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El ocaso de un ciclo de hegemonía electoral y la perspectiva de polarización y fragmentación (Parte 2)

Contexto político y tendencias electorales en Bolivia

Henry Oporto

Sociólogo

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5.           Los comicios del 18 de octubre de 2020

Luego de dos sucesivas postergaciones, en una atmósfera de creciente beligerancia, el hecho de que las elecciones generales pudieran realizarse en forma pacífica y ordenada, como efectivamente ocurrió, bien podría considerarse un acontecimiento sorprendente, aunque no sería la primera vez. Es curioso, pero lo cierto es que la política boliviana ha pasado otras veces por circunstancias semejantes: cuando parecía que no habría forma de evitar la catástrofe, de pronto, y casi al borde del abismo, surgía alguna salida que lograba encauzar una solución política de último instante.

El sufragio del 18 de octubre de 2020 tiene esas connotaciones: como si testimoniara la voluntad de los bolivianos de dirimir en las urnas un grave conflicto de poder y, con ello, reencaminar la vida institucional. También se puede decir que aquellos comicios parecieron exteriorizar el deseo de la gente de que la crisis socioeconómica pudiera resolverse en el marco del juego democrático y no por la implantación de un régimen de fuerza y autoritarismo secante.

Como fuere, el triunfo del MAS en las elecciones de octubre no fue del todo inesperado. De hecho, las encuestas anticiparon esa posibilidad, aunque ninguna acertó en la amplitud de la victoria con un porcentaje de 55.1% y, por tanto, con una ventaja holgada sobre el segundo, de algo más de 26 puntos, que además le confería el control absoluto de las dos cámaras legislativas, asegurándole un robusto respaldo parlamentario al nuevo Ejecutivo encabezado por Luis Arce Catacora. Quizá el mayor fracaso opositor haya sido, justamente, no haber podido impedir que el MAS retuviese el control del Poder Legislativo; de haberlo conseguido es muy probable que hubiera limitado el poder de este partido y actualmente estaría en una mejor posición para defender las libertades democráticas y las garantías constitucionales nuevamente amenazadas4.

Hay dos factores que podrían explicar dichos resultados: de un lado, la capacidad del MAS para compactar fuerzas y unificar sus filas detrás del binomio Luis Arce-David Choquehuanca (es la primera vez que el MAS concurre a una elección con un candidato distinto a su jefe y caudillo histórico: Evo Morales), le posibilitó recuperar mucho de su poderío electoral exhibido en ocasiones anteriores. La oposición, en cambio, se disgregó en varias candidaturas, ninguna de ellas suficientemente competitiva. Carlos Mesa, que un año antes consiguió concentrar el voto anti-Evo, esta vez no pudo repetir su desempeño, especialmente en la región de Santa Cruz, que en esta ocasión prefirió respaldar una candidatura cruceñista, la del exdirigente cívico Luis Fernando Camacho. Así, mientras que el MAS pudo presentar un frente unido y revitalizado, la oposición se dispersó y se enfrascó en sus propias rivalidades.

Sin embargo, esos dos elementos no alcanzan para dar cuenta del contundente triunfo masista. Un factor quizá más decisivo habría sido el impacto político y emocional de la emergencia sanitaria y económica desatada por el Covid 19, y también el fracaso del gobierno transitorio para lidiar con una crisis múltiple, y sin grave quebranto de la credibilidad, ya no únicamente de la presidente Añez, sino tal vez de todas las fuerzas políticas que impulsaron la transición política.

La eficacia del MAS consistió en posicionarse nuevamente como el defensor de sectores populares angustiados y desesperados y que no han dejado de acumular sentimientos de victimismo, exclusión y resentimiento -exacerbados en una coyuntura de crisis-; y desde luego, su habilidad para esgrimir un discurso de nostalgia por los años de crecimiento que le tocó administrar y usufructuar en la etapa previa a la debacle económica. La postulación de Luis Arce simbolizaba esta nostalgia, y probablemente también la ilusión de que un gobierno suyo pudiera encaminar una recuperación rápida, sin dolor ni sacrificios para el pueblo. El hecho es que el MAS ha conseguido recuperar el gobierno por la vía del voto popular y refrendando su condición de mayoría política y electoral.

Visto en perspectiva, esto significa que el movimiento de democratización del régimen político, que arrancó con la caída de Evo Morales, no halló cómo vencer la dura prueba de administrar una crisis multidimensional y de una polarización feroz. Quienes tomaron la representación y conducción de la transición, fallaron. En lugar de dar expresión política y electoral unitaria a esa amplia coalición de sectores sociales, generacionales y territoriales, que hizo posible el derrocamiento del MAS, más bien fueron presa del sectarismo, de personalismos, cálculos mezquinos, falta de visión estratégica y, cómo no, de un proyecto democrático y de desarrollo superador del proyecto populista en su fase de declinación. Este, por su parte, y pese a sus graves tropiezos, ha demostrado que sigue siendo el gran referente de vastos estratos populares, incluidas ciertas capas medias populares y adineradas emergentes. Y, al menos por ahora, eso le ha bastado para ganar cómodamente una elección nacional frente a sus contendientes políticos e ideológicos.

Con todo, lo que no debe subestimarse son los retos difíciles del nuevo gobierno del MAS, en medio de una coyuntura compleja. De la magnitud de estos retos da cuenta el hecho mismo de que el MAS no fuera capaz de revalidar su arrolladora victoria del 18 de octubre de 2020, en los comicios subnacionales de marzo y abril de 2021, es decir, a escasos 5 meses de aquel primer evento. En efecto, si bien el MAS pudo retener la gran mayoría de alcaldías del país, perdió en seis de las nueve gobernaciones en disputa, y sufrió severas derrotas en las ciudades capitales, además de perder la ciudad de El Alto (su principal bastión urbano). Esos departamentos y municipios eligieron autoridades contrarias al MAS, incluso ex masistas como la alcaldesa alteña Eva Copa o el gobernador chuquisaqueño Damián Condori, entre otros.

Entonces, si el MAS y Luis Arce pensaron que el impulso de su exitosa performance electoral del año 2020 les daba una cómoda ventaja para hacerse con el poder territorial en los comicios subnacionales, ciertamente ello no ha ocurrido. Los resultados de estos últimos comicios, por el contrario, muestran un mayor reparto de poder, con muchas autoridades locales de distintos signos ideológicos, pero que, en muchos aspectos, comparten el recelo y desconfianza a la reconstitución de un poder autocrático y centralista, como el que signó la presidencia de Evo Morales. Desde ya, la presidencia de Luis Arce debe lidiar con estos nuevos factores de poder, y si bien ha dado señales de que no quiere o que le resulta muy incómodo cohabitar y colaborar con ellos, es posible que simplemente no tenga otra alternativa, así sea dentro de una relación conflictiva y tensionada, que, de hecho, es lo que se ha visto en los primeros dos años de su gestión gubernamental.

6. ¿Y la transición democrática?

La cuestión subyacente a los comicios de 2020 y 2021 plantea la discusión acerca de la naturaleza de la transición política y su futuro. Recuérdese que los acontecimientos de octubre y noviembre de 2019 tuvieron la connotación no sólo de un cambio de la titularidad del gobierno sino también de un cambio de régimen político: desde uno de impronta autocrática y corporativa a otro de índole democrático pluralista y cuya cristalización debería transcurrir a través de la reconstrucción de las instituciones democráticas y del Estado de derecho. Es a esto a lo que se ha denominado una “transición democrática”.

La instalación del gobierno provisorio de Añez y la convocatoria inmediata a elecciones generales debían ser los primeros pasos de dicho proceso. Posteriormente, y ya bajo el comando de un nuevo gobierno y de un nuevo parlamento, elegidos en comicios transparentes, podrían abordarse otras reformas políticas e institucionales -como la ansiada reforma judicial- para echar los cimientos de un renovado sistema de gobierno con equilibrio de poderes, descentralización efectiva, vigencia plena de la Constitución, participación ciudadana, transparencia en la gestión pública, etc. El absolutismo de un partido debería dar paso a un sistema de partidos, de competencia democrática

y de alternancia de gobierno y donde no sólo se respetaría el juego legítimo de mayorías y minorías; también serían necesarios el diálogo y la práctica de negociación y concertación de los actores políticos en la resolución de los conflictos y diferencias y, en la medida de lo posible, en la construcción de grandes consensos y políticas de Estado después de varios años de políticas verticales y unilaterales.

Esta es la hoja de ruta inmersa en el concepto de transición democrática, pero con la dificultad intrínseca de que probablemente no todos los actores políticos adhieran y se comprometieran, sobre todo el MAS por el hecho obvio de haber ejercido el poder reteniendo con mano de hierro el aparato de Estado y siempre ávido por conquistar el poder total. Hoy en día la situación incierta de la política boliviana estriba en que el retorno del MAS al gobierno no solo ha puesto en entredicho esa hoja de ruta sino ha dado pie a una dinámica de regresión autoritaria y antirrepublicana. Y es que, en efecto, los primeros años de la presidencia de Luis Arce poco o nada se diferencian del estilo arrogante y de los abusos de poder del gobierno de Evo Morales.

Tiene sentido, entonces, preguntarnos si el movimiento democrático del verano de 2019 -a pesar de sus tropiezos y vicisitudes- mantiene una vitalidad latente y, por tanto, el potencial de rehacerse y de reencauzar el curso político actual. De ahí, también, el interés de este trabajo por escrutar y analizar los datos electorales de la última etapa. Quizá este ejercicio pueda aportar algunas pistas acerca de los rumbos por los cuales pueda discurrir la política boliviana en el futuro.

 

7.           El ciclo eleccionario 2005-2020

En este punto nos enfocamos en la evolución del voto nacional durante seis procesos electorales consecutivos, entre los años 2005 y 2020, incluyendo la votación del Referendo Constitucional del 21 de febrero de 2016. La inclusión del 21F se justifica por tratarse de un evento sobre la habilitación de Evo Morales para postular a un tercer período presidencial consecutivo y que, por ello, adquirió contornos plebiscitarios sobre la continuidad o no de la presidencia de Morales.

 

Cuadro 1. Resultados de elecciones presidenciales 2005-2020

Elecciones

Presidenciales 18-D 2005

Elecciones

Presidenciales 06-D 2009

Elecciones

Presidenciales 12-O 2014

Referendum

Constitucional 21-F 2016*

Elecciones

Presidenciales 20-O 2019

Elecciones

presidenciales 18-O 2020

Validos (N°) 5.747.602 4.582.786 5.171.428 5.228.652 6.137.778 6.159.211
MAS 53,7% 64,2% 61,4% 48,7% 47,1% 55,1%
Otros 46,3% 35,8% 38,6% 51,3% 52,9% 44,9%

 

* En el Referendum Constitucional del 21 de Febrero de 2016, la opción SI equivale a apoyo al MAS

Fuente: elaboración propia con datos del OEP

El ciclo electoral 2005-2020 se caracteriza por el predominio abrumador del MAS; que se impuso en 5 de los 6 sufragios nacionales (solo perdió el referéndum del 21F), y en esos 5 por mayoría absoluta o más, salvo en la elección de 2019. Un fenómeno así no se registraba en Bolivia desde los años de la Revolución Nacional, cuando el escenario político-electoral estuvo dominado por el protagonismo excluyente del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR).

Evo Morales tiene el récord de la presidencia más larga en la historia de Bolivia con 14 años continuos. La hegemonía del MAS da cuenta de la implantación de un sistema político con predominio absoluto de un partido y en el que los demás partidos quedan relegados a un papel periférico y sin chance de participar del gobierno nacional (no ha sido el caso de los gobiernos departamentales y municipales, donde el escenario prevaleciente ha sido de mayor pluralismo, especialmente en las grandes ciudades). Naturalmente, este rasgo del sistema político se correlaciona con un tipo de régimen de gobierno con fuerte concentración del poder y que deja muy poco espacio al pluralismo político.

En contrapartida a la omnipresencia del partido de Morales, resalta la volatilidad de los actores políticos que han rivalizado con el MAS en las urnas. De hecho, las siglas y las alianzas no se han repetido y tampoco las candidaturas, con pocas excepciones; lo que marca un claro contraste con la constancia del MAS y su sempiterno candidato presidencial (hasta los comicios de 2019). La inconsistencia en el campo de la oposición habla por sí misma de sus dificultades y traspiés en el intento de estructurar una fuerza política de envergadura, electoralmente competitiva y con opción real de poder.

 

Cuadro 2. Evolución de la votación presidencial en elecciones generales

Elecciones generales 18/12/2005 Elecciones generales 6/12/2009 Elecciones generales 12/10/014 Referendo Constitucional 21/02/2016 Elecciones generales 20/2019 Elecciones generales 18/10/2020
MAS 53,7% 64,2% 61,4% 47,1% 55,1%
PODEMOS 28,6%
UN 7,8% 5,7%
MNR 6,5%
PPB-CN 26,5%
AS 2,3%
UD 24,2%
PDC 9,0% 8,8%
CC 36,5% 28,8%
BDN 4,2%
CREEMOS 14,1%
FPV 1,5%
SI 48,70%
NO 51,30%
Otros Partidos 3,4% 1,3% 5,4% 3,4% 0,5%

Fuente: elaboración propia con datos del OEP

Los datos anteriores muestran un punto de quiebre con las elecciones de 2019, e incluso antes, con el 21F. Hasta entonces, la supremacía del MAS fue indiscutible. Justamente, por ello, esos dos eventos sugieren un momento de inflexión en la trayectoria del ciclo electoral que 2005-2020.

Aproximadamente 550.000 personas que en diciembre de 2014 apoyaron al MAS, en 2016 (el 21F), restaron su apoyo al intento reeleccionista de Evo Morales. El rechazo a la re-postulación de Evo deriva en un cambio de tendencia en el comportamiento electoral de los bolivianos, que luego se confirmará con los resultados de las elecciones del 20 de octubre de 20195, cuando el MAS no tan solo que no pudo repetir su categórica primacía, sino que incluso pudo perder esos comicios de no mediar la ocurrencia del fraude que impidió la definición en segunda vuelta. La declinación del MAS en los eventos electorales de 2016 y 2019 es notoria, lo que parece anticipar el final de un ciclo político y eleccionario en Bolivia.

Cuadro 3. Evolución del voto desde 2005 a 2020

Fuente: elaboración propia con datos del OEP

Con este telón fondo, tal vez pueda entenderse mejor la inusitada reacción social ante las evidencias de fraude electoral en octubre de 2019, cuya responsabilidad fue directamente atribuida a Evo Morales, agravando mucho más su ya deteriorada imagen personal. Ciertamente, para entonces la legitimidad del movimiento antirreeleccionista había ganado mucha fuerza y su expresión electoral fue, justamente, la alta votación del expresidente Carlos Mesa que lo habilitaba a disputar con ventaja aparente el balotaje. En una atmósfera de mucha crispación, la denuncia de fraude fue la chispa que incendió el país con la “revolución de las pititas”.

Pero como la historia no siempre se mueve linealmente, las turbulentas elecciones del 18 octubre de 2020 dieron un giro inesperado al proceso político. Los datos de la última votación son concluyentes: el MAS supera en 8 puntos su votación de 2019 y vuelve a imponerse en primera vuelta por amplia mayoría (55.1% de votos) con una diferencia holgada de 26 puntos sobre Comunidad Ciudadana. Carlos Mesa no pudo repetir su votación de un año atrás, quedando relegado a un magro 28.8% de votos.

La duda que se plantea es si esa recuperación de votos por parte de la candidatura presidencial del MAS supone la continuación del ciclo eleccionario inaugurado en 2005 y, con ello, la prosecución de su supremacía en la política nacional o si, por lo contrario, es apenas un episodio asociado mucho más con las condiciones excepcionales de la última contienda. Para poder encontrar respuestas a esta cuestión es preciso que ahondemos en las tendencias del voto de los bolivianos, sus facetas de continuidad y de cambio. Es lo que intentamos seguidamente.

8.           La configuración del mapa electoral

El punto de partida es revisar la composición de las votaciones del MAS y de los otros partidos, para luego examinar los cambios producidos a lo largo del curso electoral 2005-2020. Un criterio es desagregar la votación por estratos poblacionales: por ejemplo, el voto de las capitales, de ciudades intermedias, de pueblos y área rural6; esta es una forma de estratificar la composición del electorado nacional. Para simplificar el análisis, agrupamos los votos favorables a otros partidos en la categoría “Otros”, lo que permite trabajar con una relación bipolar. El resultado de este ejercicio se observa en el Cuadro 4.

Cuadro 4. Voto por estrato poblacional a Nivel Nacional

 

2009 2014 2016 2019 2020
Capitales
MAS 49% 48% 36% 33% 38%
Otros 51% 52% 64% 67% 62%

 

El Alto
MAS 87% 72% 58% 55% 77%
Otros 13% 28% 42% 45% 23%

 

Ciudades Interme

MAS

dias

58%

 

59%

 

47%

 

46%

 

54%

Otros 42% 41% 53% 54% 46%
Pueblos

MAS

 

72%

 

70%

 

56%

 

54%

 

64%

Otros 28% 30% 44% 46% 36%

 

Área Rural

MAS

 

86%

 

84%

 

71%

 

68%

 

80%

Otros 14% 16% 29% 32% 20%

Fuente: elaboración propia con datos del OEP

La votación que el MAS logra en Area Rural, en Pueblos y en Ciudades Intermedias es muy alta. En su mejor momento (2009-2014) alcanzó el 80% o más del total de la votación7 del área rural; dos tercios en pueblos; mientras que, en ciudades intermedias, superaron fácilmente más de la mitad del escrutinio, acercándose al 60%. Otro caso extraordinario es la ciudad de El Alto, que votó continua y masivamente a su favor (87% en 2009; 72% en 2014). Queda entonces muy claro que todos estos lugares son los grandes bastiones electorales del MAS, lo cual no sucede con las ciudades capitales que, más bien, han tendido a repartir sus preferencias entre varios partidos y candidatos (la votación de las 9 capitales constituye alrededor del 45% de la votación nacional).

Esto quiere decir que la agregación de los votos del mundo rural (Área Rural y Pueblos), de ciudades intermedias provinciales y de la populosa población alteña, suma aproximadamente el 55% de la votación nacional, es lo que explica en gran medida la supremacía del MAS en elecciones nacionales. Hay que subrayar el papel de los votos de El Alto, que representan una décima parte del total nacional. Dado el peso demográfico de esta ciudad, sin una votación tan masiva al MAS, difícilmente este partido podría ganar por mayoría absoluta de votos, y menos aún por más de dos tercios como sí ocurrió en los eventos de 2009 y 2014; es el voto alteño el que inclina la balanza hacia el MAS, en elecciones nacionales, y el que marca una diferencia notable con respecto al comportamiento electoral de las grandes ciudades del país.

Desde esta línea de base se aprecia mejor que la caída de la votación del MAS en los eventos del 21F y del 2019 se dio en todos los estratos poblacionales. Comparando los resultados de 2019 con los de 2014, las diferencias son importantes: -15% en capitales; -17% en El Alto; -15% en ciudades intermedias y -16% en pueblos y área rural. Sin embargo, debido a su peso poblacional, ha sido la disminución de la votación masista en las capitales y en El Alto, el fenómeno de mayor impacto.

En cambio, en las elecciones de 2020 el MAS rescata votos en todos los estratos poblacionales, aunque sin llegar a repetir sus porcentajes de votación de 2014, salvo en la ciudad de El Alto donde incrementa sus votos en 5 puntos (ver Cuadro 4). Este dato corrobora la importancia crucial de los votos alteños en la votación nacional del partido de Evo. En las capitales, el MAS incrementa algunos puntos con respecto a sus magros resultados de 2016 y 2019, pero no le alcanzó para modificar la trayectoria general y estructural del voto citadino, que evidentemente, se inclina mayoritariamente por candidatos de oposición prácticamente desde el comienzo del ciclo electoral en 2005.

Uno de los ejes de polarización en la política boliviana (especialmente en los primeros años de la presidencia de Morales, cuando el debate sobre las autonomías territoriales ocupó un primer plano y fue motivo de grandes tensiones políticas y regionales) ha tenido como protagonistas a las regiones, divididas entre Occidente y Oriente (llamado por algunos como “media luna”). El ejercicio de agrupar los votos de los nueve departamentos del país en esas dos grandes regiones: Occidente (La Paz, Cochabamba, Oruro, Potosí y Chuquisaca) y Oriente (Santa Cruz, Beni, Pando y Tarija) muestra con claridad las tendencias contrapuestas.

Cuadro 5. Votación regional de Occidente y de Oriente

 

2005 2009 2014 2016 2019 2020
Occidente (LP, OR, PT, CH, CBBA)
Válidos 3,975,958 2,960,628 3,250,619 3,343,165 3,772,984 3,840,923
MAS 64% 75% 68% 53% 53% 65%
Otros 36% 25% 51% 47% 47% 35%
Oriente (SCZ, BN, PND, TR)
Válidos 1,771,644 1,501,783 1,760,769 1,808,445 2,163,058 2,155,479
MAS 31% 42% 49% 40% 36% 37%
Otros 69% 58% 51% 60% 64% 63%

Fuente: elaboración propia con datos del OEP

En las elecciones de 2005, 2009 y 2014, el MAS mantuvo un dominio abrumador en la región de Occidente, mientras que en los eventos de 2016 y 2019, se notó una declinación; empero, en los últimos comicios de 2020 volvió a dar pruebas indudables de su fortaleza en los departamentos andinos, consiguiendo dos de cada tres votos válidos. También se puede ver que al MAS le cuesta mucho incrementar su votación en los departamentos orientales y en el sur tarijeño. La inclinación

mayoritaria de esta otra parte del país por candidatos o partidos opositores se manifiesta como una tendencia consolidada, que, por cierto, pone límites a la hegemonía política y electoral masista.

En el margen del presente trabajo no es posible desagregar mucho más la información electoral, de manera de mostrar las diferencias locales específicas y otras particularidades del comportamiento electoral en cada uno de los estratos poblaciones aquí considerados, diferencias que obviamente existen e incluso pueden ser relevantes8.

VER PARTE TRES AQUÍ (CLIC)


4 En la Cámara Alta de 36 senadores, los escaños se han repartido de esta forma: MAS 21; Comunidad Ciudadana: 11; CREEMOS 4. En la Cámara Baja, con un total de 130 diputados, el MAS obtuvo 75; Comunidad Ciudadana 39; CREEMOS 16. Bien es verdad que el MAS ya no tiene dos tercios de los votos parlamentarios como en el período 2014-2019, sin embargo, su amplia mayoría le basta para aplicar el rodillo parlamentario y neutralizar la acción opositora.

5 En esta ocasión (2019), el MAS registra una caída de casi 290 mil votos válidos con respecto a su votación de 2014, pero sobre un total de votos válidos superior en algo más de 920.000 a los votos válidos totales de 5 años antes. Esto último podría explicar que la pérdida de votos por parte del MAS en los comicios de 2019 con relación al 2014, resulte siendo menor a los votos que perdiera el 21F.

6 De acuerdo con una categorización utilizada por el INE: “Área Rural”, son localidades con menos de 2.000 habitantes; “Pueblos”, de 2.000 a 20.000 habitantes; “Ciudades Intermedias”, poblaciones por encima de los 20.000 habitantes y que no son capitales de departamento.

7 Este porcentaje es la suma de votos en todas las localidades comprendidas como Área Rural, lo cual no debe sorprender puesto que abundan los sitios en los que la votación del MAS es del 100% de los votos válidos, tanto en elecciones nacionales como subnacionales.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Henry Oporto

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