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El ciclo ha concluido, bienvenido el ciclo

Pedro Portugal Mollinedo

De formación historiador, autor de ensayos y análisis sobre la realidad indígena en Bolivia, fundador del mensual digital Pukara

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Hace algunos años Guido Céspedes Argandoña, profesor de la Universidad Mayor de San Simón, publicó un trabajo –El Desarrollo de Bolivia y su Post Nación– en el que plantea una interpretación de la historia boliviana a partir de sus ciclos político–económicos.

Ese trabajo prevé un quinto ciclo de acumulación que permitiría “una reforma cultural e intelectual, a partir de una matriz indígena, que se fortalezca en el mestizaje, para proyectar su pasado milenario hacia el universalismo”. El autor no elucida si lo iniciado el 2003 con la evicción de Gonzalo Sánchez de Lozada y destacado el 2005 con la victoria electoral de Evo Morales es el inicio de ese ciclo o, simplemente su preludio.

Los acontecimientos del 2019 inducen pensar que el gobierno de Evo Morales fue solo el punto de inflexión de ese preámbulo. Sabemos que el “gobierno transitorio” de Añez fue incapaz de iniciar un nuevo ciclo. Fue una reacción, no la solución de los problemas pendientes. Un nuevo ciclo es una innovación en la que el pasado inmediato no es negado histéricamente, sino superado históricamente. Añez fue el estertor de un estilo señorial que debe desaparecer en nuestra formación social, con la misma suerte de “los chapetones después de 1825, o para los partidos liberales luego de 1952, o para las dictaduras después de 1982”.

El triunfo electoral del MAS, el 2020, instaló como presidente a Luis Arce. Ante ello, a haberse demostrado la oposición incapaz de liderar un nuevo ciclo, se impregnó en el fondo y en la forma con la sola forma perversa de la reacción criolla contra la insolencia de haber tenido a un indio como gobernante de Bolivia. De ahí que esa obsesión anti india impidió a la oposición percibir los matices al interior del MAS, imputando al nuevo presidente de ser solo el botones del odiado Evo. Sin embargo, ya en octubre de ese año Luis Arce declaraba a la prensa internacional: “Si Evo Morales quiere ayudarnos será muy bienvenido pero eso no quiere decir que él estará en el gobierno”.

La historia puso a Luis Arce como el epilogo de un introito que no acaba de terminar… o como el inicio de un nuevo ciclo que no termina de comenzar. Ello explica la tenaz e intemperante oposición a su gobierno. Sin embargo, contrariando lo que sería evidente, los obstáculos que ahora enfrenta (como la sistemática resistencia que le ofrece Santa Cruz) podría acelerar su tránsito al éxito iniciador, aunque también puede significar la final expiración del experimento MAS… Todo depende de si la actual administración se concibe como un nuevo ciclo o si predomina la finalidad a un símbolo político ya acabado.

Es claro que ya no se puede concebir Bolivia sin el rol cardinal de lo indio, pero tampoco sin el protagonismo de las regiones hasta ahora prescindidas, como Santa Cruz y el Norte y el Sur de Bolivia. Un nuevo ciclo debe tomar en cuenta ello, en el entendido que, en nuestra situación, el Estado tiene y tendrá por largo tiempo un rol no solo ordenador, sino director de los destinos nacionales.

En esa perspectiva, Luis Arce debe al MAS su empoderamiento, pero también puede ser su sepulturero. ¿Podrá nuestro presidente articular la función del Estado con el necesario emprendimiento individual; el empoderamiento de lo indígena fuera de los clichés posmodernos y pachamamistas que más bien obstaculizan ese objetivo?

Las probabilidades que la actual oposición pueda dirigir un nuevo ciclo son más enclenques. En el Occidente del país, esas elites están contaminadas del esterilizante altoperuanismo y fascinadas por modas ideológicas que las incompatibiliza con la cultura y expectativas populares. En el Oriente, el solo resentimiento y complejos de abandono parecen tener mayor vigencia que en el resto del país.

Sin embargo, en política es vigor el horror del vacío. Generalmente los nuevos ciclos se acompañan de la emergencia de nuevas formas e ideas políticas. No se puede descartar que alguna de ellas llene esa vacante. Quizás solo estemos viviendo los últimos momentos de los períodos de transición sobre los que teorizaba Guido Céspedes Argandoña: Primero, la eclosión violenta y con cruentos enfrentamientos; luego, la crisis nacional (punto de inflexión) que definen los contenidos estructurales del próximo ciclo y, finalmente, el asentamiento de un nuevo ciclo de acumulación y apertura de un nuevo ciclo.

En el
Oriente, el solo resentimiento y complejos de abandono parecen tener mayor vigencia que en el resto del país.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Pedro Portugal Mollinedo

De formación historiador, autor de ensayos y análisis sobre la realidad indígena en Bolivia, fundador del mensual digital Pukara

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