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Para el gobierno la teoría del golpe inexistente dejó de ser una narrativa de justificación para perseguir opositores y teñir de heroísmo la huida de Evo Morales en 2019, y se convirtió en una suerte de extintor que le permite apagar los incendios que aparecen en un camino que se va haciendo más complejo.
Cuando las cosas toman un rumbo peligroso e inesperado, como en el caso de los narco-vínculos del MAS, entonces bien vale la pena volver a los juicios y llevar a ex mandatarios y líderes cívicos al banquillo de los acusados, con la certeza además de que los aludidos aprovecharán la ocasión para recuperar algo de su perdido protagonismo.
Entonces se vienen días de tardías revelaciones, de nuevas ‘evidencias´ que habrían servido en su momento para evitar condenas injustas, pero todo ya es pasado y aporta muy poco para esclarecer lo que ya se sabe o salvar a los que ya no tienen escapatoria.
Por doloroso que parezca fraude y golpe quedaron como las dos caras de una moneda suspendida en el aire. Como ya no está en juego la verdad, no importa tanto quien tenga la razón, sino quien pueda seguir haciendo uso de los argumentos para armar la puesta en escena útil a sus intereses.
Es más fácil que el gobierno hable de golpe y retome el discurso de la mascarilla ‘que cae en caso de despresurización de la cabina’, a que la oposición insista en un fraude del que ya no muchos se acuerdan. En el fondo es desde el poder que se puede sostener mentiras como si fueran verdades o imponer, por decirlo así, verdades mentirosas.
El golpe es la obra de ficción que se puede reponer en escena cuando sea necesario y que cuenta siempre con un acompañamiento ruidoso de los involucrados. No importa cuán antigua sea la película, sino que conserve su poder hipnótico sobre un país que suele ser presa fácil de los mitos.
El objetivo es lograr que la gente se mantenga lo suficientemente lejos de la realidad como para que no se dé cuenta de que hay nuevos actores y temas incómodos para el poder. Lo que importa es mantener a la audiencia de espaldas a lo que ocurre y de frente a la proyección que se le quiere hacer ver.
El problema es que incluso la oposición forma parte del elenco elegido para la distracción. Son actores de la misma serie, aunque se tomen la libertad de añadir sus propios diálogos. Son parte de un mismo momento, pese a que hayan desempeñado papeles diferentes. En la reposición de la historia unos y otros contribuyen a desviar las miradas de lo que verdaderamente debería interesar.
¿Qué importancia tiene en realidad el debate del golpe o fraude cuando hay un cruce de acusaciones sobre vínculos con el narcotráfico entre dirigentes del principal partido de gobierno? ¿Cuál es el sentido de formar parte de la película cuando afuera del cine las divisiones internas desangran al MAS?
¿A quién le interesa volver atrás cuando delante se asesina a policías y se cometen crímenes que no tienen antecedentes en el país? ¿Cuán relevante es saber quién mandó un chat a quién o quién llamó a quién, cuando del otro lado cae la cabeza de un poderoso comandante policial, debido a una serie de hechos que complican a esa institución con el delito?
¿Cuán importante es quedar atrapado en ese debate, cuando parece imposible mantener por más tiempo el precio del pan y de otros productos de la canasta básica, en medio de las turbulencias económicas que afectan a los países de la región?
La misma narrativa, con otro propósito, el golpe es hoy el telón que encubre la realidad. Si ayer sirvió para disfrazar una fuga, hoy sirve para disimular una crisis aquí, una pelea allá o un delito acullá.
No es ya la historieta que justifica el ajuste de cuentas o la venganza, pero es la ficción útil al propósito de mantener vigente la simulación, con la ayuda indirecta de los propios adversarios.
Atrapados en un guion que se escribe y reescribe una y otra vez la mayoría de los bolivianos parece habituarse a la ‘farsa’ y no busca otras explicaciones, ni enfoques para una historia que se escurre en medios, redes y conversaciones efímeras.
La verdad es un asunto que se discute entre políticos y mientras se mantenga la distancia, la apatía o el desinterés hacia los juegos del poder, nadie intentará descifrar nada y el gobierno lo sabe.
El otro golpe ha caído con fuerza sobre el ánimo nacional y no es fácil sobreponerse porque, por ahora, a nadie le interesa ver muy de cerca las cosas. Es mejor vivir con el espejismo en el frente. No mirar a los costados y tener la vista fija en la pantalla donde se nos proyecta una versión menos inquietante de la realidad.
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo