del ser humano es la felicidad. Sí, ya sé que definir “felicidad” también es complicado y los filósofos se han pasado años discutiéndolo, pero seamos generosos y aceptemos que nos referimos a un estado de plenitud en el que estamos en paz con nuestras decisiones y nos valoramos y respetamos a nosotros mismos. La felicidad no es, entonces, euforia o alegría, sino un estado en el que nos sentimos plenos en nuestro propio cuerpo porque sentimos el orgullo de haber perseguido nuestros valores. La felicidad requiere, por lo tanto, disciplina y amor propio, porque uno se valora y se respeta cuando trabaja para alcanzarla.

Pero si el objetivo final es la felicidad, entonces el dolor y el sacrificio son el fracaso. Si la felicidad es vida, entonces el dolor y el sacrificio son muerte. Sacrificar nuestra felicidad es sacrificar nuestra vida y pasar a ser títeres del destino sin agencia ni propósito. En particular, sacrificarnos por una persona es esencialmente esclavizarnos a ella y, al revés, pedirle a una persona que se sacrifique por nosotros, es pedirle a ella que sea nuestra esclava. Si la felicidad es el objetivo, el dolor y el sacrificio son nuestros enemigos.

Pero entendamos esto claramente. Usted se preguntará ¿sacrificarme y dejar de comer para que coman mis hijos, no es acaso un acto de amor? Por supuesto que lo es. Es un acto de amor grandísimo, pero no es un sacrificio. Ese padre está tomando una decisión que tiene, como toda decisión, beneficios y costos. El costo es dejar de comer, pero el beneficio es la sensación de regocijo en el corazón al ver que sus hijos comen. Para él, los beneficios exceden a los costos y, por lo tanto, la decisión es clara. El sacrificio sería, en este caso, la acción inversa: comer mientras la tristeza de ver a los hijos con hambre le llena el corazón de dolor. Creo recordar haber visto esto en una película. Unos terroristas mantienen a una familia de rehenes y obligan a los padres a comer delante de los hijos mientras estos se mueren de hambre. Los padres no aguantan la tortura y terminan brindando la información que los terroristas piden. No confundamos entonces costos de una decisión con sacrificio. Toda acción tiene costos, pero la tomaremos si el beneficio que conlleva es mayor a ellos. Sacrificio, por otra parte, es la acción irracional de inmolación en la que el costo es mayor al beneficio. El resultado neto es dolor.

¿Cómo le explico, entonces, el amor a mis hijos adolescentes? Les digo que el amor consiste en emociones, cariño, afecto y deseo por otra persona (las famosas mariposas en el estómago) que uno debe abrazar sin remilgos y con valentía siempre y cuando, y esta es la clave, esos sentimientos los acerquen a la felicidad y no al sacrificio. Les diría que peleen y arriesguen el pellejo por amor siempre y cuando ese amor les mejore la vida, es decir, les ayude a perseguir sus valores y, por lo tanto, los acerque a la felicidad.

Bien visto, entonces, el amor es una transacción. Amar con pasión y esforzarnos por hacer sentir ese amor a nuestra pareja tiene sentido sí, y solo sí, esa acción nos acerca a la felicidad. Cuando esa relación nos desvía de la persecución de nuestros valores y terminamos sacrificándonos por esa persona abrazando el dolor o la pena, y no la felicidad, entonces sabremos que esa relación debe terminar.

Amar entonces, no es sacrificarse, sino beneficiarse. Amar es mejorar nuestras vidas. Pero, otra vez, todo tiene un costo. Ese beneficio no llega gratis. Mantener a la persona que amas, y te mejora la vida, a tu lado, requiere esfuerzo. Por eso a mí siempre me pareció que la mejor promesa de amor no es “te amaré toda la vida,” sino “trataré de enamorarte cada día para que cada día elijas quedarte conmigo.” En otras palabras, “pagaré cada día el alto precio de tenerte y así mejorar mi vida.” Una promesa de amor es, entonces, una promesa de esfuerzo. Tal como en un contrato comercial no se establece que alguien provea un bien o servicio a cambio de nada, en una verdadera promesa de amor no se ofrece ni se espera amor incondicional. Se ofrece esfuerzo a cambio esfuerzo, beneficio a cambio de beneficio.

Pero si el amor consiste en beneficio y no en sacrificio, ¿estamos diciendo, entonces, que al final del día el amor consiste en satisfacer el interés propio? Y aunque sé que esto es completamente contraintuitivo (probablemente por la educación católica que la mayoría de nosotros ha recibido), la respuesta es un rotundo sí. El amor es interés propio. El amor es un vehículo para llegar a nuestra felicidad personal. Y no se preocupen, no tengan miedo de proponerle esta idea a su pareja. No la ofenderán en absoluto. Ninguna novia se quejará si le decimos “te amo, no exclusivamente porque quiero que seas feliz, sino porque amándote y haciéndote feliz, yo soy feliz.” La ofenderemos gravemente, en cambio, si le decimos “mi amor por ti es completamente desinteresado, ojalá seas feliz con él, pero a mí no me hace ni bien ni mal amarte.” Traten, hagan la prueba y ofrézcanle a su novia un regalo de forma completamente desinteresada, es decir, un regalo que sólo busque su bienestar sin que a ustedes les importe o les interese el mismo. Una novia que se respete probablemente les tire ese regalo en la cara.

Pensar en el amor como una transacción ayuda mucho a navegar las dificultosas aguas de la vida romántica. Nuestro tiempo en esta vida es escaso y no tiene sentido invertirlo en sacrificio e inmolación. Amemos para alcanzar la felicidad.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Antonio Saravia

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